SESENTA Y CINCO

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Tal y como había previsto, Aemond no se despegaba de ella ni un segundo. Esa noche durmieron abrazados y cuando Maela despertó por la mañana se encontró con la imagen de su esposo durmiendo sobre su barriga. Desde entonces, el príncipe se pasaba horas acariciando el estómago de su esposa y susurrando cosas en alto valyrio. Maela bromeó con que el bebé ya nacería hablando el idioma.

─ Quizás así fue como lo aprendimos todos ─dijo él.

─ Mhmm. Entonces Daemon no ha hecho un buen trabajo con Aegon y Viserys.

─ Ya lo aprenderán. No hay prisa.

─ Como tampoco hay prisa con este bebé ─Terció ella─ Quiero que disfrutemos del embarazo. Aunque estoy segura que en poco tiempo no podré caminar sin cansarme o mis pies me dolerán hasta el hartazgo. Ya presencié todo eso con los embarazos de mi madre y de la princesa Helaena.

─ Te haré masajes. Y te cargaré a todas partes.

─ El Maestre me dijo que no podré montar a lomos de Vermithor.

─ No hay problema. Podemos tomar un barco desde Puerto Blanco a Desembarco del Rey. Nos llevará menos tiempo llegar así que a caballo.

─ Y entonces podré dormir en un camarote apestoso ─ironizó la princesa. Sabía que las náuseas y vómitos no harían más que empeorar a medida que fuera avanzando el embarazo. Se preguntó como estaría Rhaena y se prometió escribirle una carta apenas Aemond la dejara salir de la cama.

─ Ordenaré que nos den un barco nuevo. O uno limpio, en todo caso.

─ ¿Serás así todo el embarazo? ¿Tan... sobreprotector?

─ Si ─Aemond se estiró hacia ella y le dio un beso en la boca─ Y acostumbrate porque lo seguiré siendo cuando el bebé nazca.

Aemond rodó en la cama y se incorporó a su lado en el lecho matrimonial, dando mayor espacio a su esposa. Maela se llevó una mano a la barriga, llenando el vacío que él había dejado. Siguió acariciándola sobre la tela de su camisón, mientras su esposo se recostaba en el respaldo de la cama y cerraba su ojo, con un suave ronroneo escapando de sus labios. Estaba feliz. Por los dioses, era la primera vez que estaba tan feliz después de la guerra. La noticia del embarazo era como resurgir de la oscuridad, como alcanzar la superficie después de estar sumergido en pena, dolor, resentimiento.

─ Ahora que seremos una familia, pensé que podríamos ocupar Rocadragón ─Aemond abrió su ojo y giró su cabeza hacia ella. Maela lo miraba con atención, evaluando seriamente su reacción─ Después de todo, soy la princesa de Rocadragón y tú, mi consorte. Allí pertenecemos.

─ ¿No crees que querrás estar cerca de tu madre cuando el día del nacimiento llegue? ─le dijo él después de unos segundos de reflexión.

─ Ya no nos hablamos, ¿por qué querría tal cosa?

─ Pero volverán a hablar. Lo sé. No podrán estar enojadas una con la otra por tanto tiempo. Además, la noticia de tu estado la pondrá feliz.

Maela huyó de su mirada y posó sus ojos en su incipiente barriga. El Maestre tenía razón. Le crecía cada día más y más, como si el bebé quisiera ser notado después de tanto tiempo ocultándose.

─ No se lo diré hasta que regresemos a la capital.

─ Que será pronto ─Señaló Aemond─ El camino ya está en condiciones. Podremos ir hasta Puerto Blanco en la mañana si así lo deseas.

─ Aún creo que podría montar a Vermithor.

─ El Maestre te lo prohibió ─Aemond usó un tono severo. Maela ni se inmutó.

Traicion de Sangre || HOTDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora