DIECISIETE

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Había decidido dar un paseo por los jardines reales, a solas. Necesitaba tomar distancia del castillo y de su gente. Hallaba a todos desagradables pero, especialmente, a ella misma. Se aseguraba cada noche de recordar quien era, de donde venía, pero el negro poco a poco se iba transformando en verde, y su corazón parecía no latir con la misma fuerza que antes.

Tomó asiento en un banco, observando el paisaje. Los árboles secos, hojas caídas en el suelo. El otoño había llegado. Los Maestres creían que iba a ser largo. Maela también lo esperaba. No quería dar paso al invierno. Si bien en la capital todo el año era cálido, aborrecía al invierno. Su padre se había ido en uno.

Maela pensaba mucho en su padre últimamente. Leanor Velaryon, un hombre honesto y servicial. Había permanecido años junto a su esposa, fiel a su familia. Peleaban, por supuesto, como cualquier matrimonio. Su padre solía escabullirse en las noches, siempre acompañado de algún escudero. Maela sospechaba de la naturaleza de su padre, pero jamás dijo nada. Lo adoraba, y disfrutaba pasar tiempo con él. Cuando su madre decidió trasladar a toda la familia a Rocadragón, Maela se quedó en la capital. Al principio no los echaba de menos pero, con el tiempo, añoraba las historias que sus padres les contaban antes de dormir, llenas de aventuras. En el castillo, la reina Alicent la despedía cada noche, pero nunca se quedaba más tiempo del necesario. Si algún día tenía hijos, Maela se había prometido ser tan buena con ellos como lo habían sido sus padres con ella y sus hermanos.

Una sensación de nostalgia la atacó, y pronto terminó quebrada en llanto. Se tapó la cara, avergonzada.

─ ¿Princesa?

Se sobresaltó al oír la voz de un hombre frente a ella. Levantó la mirada y se encontró con Lord Caswell. El hombre la observaba preocupado.

─ Tome ─le ofreció su pañuelo. Maela lo aceptó, y se secó las lágrimas.

─ Gracias, Lord Caswell.

Hizo un gesto con la mano, como restándole importancia.

─¿Puedo? ─señaló el espacio junto a ella. La joven asintió, permitiendo al hombre sentarse a su lado. ─Es agradable verla fuera, princesa.

─ Lo es para mi también, señor. Las paredes de la fortaleza comenzaban a asfixiarme.

─ La entiendo. A veces me siento igual.

Hubo un minuto de silencio. Maela observó al señor. Parecía nervioso. Apretaba sus manos en su regazo y observaba hacia todos lados. La joven se preocupó.

─ ¿Se encuentra bien? ─le preguntó. 

─ Tengo una carta para usted, princesa.

─ ¿Cómo? ─inquirió, bajo, por si alguien rondaba cerca. Maela creía que Otto Hightower estaba encima de ella, observando cada paso que tomaba. El hombre no estaba seguro de las lealtades de la joven, más considerando lo que sucedió en Bastión de Tormentas.

─ La ha enviado su tío, Daemon, desde Harrenhall.

─ ¿Por qué la tiene usted, Lord Caswell?

─ Hice un juramento hace muchos años, princesa. Puedo haberme arrodillado frente al usurpador, pero mi lealtad a su madre permanece, más fuerte que nunca.

Maela esbozó una sonrisa. Se alegraba tener un aliado dentro del castillo, fiel a su madre. Lord Caswell le entregó una carta, con el sello de los Targaryen estampada en ella. La escondió entre las faldas de su vestido.

─ Apenas termine de leerla, quemela.

Asintió. El señor se puso de pie y se despidió de ella. Maela permaneció quieta por unos segundos, sin salir de su asombro. Daemon le había escrito. Esperaba que fuera algo bueno, y no una declaración de guerra. Pero la guerra ya había comenzado, se recordaba. No había vuelta atrás.

Se marchó rápidamente a sus aposentos, rogando que su esposo no se encontrara allí. Pero no tuvo suerte, ya que se lo encontró de camino. Vestía una armadura con un dragón de tres cabezas estampado en el frente.

─ ¿Dónde estabas? ─le preguntó. Se notaba que estaba alterado.

─ Salí a tomar aire ─dijo─ Aemond, ¿ha pasado algo?

─ Ve con Helaena y los niños a sus aposentos. Yo iré luego.

─ Aemond, dime que sucede, por favor. Llevas tu armadura puesta, parece que vas directo a una batalla.

Él no dijo nada. Maela tomó eso como una respuesta.

─ ¿Es cierto entonces?

─ Debo irme, Mae.

Le dio un casto beso en los labios. Ella se quedó quieta, observando como su esposo se alejaba.

─ No te atrevas a morir ─le gritó, pero él pareció no escucharla. Si Aemond moría, ella ya no tendría nada en ese mundo que la mantuviera en pie.

Obedeció a su esposo y se dirigió a los aposentos de la reina. Helaena estaba sentada, bordando, con los niños jugando en el suelo a su lado. Maela entró en la habitación e hizo una reverencia.

─ Mi reina.

Ser Arryk también estaba allí, resguardando la vida de la joven reina. Helaena seguía ignorandola, por supuesto. Pero a ella no podía importarle menos. Los niños tampoco la querían. Parecían absorber la energía de su madre. Maela se sentó en la mesa, alejada de ellos y, discretamente, sacó la carta que Lord Caswell le había entregado.

"Maela, tengo noticias importantes que darte, por eso decidí arriesgarme y enviar esta carta a Lord Caswell. Puedes confiar en él, está de nuestro lado, así como también espero que lo estés tú.

Tu madre ha dado a luz a una niña. La hemos nombrado Visenya. Te cuento esto porque no creo que nadie allí te lo haya dicho y es importante que lo sepas. El parto la ha dejado débil. Ella te necesita, pide por ti. Si aún eres la joven que conozco, sé que harás lo correcto. Hay gente en la capital dispuesta a sacarte de allí. Yo mismo te sacaría de allí, pero la guerra ha comenzado, los dragones danzan, y debo mantenerme en mi puesto. Pronto enviaré otra carta. No guardes esta, quemala"

Arrugó la carta y la guardó otra vez. Pidió a Ser Arryk que la dejara retirarse a su cuarto.

─ Debo descansar ─le dijo ─ Y mi presencia no es bienvenida aquí.

El caballero asintió. Ordenó a otro guardia que la escoltara a su recámara, pero Maela le aseguró que no sería necesario. Al salir de la habitación, Helaena dijo algo a sus espaldas que le erizó la piel.

─ Verde y negro morirán.

Traicion de Sangre || HOTDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora