TRECE

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Maela prefería morir en ese momento, para evitarse el sufrimiento de la guerra por venir. Una guerra en la que no podría tomar el bando de su madre. Debía permanecer junto a su esposo y su rey. Fuego y sangre corrían pos sus venas. Por fuego y sangre moriría.

Ponte detrás de mi─le susurró Aemond. Maela rió. Si Rhaenys decidía matarlos a todos y ordenaba a Meleys que escupiera fuego sobre ellos, ponerse detrás de él no la protegería. Nada podría protegerla del fuego. Ninguno de ellos era un dragón. Ardían. Maela solo esperaba que todo acabara rápido. Pero su abuela no dio la orden. La Reina que Nunca Fue huyó de Desembarco del Rey a lomos de su dragona, la llamada Reina Roja, rumbo a Rocadragón. La guerra se desataría pronto.

Aemond la tomó de la mano y juntos regresaron al castillo. Cuando estuvieron seguros, dentro de las puertas de sus aposentos, Maela saltó en brazos de su espos, quien la rodeó en un abrazo.

─ Pensé que moriríamos ─dijo Maela. Aemond besó su frente─Creí que acabaría con todos. Incluso lo deseé.

─ ¿Cómo dices? ─la tomó por los hombros y la separó de él.

─ Deseé que las llamas de su dragona acabaran con nuestras vidas, Aemond. Que pusieran fin a todo.

Reconoció desesperación en los ojos de su esposa. La misma con la que Aegon lo había mirado el día anterior, cuando lo encontraron. Cuando le suplicó que lo dejara ir, que le permitiera huir lejos de sus deberes. Aemond no podía creer lo que veía. Maela rompió en llanto. Se alejó de él, y cayó de rodillas al suelo. Aemond se arrodilló frente a ella y tomó su rostro, bañado en lágrimas, entre sus manos.

─ No vuelvas a pedir tal cosa, Mae.

─ Lo siento ─consiguió decir. Su labio inferior temblaba con violencia. Las lágrimas le nublaban la vista. Jamás había sentido tal desconsuelo. Gritaba por dentro, pedía por favor que se detuviera. Que ese sentimiento de desolación abandonara su cuerpo. Quería estar bien. Debía estarlo, por el bien de su familia. Pero pensar en su familia le recordaba lo que estaba por venir. La guerra que su abuelo nunca quiso.

─ Te llevaré a la cama, ¿sí? ─Aemond acarició su rostro. Ella no se resistió. Unos golpes en su puerta los alarmaron. Ser Arryk entró a la habitación, e informó a la princesa que el rey deseaba verla. Ella asintió.

─ Debo ir a hablar con él ─dijo, poniéndose de pie. Aemond sujetó su mano y, casi con la misma desesperación con la que ella habló antes, le pidió que se quedara.

─ No vayas, por favor.

Maela le dedicó una media sonrisa. Sus ojos brillaban por las lágrimas. Aemond contuvo las ganas de besarla. Su esposa, quien siempre fue bella y gentil, así como también rebelde y osada, besó su mano.

─ El deber llama, mi dulce príncipe.

Maela abandonó sus aposentos, dejando a su esposo parado en el medio de la habitación, observando como ella se iba en busca de su hermano, el nuevo Rey. Aemond nunca había querido nada en su vida, aún así, Aegon siempre lograba quitarle todo. Ahora que quería a Maela, también se la arrebataba.

─ Mi Rey ─hizo una leve reverencia. Aegon la miró de arriba a abajo. Si había notado que la princesa estuvo llorando, lo ignoró por completo. Se acercó a ella y, por primera vez, no intentó tocarla o besarla, solo la rodeó con sus brazos y dejó descansar su cabeza sobre el pecho de la joven. Maela, sin salir de su asombro, lo abrazó y acarició suavamente su cabello.

─ Maela, no sabes cuánto odio esto ─susurró.

─ Lo sé, Mi Rey. Pero ahora debe ser más fuerte que nunca.

Maela odiaba cada palabra que salía de su boca. Aborrecía su forma de hablar. No podía creer que estuviera traicionando a su madre, a su propia estirpe y, por consecuencia, dudando de la legitimidad de sus hermanos. A Maela no se le ocurría mayor crimen que el de traicionar a la sangre de uno. Pero, se recordaba, que Aegon también lo era. Hijo legítimo del Rey Viserys Targaryen y su segunda esposa, Alicent Hightower. Compartían un vínculo especial de tío y sobrina, como su madre y Daemon. Como también Aemond y ella.

─ No puedo hacerlo, Maela. Mi madre...

─ No la escuches, Aegon─lo interrumpió─Recuerda quien lleva la corona del Conquistador sobre su cabeza. Recuerda quien eres.

─ El pueblo...─dijo en un susurro─ Ellos me recibieron bien.

─ El pueblo quiere a su legítimo rey, Aegon. Tú eres su legítimo rey. Pero la guerra comenzó. En Rocadragón deben estar haciendo planes para destronarte. ¿Qué harás tu al respecto?

─ Ordenaré a la zorra que se arrodille frente a su legítimo rey, o que pague las consecuencias.

Rhaenyra no juró lealtad, por supuesto. Dijo a Otto Hightower que todos ellos serían declarados traidores. El rey Aegon había permitido que acompañara a su hermano en las reuniones del consejo. Maela se limitaba a pararse a un lado de su esposo, y escuchar. Escuchaba los planes de Aegon. Escuchaba como la reina madre desautorizaba a su hijo cada vez que podía. Pero en las noches, el rey la llamaba a sus aposentos, para que ella lo complaciera.

─ Hoy ha sido un día agotador ─le dijo, echándose en la cama.

─ En verdad, Su Majestad.

─ Ven aquí ─ le ordenó, señalandole el sitio a su lado en la cama. Maela obedeció, y se recostó junto al rey. Este la atrajo hacia su cuerpo, tomándola por la cintura. Maela contuvo el aliento cuando sintió su miembro chocar contra ella.

─ No deberíamos, mi rey ─le dijo. Aegon gruñó en su oreja y comenzó a subirle la falda del vestido. Maela se removió entre sus brazos, liberándose de él. Se paró de la cama, molesta. ─ No soy una puta, Aegon.

─ Antes parecía no importarte ─se levantó de la cama, y se sirvió una copa de vino ─ Te entregabas a mi sin siquiera dudarlo.

─ Antes no era una mujer casada ─espetó la princesa. Aegon soltó una risa amarga.

─ No finjas, Maela. Tú misma me dijiste que ese matrimonio no era de tú agrado. Me rogaste que te tomara como mi segunda esposa.

─ Y tú no lo hiciste ─le recordó.

─ Pero ahora soy rey, Maela, ¿recuerdas? ─señaló la corona sobre su cabeza. ─ Puedo hacer lo que me plazca.

─ Ya es demasiado tarde, Aegon ─dijo─ Ahora pertenezco a tu hermano.

Traicion de Sangre || HOTDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora