SETENTA

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Uno de los guardias que los habían acompañado a la isla, era Ser Oliver Morth, el sobrino del Comandante de la Guardia Real. Era un jóven apuesto y respetuoso. Acompañaba a la princesa en sus momentos de soledad, cuando su esposo y su hermano abandonaban la isla a lomos de sus respectivos dragones. Como en Rocadragón no tenía a Alyssa, Maela se conformaba con la compañía de Ser Oliver.

─ ¿Le gusta ser un miembro de la Guardia Real?

Estaban en la habitación en donde los Guardianes de los Dragones conservaban calientes los huevos de la nidada de Vhagar. Maela disfrutaba de pasar tiempo allí. Había descubierto que el calor la ayudaba a soportar los dolores que el embarazo le traía.

─ Por supuesto, mi princesa. Ser miembro de la Guardia Real es un honor.

─ Su tío parece un hombre temible. ¿Realmente lo es?

─ No conozco mucho a Ser Percival ─confesó─ Dejó la Tierra de los Ríos cuando yo ni siquiera había nacido. Mi señor padre lo mencionaba en algunas ocasiones, pero realmente no lo conocí hasta que me nombraron caballero.

─ ¿Él fue quien lo nombró caballero?

Ser Oliver asintió.

─ Fue durante la guerra. Antes de la batalla a orillas del Ojo de los Dioses.

─ Oh ─Maela se sorprendió─ ¿Usted luchó allí?

Esa batalla, fue la que desecadenó el final de la guerra. Quizás, siglos después, en los libros de historia dirían que fue el amor de la princesa Maela Targaryen hacia su esposo que terminó la guerra. Aemond la necesitaba, y ella no podía conciliar una vida sin él a su lado.

─ En efecto. Vi como usted cayó del cielo a lomos de su dragón. Pensé que había muerto. Pero luego todos decían que había sobrevivido y que había acabado con Ser Criston.

─ Bueno, Ser Criston mató a mi abuela, la princesa Rhaenys.

─ No tiene que dar explicaciones, princesa ─le aseguró─ Todos hemos matado en la guerra. Es el orden las cosas.

─ Supongo que tiene razón ─respondió Maela luego de unos segundos de reflexión. Había acabado con la vida de muchas personas durante aquellos días de batalla. A veces las imágenes de los hombres ardiendo volvían a su cabeza, pero jamás se arrepentía de ello.

En los días siguientes a esa charla, la amargura que había abrumado a la princesa, se transformó en una profunda tristeza acompañada de desoladores llantos que nadie parecía poder calmar.

─ Mae, habla conmigo, por favor ─le suplicaba Aemond mientras se tendía a su lado en la cama y le secaba las lágrimas─ Dime que te pasa.

Pero Maela no tenía idea de que le pasaba. La tristeza simplemente la consumía y deseaba pasar todo el día en cama, bajo las mantas calientes y alejada del resto de las personas. Si salía de la habitación, iba a la cocina y se servía comida a gusto. Pasteles de todo tipo. Especialmente los de limón, que eran sus favoritos. Pero luego de atiborrarse de pasteles, lloraba y las cocineras no sabían que hacer para calmarla, salvo ofrecerle más pasteles. Entonces, Maela las insultaba y les decía que la estaban engordando a propósito.

Asi la encontró Aemond en una ocasión. Maela estaba tirada en el suelo, cubierta de masa de pastel, apuntado con el dedo a las pobres cocineras y gritándoles cosas sin sentido.

─ ¡Quieren que me vea fea para que nadie me quiera! ¡Para que todos en el reino me odien y ellas puedan llevarse todo!

─ ¡Mae, para! ─Aemond se agachó a su lado y le tomó el rostro entre las manos─ Estás asustando a estas pobres mujeres.

Traicion de Sangre || HOTDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora