SESENTA Y DOS

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Abandonaron Puerto Blanco con la promesa de Lord Manderly de que él mismo los escoltaría en su visita al Muro. No habían pactado una fecha, pero les sugirió que fueran antes de la gran tormenta de nieve que se esperaba. Entonces los príncipes montaron a lomos de su dragones una vez más y ascendieron a los cielos perdiéndose rápidamente entre las nubes otoñales. Años después los habitantes de Puerto Blanco seguirían recordando la visita de los príncipes Maela y Aemond a lomos de sus dragones. Muchos dirían que el hecho de que los dos dragones más viejos y grandes de Poniente los aceptaran como sus jinetes significaba que estaban destinados a reinar.

Jūndan, konir sōdrurlion (Mira, ahí está Invernalia) ─Gritó emocionada Maela.

─ ¡Comencemos a descender!

Dieron unas vueltas alrededor del castillo hasta que Aemond decidió aterrizar en un llano apenas cubierto de restos de nieve en un costado del castillo. Desde arriba, Invernalia parecía un laberinto de torres, murallas y patios. Vermithor decidió dar unas vueltas más a pesar de la insistencia de la princesa en que aterrizara y, cuando finalmente pisaron tierra, el dragón soltó un gran rugido hacia la dragona del príncipe Aemond que se lo devolvió de tal manera que Maela se tuvo que encoger en su montura y aferrarse con fuerza por miedo a ser calcinada por las llamas de Vhagar. No sabía que pasaba entre los dragones, pero cuando Aemond logró calmar a Vhagar, Maela se apresuró a bajar de su dragón y alejarse lo más posible.

─ ¡Mae! ─su esposa se acercó corriendo a ella─ ¿Estás bien?

─ Si, eso creo ─Maela no salía de su asombro─ No entiendo que ha pasado. Vermithor no obedecía a mis órdenes de aterrizar y luego el rugido a Vhagar. Jamás vi tal cosa.

─ Lord Manderly nos advirtió de que el Norte cambia a los dragones. Vhagar no se ha tranquilizado tan fácil.

─ Mejor dejemos que descansen ─le dijo entonces─ No queremos que la próxima vez nos coman vivos.

─ ¡Mis príncipes, mis príncipes!

Un anciano rechoncho y enfundado en una larga túnica gris desgastada se acercaba corriendo hacia ellos. No fue hasta que vio a la temible Vhagar que se detuvo en seco y palideció.

─ ¿Es usted el Maestre de aquí? ─preguntó Maela, a pesar de que ya había notado la cadena colgando del cuello del hombre.

─ Si, mi princesa. Soy el Maestre Willifer.

─ Un gusto conocerlo, Maestre ─Maela le dedicó una sonrisa mientras que Aemond le estrechó la mano.

─ Maestre, el príncipe Daemon nos ha dado una carta para entregarle.

Aemond le entregó el papel enrollado al hombre que lo leyó delante de los príncipes, quienes desconocían del contenido de la carta.

─ Es una carta de la reina para Lord Rickon ─comentó guardándose el papel entre sus ropas─Nuestro señor tiene apenas tres años, aún no ha aprendido a leer. Pero es un niño bastante despierto. Asiste a todas las reuniones de sus consejeros.

─ Es bueno saberlo, Maestre ─le dijo Maela─ No quiero ser grosera, pero a mi esposo y a mi nos gustaría conocer el castillo.

─ ¡Oh, claro, princesa! ¡Disculpeme! Siganme, por favor. Lord Rickon y Sara los están esperando.

Al oír ese nombre, Maela y Aemond se dedicaron una mirada rápida. Finalmente conocerían a la famosa Sara Snow.

Al igual que Puerto Blanco, Invernalia también estaba rodeada de muros. La muralla exterior era un poco más baja que la interior. El Maestre Willifer les comentó que entre las murallas había un foso de agua y que Invernalia estaba construida sobre un terreno rico en fuentes termales, lo que permitía la existencia de sus invernaderos y mantenían caliente los distintos edificios dentro del recinto. Los príncipes jamás habían oído de una cosa así. Calefacción natural. Aemond, curioso como ningún otro hombre que Maela conociera, comenzó a llenar de preguntas al Maestre. La princesa los escuchaba platicar mientras observaba las distintas construcciones grises, sombrías, que había allí. Pronto llegaron a la entrada sur del castillo, en donde se adentraron a un gran salón de piedra gris con ventanas altas y estrechas. En el fondo, había un trono, en el cual se sentaba un niño pequeño. Era conmovedor ver al pequeño con el pecho erguido y una actitud seria sentado en aquella silla de piedra que tenía tallado lobos huargos con la boca abierta en sus costados. No lucía para nada intimidante, solo causaba ternura.

Traicion de Sangre || HOTDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora