TREINTA Y SEIS

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Aemond descansaba en sus aposentos cuando oyó un golpe seco afuera y luego la puerta se abrió, dejando ver a su hermano menor, Daeron. Su sorpresa fue grande, y no pudo disimularla. Hacía años que no lo veía. Había crecido mucho, y comenzaba a parecerse a su padre, el rey Viserys. Quizás el único de los hermanos que mantenía parecido con él. El joven tenía su espada en alto, y no le dio tiempo a su hermano para que afianzara la suya, ya que rápidamente se abalanzó sobre él y lo desarmó de un movimiento. Aemond terminó con el filo de la espada en su cuello, mientras Daeron lo observaba curioso.

─ La última vez que te vi, no llevabas el cabello tan largo, y tu cicatriz lucía muchisimo peor ─le dijo.

─ Y tú eras un niño que aún se cagaba en sus pantalones.

Aemond sintió como la punta se hundió más en su piel apenas dijo esas palabras. Daeron carecía de paciencia. No iba a soportar que su hermano intentara humillarlo.

─ ¿Qué vas a hacer, eh? ¿Me matarás?

─ No está bien matar a los de la misma sangre ─manifestó Daeron─ Aunque debería hacerlo. Debería cortarte la cabeza y enviársela de regalo a nuestro hermano.

─ Hazlo ─lo desafió Aemond.

─ Quizás ─Daeron se encogió de hombros─ Pero primero recuperaré mi hogar.

Aemond fue atado y amordazado en su habitación por su hermano pequeño. Daeron se había asegurado de que nadie rondara cerca antes de salir nuevamente al pasillo. Escondió dentro de la habitación el cuerpo del guardia al que había matado y luego, con su espada en alto, se hizo camino por la fortaleza, la cual conocía a la perfección. A diferencia de sus enemigos, Daeron se había criado en ese lugar. Conocía cada rincón, cada pasadizo. Había logrado esquivar a los guardias de la entrada, y también a los que vigilaban en la cocina.

Llegó a la sala del consejo, en donde su tío solía reunirse con él para enseñarle sobre la historia y valores de los Hightower. Abrió la puerta y se encontró con el lugar vacío. Allí, dejó a un lado su espada y se tomó un momento para pensar. Ya tenía a Aemond inmovilizado, lo que solo dejaba al Bastardo de Puenteamargo y al de Mercaderiva como sus amenazas. Así que lo siguiente que haría sería matarlos, a ambos. De nada le servía tenerlos con vida. Le había perdonado la vida a su hermano porque se lo llevaría a Desembarco del Rey apenas pudiera y dejaría que Aegon decidiera que hacer con él. Pero si mataba a Adamm, los Negros contarían con un jinete de dragón menos y, el ejército de Tom Flores se quedaría sin su líder, lo que los dejaría confundidos por un tiempo. Al menos el tiempo suficiente para que Daeron pudiera dar la señal a los Lannister para que atacaran la ciudad.

Ya marcado su plan, el príncipe se decidió a salir de la sala y adentrarse en la recámara que Tom Flores ocupaba. El muchacho se encontraba compartiendo lecho con una jóven cuando Daeron abrió la puerta con su espada en alto. Al verlo, Tom Flores se levantó de la cama, desnudo, y se apresuró a agarrar su espada, pero Daeron fue más rápido y lo atravesó en el pecho con la suya. La jóven que lo acompañaba soltó un grito que se escuchó en todo el castillo, alertando al resto. Sin perder la compostura, el príncipe se acercó a ella y le propinó un golpe fuerte en la cabeza, dejándola inconsciente.

Salió casi corriendo del lugar, y se adentró en uno de los pasadizos secretos que estaban por ahí cerca, detrás de un gran cuadro que adornaba la pared. Esperaría allí dentro hasta que el alboroto se disipara, pero no tuvo suerte. Oía pasos y voces, pero no alcanzaba a distinguir nada. Analizó sus opciones. Podía quedarse allí hasta que todo se calmara, o podía intentar bajar a las mazmorras, donde estaban todos encerrados. Se decidió rápido. Desde ese pasadizo, podía llegar hasta la puerta de los calabozos. Seguro se encontraría con algunos guardias, dos como máximo. Podría con ellos o, al menos, lo intentaría.

Traicion de Sangre || HOTDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora