CINCUENTA Y CINCO

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Una niña corría entre las calle de Desembarco del Rey abriéndose paso entre la gente. Empujaba a los grandes hombres y esquivaba los insultos y los puñetazos que iban dirigidos a su pequeña persona. Nada la paraba, así como tampoco nada borraba la gran sonrisa que le recorría el rostro de punta a punta.

─ ¡Los príncipes, los príncipes!

Gritaban por todos lados.

Aquella niña que tan feliz estaba por verlos, fue despertada por su madre esa mañana con la gran noticia. Los príncipes, los futuros reyes, habían salido del castillo con un carruaje lleno de comida y obsequios y la estaban repartiendo a lo largo y ancho de la ciudad. La niña esperaba poder recibir un juguete, aunque sabía que una ración de comida haría muy feliz a su madre, ya que eso significaba que ese día no tendría que vender su cuerpo para que pudieran llenar sus estómagos.

─ ¡Princesa, por aquí, princesa!

Maela y Aemond iban caminando tomados de la mano con la guardia real siguiendolos de cerca y el carruaje detrás de ellos. Era la princesa que se encargaba de saludar con una gran sonrisa y repartir obsequios a los niños que rogaban por uno o comida a los adultos. Aemond también repartía sonrisas y saludos a la gente, pero más que nada admiraba embelesado a su esposa. Su rol de heredera al trono le sentaba bien. Se sentía cómoda en su piel y había comenzado a disfrutar de su lugar en la corte. Daba consejos, ayudaba en la redacción de nuevas leyes. Estaba imparable. Y todo eso a Aemond lo enamoraba más y más. Él estaba a su lado en cada momento, velando por su bienestar y seguridad, pero también cumpliendo como su rol de príncipe consorte.

─ ¡Princesa, princesa!

Finalmente la niña logró acercarse. Burló a la seguridad de la princesa y la abrazó. Maela la estrechó con fuerza entre sus brazos y cuando se separaron la observó con atención. La reconocía. Era la niña que le había señalado al cielo la mañana que los Negros tomaron la ciudad. Dos meses habían pasado desde aquel histórico día, Maela había visto miles de rostros desde entonces, pero no había olvidado el de aquella pequeña niña.

─ Creo que tengo el regalo perfecto para ti, mi niña.

Maela se acercó al carruaje y sacó de dentro de este un pequeño dragón tallado en madera.

─ Gracias por el jueguete, princesa ─la niña lo tomó con delicadeza como si fuera a romperse en sus manos y lo guardó entre sus ropas. Después, algo tímida, preguntó a la princesa si también podía darle una ración de comida.

Maela hizo una seña a uno de los guardias para que le pasara un tazón lleno hasta el borde con estofado de carne. Cuando se lo fue a entregar a la niña, esta lo tomó y sonrió a la princesa en agradecimiento.

─ ¿Hace cuánto que no comes, mi niña? ─le preguntó.

─ Dos días ─Admitió la pequeña─ Mamá se siente enferma y no puede salir a trabajar.

─ Entiendo ─Maela, disimuladamente, sacó unas monedas de su vestido y se las entregó a la niña─ Esto será suficiente para que tú y tu madre coman por unos días. Si ella no mejora, acude al castillo y busca por mi. Diles que eres la niña del dragón.

La niña asintió con la cabeza y luego se marchó, dejando a Maela con un amargo sentimiento.

─ Mae, será mejor que regresemos─le dijo Aemond.

De vuelta en la fortaleza, Maela y Aemond subieron hacia sus aposentos. Ella parecía perdida en sus pensamientos y Aemond la dejó divagar. Últimamente pasaba mucho tiempo en silencio, con ideas nuevas formulándose en su cabeza. A veces, no dormía. Su esposo debía insistirle en que lo hiciera.

Traicion de Sangre || HOTDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora