DIEZ

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El Rey solicitó que toda su familia se reuniera a cenar con ellos. Maela, quien dormitaba en su cama, fue despertada por Aemond.

─ Las sirvientas te han preparado un baño.─le dijo.

Maela asintió.

─ Báñate conmigo ─le pidió. Aemond sonrió.

Llevó a su esposa a la tina, ya desnuda. Maela se metió en el agua, mientras que él terminaba de desvestirse. Admiró el cuerpo de su esposo, mordiéndose el labio. Tantas horas entrenando daban su fruto. El príncipe notó la mirada fija de Maela sobre él.

─ ¿Disfrutas de las vistas, Mae?

─ Métete ya, por favor.

Aemond se hizo lugar en la bañera, junto a ella. La atrajo rápidamente hacia su cuerpo, su espalda contra su pecho. Maela rió juguetona cuando el príncipe acarició uno de sus pechos.

─ ¿Deseoso, mi esposo?

Aemond jaló de ella, de modo que Maela quedó sentada a horcajadas sobre él. Comenzó a besarle el cuello, despertando pequeños gemidos de los labios de su esposa. Ella comenzó a moverse sobre él. Rápidamente, Aemond se puso duro. Ella tomó la iniciativa y, con ayuda del príncipe, introdujo su miembro dentro de ella. Aemond gruñó cuando Maela le arrancó el parche que cubría su ojo, dejándolo expuesto. Aún le parecía extraño que la joven no sintiera asco al verlo. Maela siempre le aseguraba que lo encontraba perfecto, para tranquilidad del joven.

─ Mae ─la llamó entre gemidos.

─ ¿Qué sucede, mi esposo?

La princesa relentizó sus movimientos. Empezó a besarlo en el cuello, con ansías.

─ ¿Te gustaría que ponga un bebé en tu barriga? ─preguntó. Maela rió en su cuello.

─ Nada me haría más feliz, mi príncipe.

Aemond la tomó por las caderas y comenzó a moverlas con rapidez sobre él. Maela ahogaba gritos de placer contra su cuello, temiendo que todos en el castillo la oyeran. El príncipe perdía la cordura lentamente, a medida que se acercaba al clímax. Vació su semilla dentro de ella, al mismo tiempo que la princesa soltaba un último grito.

Llegaron tarde a la cena, como era de esperarse. Ya todos se encontraban allí, menos el rey. Su madre se acercó a ella rápidamente, para preguntarle como se encontraba. La reina, atenta a la conversación, luego preguntó a la pareja que había sucedido.

─ Nada grave, Su Majestad ─le aseguró. Aemond asintió, dejando tranquila a su madre.

Maela observó a su alrededor, encontrándose con las miradas fijas de sus hermanos, Jacaerys y Lucerys. Inclinó su cabeza, como señal de saludo. Esperaba que no hubiera más resentimientos entre ellos. Maela deseaba que la cena transcurriera en total y absoluta calma.

El rey apareció poco después, siendo cargado en su silla por dos caballeros. Todos los presentes se pararon, hasta que a su majestad lo acomodaron entre Alicent y Rhaenyra. Luego, volvieron a tomar asiento. Viserys se paró, con un poco de ayuda de su esposa, para hacer un brindis.

─ Quiero expresar mi alegría por tenerlos a todos aquí, reunidos. Pido a todos que dejemos a un lado las diferencias, y disfrutemos de una agradable velada. No se los ordena su rey, sino este pobre hombre, que los ama a todos profundamente.

Maela dejó correr una lágrima tras oír las palabras de su abuelo. Por debajo de la mesa, tomó con fuerza la mano de Aemond, quien la miró, dedicándole una sonrisa. Para sorpresa de todos, la princesa Rhaenyra fue la siguiente en hacer un brindis, en honor a la reina Alicent.

─ Nadie ha permanecido tan lealmente junto a mi padre como usted, mi majestad. Por eso, le agradezco de todo corazón y pido disculpas.

─ Serás una buena reina, Rhaenyra ─dijo Alicent, luego de pensárselo un poco. Maela miró a su madre, sonriendo. Le alegraba que por fin pudieran hacer sus diferencias a un lado, por el bien del reino.

La princesa no notó que algo estaba pasando con Aegon y su hermano, Jacaerys, hasta que este último se puso de pie y golpeó con fuerza la mesa. Todos lo miraron expectantes. Aemond, a su lado, también se puso de pie y clavó su mirada en Jace. Maela rogó a su esposo que tomara asiento, pero él no pareció escucharla. El joven pareció pensarse dos veces lo que estaba a punto de decir, y, golpeando el hombro de Aegon con un puño, también hizo un brindis.

─ Por el príncipe Aegon... y el príncipe Aemond. No nos hemos visto en años, pero tengo buenos recuerdos de nuestra juventud. Y como hombres, espero que aún seamos amigos y aliados ─levantó su copa─ Por la buena salud de sus familias, queridos tíos.

─ Parece que todos tienen algo que decir ─murmuró a su esposo, cuando este volvió a tomar asiento. Aemond gruñó en respuesta.

─ Por ustedes también ─dijo Aegon, de mala gana.

─ Cuidado con la bestia debajo del tablero ─soltó de repente Helaena. Maela la dedicó una mirada, extrañada, pero no prestó mucha atención a lo que la princesa dijo.

─ Bien hecho, mi niño ─felicitó el rey a Jacaerys.

Helaena también quiso hacer un brindis, en honor a las futuras novias, Baela y Rhaena.

─ Ellas pronto se casarán ─dijo. Aegon se movía a su lado, claramente incómodo─ No es tan malo. La mayoría del tiempo te ignorará. Excepto algunas veces cuando está ebrio.

Eso último despertó risas en muchos. Maela observó a Aegon, quien tomó su copa y se la bebió toda, de un solo trago. Pensó en que ella también debería hacer un brindis, pero no encontraba nada que agregar.

La música no tardó en comenzar a sonar. Jacaerys, se levantó de su asiento y se acercó a Helaena, pidiéndole que le conceda un baile. La princesa aceptó gustosa. Aegon, sin salir de su sorpresa, miró a Aemond. Este no dijo nada. El Rey fue llevado de nuevo a su habitación, ya que el dolor se había hecho presente, haciéndolo soltar un alarmante grito.

─ A mi también me gustaría bailar, Aemond ─ le susurró a su esposo. Pero algo más lo tenía distraído. Los sirvientes colocaron frente a ellos un puerco asado. Maela entendió perfectamente que sucedía. De pequeños, sus hermanos y Aegon habían engaño a Aemond, haciéndole creer que habían encontrado un dragón para él. El joven, ingenuo, creyó en ellos. Pero los demás chicos estaban gastándole una broma, presentando ante él al Terror Rosado, un cerdo con alas. Al ver a su hermano Lucerys disimulando una risa bajo la severa mirada del príncipe, Maela supo que nada bueno podía pasar.

Cuando Aemond se puso de pie, la música frenó y todos se quedaron callados.

─ Un tributo final ─dijo, alzando su copa. ─ Por la salud de mis sobrinos. Jace, Luke y Joffrey. Atractivos, sabios y, como su padre...

Maela no pudo soportarlo más. Se puso de pie y, también alzando su copa, interrumpió a su esposo.

─ Valientes ─dijo Maela. Aemond volteó a verla. Ella lo ignoró ─ Jóvenes atractivos, sabios y valientes, como nuestro padre, Ser Leanor. Brindemos en su memoria, queridos hermanos.

Todos alzaron su copa en memoria de Ser Leanor. Maela dio un largo trago a la suya y, luego, volvió a sentarse. Sintió la desafiante mirada de Aemond sobre ella. Pensó en que su esposo debía estar furiosa con ella. Pero también lo estaba Maela con él. Había estado a punto de insultar a sus hermanos, llamarlos fuertes. Que descaro, pensaba. Insultar a mi familia, bajo mis propias narices.

Luego de la cena, su madre de despidió de ella. Volverían a Rocadragón.

─ La reina desea que nos quedemos, pero tú has visto lo que pasó hoy. No pertenecemos aquí.

─ Lo sé, madre. Y pido disculpas en nombre de Aemond. Él no es así, no sé que le sucedió ─mintió. Sabía perfectamente que motivos movían a su esposo como para comportarse de tal manera.

─ Descuida, Maela, todo está bien ─la abrazó. En esos momentos, agradecía el contacto de su madre. Cuando se separaron, Rhaenyra la miró, seriamente─ Esta noche has probado tu lealtad, Maela. Has defendido a tus hermanos. Me has defendido a mi ─le corrió detrás de la oreja un mechón de pelo que caía sobre su rostro. Luego, cerca de su oído, susurró: ─ El negro es tu color.

Traicion de Sangre || HOTDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora