VEINTIUNO

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Cuando Maela era pequeña, y su familia aún vivía en la capital, solía acompañar a sus hermanos y a sus tíos, Aemond y Aegon, hacia todos lados. Siempre dejaba en evidencia que era una joven valiente y obstinada, poniendo nerviosa a su madre cada vez que la oportunidad se le presentaba. Maela adoraba pasar tiempo con los chicos. Hablaban de dragones, y caballeros. Observaba como ellos entrenaban en el patio, mientras ella se sentaba a bordar. En esos tiempos, era feliz. Nada la preocupaba.

Al irse su familia a Rocadragón, y ella quedando en la capital bajo la tutela de la reina y el rey, pasaba cada vez menos tiempo con sus tíos varones, y más con su tía Helaena. Las dos jóvenes bordaban, leían, asistían a sus lecciones de canto y baile, siempre juntas. Pero cuando Helaena y Aegon se casaron, las cosas cambiaron.

En el día de su boda, Maela estuvo junto a Helaena en todo momento. Fue esa noche cuando Aegon fijó su mirada por primera vez en su sobrina. Contaba con apenas once años, pero estaba más desarrollada que la mayoría de niñas de su edad y, además, había heredado el carácter de su madre. Se mostraba segura de si, inteligente y osada. Pero no fue hasta que sangró por primera vez que Aegon mandó a llamarla a sus aposentos con frecuencia. La primera vez, Maela se rehusó. Pensaba en la pobre Helaena, y no quería lastimarla. Pero, al día siguiente, la reina Alicent la visitó y le dijo algo que jamás abandonó su mente.

─ Todos debemos hacer sacrificios por el reino, Maela.

Así que cuando a la siguiente noche Aegon volvió a llamarla, ella acudió. Llevaba un vestido rojo, elegante y, su cabello blanco, recogido. Cuando entró a la habitación, Aegon le sirvió una copa de vino.

─ Para calmar los nervios ─le había dicho. Maela la bebió toda.

Desde el primer momento, intentó mostrarse fuerte. Jugaba con él, lo conducía hasta el límite de la cordura, con tal de no tener que entregarle su doncellez. Maela permitía que la tocara, pero solo el busto y las piernas. Podía besarla, pero solo si lo pedía amablemente. Poco a poco, Aegon iba cansandose de sus juegos, perdiendo la paciencia. El día que la tomó por primera vez, bebieron vino dorniense.

─ ¿Por qué vino dorniense? ─inquirió Maela ─ ¿Acaso las cosechas de la ciudad no son suficientes para ti?

─ Porque me encuentro de un humor particularmente irritable, sobrina, y lo único que puede calmarme es el vino de Dorne.

Luego se acercó a ella y la besó.

─ Quiero verte desnuda ─le dijo.

Maela obedeció y comenzó a sacarse la ropa. Estuvo a punto de decirle que solo podía tocar sus pechos, pero Aegon la sujetó con fuerza y la tiró en la cama. Tomó su doncellez esa noche. Ella tenía trece años y, él, dieciocho. Había sido padre de mellizos hacía menos de dos años. Pero, a pesar de sus hijos y su esposa, Aegon estaba obsesionado con ella. Maela lo volvía loco. La reclamaba casi todas las noches. A veces, se escapaban de la fortaleza por los pasadizos secretos, y pasaban horas en la ciudad, perdidos entre la gente común. Luego, en la mañana, la reina le daría tomar una dosis de té de luna para evitar un embarazo indeseado. Aunque Aegon varias veces le había dejado en claro que quería poner un príncipe en su barriga.

─ Ya tienes dos hijos, Aegon ─le recordaba─ Jaehaerys y Jaehaera son dos niños hermosos, y deberías enorgullecerte de ellos.

Pero Aegon no quería a sus hijos, y aborrecía a su esposa. Así que ahogaba sus penas en vino y en el cuerpo de Maela. Ella lo permitía. Al principio, le dolía, pero luego comenzó a disfrutarlo. Disfrutaba de tenerlo a él a su merced, de manipularlo cuanto pudiera. Pero, a veces, la jugada le salía mal, y Aegon terminaba teniéndola a ella comiendo de su mano. Como en ese momento, que Maela estaba encerrada en una sucia celda, rogando a los dioses que el rey perdonara su vida y la dejara regresar a la corte. Pero la misericordia de Aegon se había acabado, y deseaba verla sufrir.

A la mañana siguiente de que la encerraran, un guardia le llevó una jarra de agua y un bollo de pan. Le dijo que debía esperar hasta la tarde para conseguir un poco más. Pero no regresó hasta la noche, con las manos vacías y una manta extra. En su segundo día allí, sus condiciones mejoraron. El guardia le llevó un plato caliente de comida y una cubeta llena de agua, para que pudiera asearse un poco. En la tarde, recibió la visita de la reina madre, quien le llevaba un cambio de ropa.

─ Me duele verte aquí, Maela ─le dijo, ganándose una mirada de desprecio por parte de la joven ─ Pero más me duele pensar en lo mucho que has lastimado a mi hijo, luego de haberlo traicionado.

La princesa no dijo nada. Se limitó a mirarla. Cuando la reina disponía a retirarse, Maela habló.

─ ¿Valió la pena todo esto, Majestad?─le dijo ─ Puso a su hijo, que nunca deseó gobernar, en el trono. Pasó por encima de los deseos de mi abuelo, el rey. Dígame, Alicent, ¿realmente valió la pena? Porque si usted cree que tiene poder, está equivocada. El poder lo tienen los hombres. Nosotras no somos más que piezas que ellos mueven a su antojo en su estúpido tablero.

La reina no volvió a visitarla luego de eso.

Unos días después, oyó unos pasos acercándose. Pensó que se trataría del guardia que traía su comida, pero se equivocó. Cuando vio a su amiga Alyssa del otro lado de los barrotes de la celda, creyó que tantos días de encierro y hambre habían empezado a trastornar su mente, y que estaba alucinando. Pero la joven era real.

─ ¡Maela!

─ ¿Alyssa? ¿Qué haces aquí? ─se levantó y se acercó a la chica. Una hilera de barrotes la separaban, pero en su tiempo encerrada, era lo más cerca que había estado de una persona.

─ Me han permitido bajar a visitarla, princesa─le dijo─ Le he traído comida caliente y una tarta de limón. Su favorita.

─ Oh, Alyssa, que alma bondadosa tienes.

La joven le pasó un plato de sopa caliente, el cual Maela empezó a beber directo, sin necesidad de una cuchara. Se la acabó rápidamente. Luego bebió un poco de agua. Cuando empezó a sentirse mejor, miró seria a su amiga.

─ Necesito que me digas que está pasando en el reino, Alyssa. Ya he perdido la cuenta de cuánto tiempo llevo aquí, sin saber noticias de nadie.

─ Mejor tome asiento, princesa, porque no le gustará lo que va a oír.

Le dijo que Aegon había perdido su cabeza. Mandaba a matar a todo hombre que siquiera se atreviera a pensar en conspirar contra él. Ya no había ningún tipo de seguridad en el castillo. La gente temía que el rey les hiciera daño. Alyssa y su madre se limitaban a trabajar y trataban de no abandonar la cocina en ningún momento.

─ ¿Quién te envió aquí, entonces? ─inquirió la joven.

─ La reina Helaena vino a las cocinas esta mañana. Me pidió que te trajera algo de comida y pasara tiempo contigo.

Maela no podía creer las palabras de su amiga. ¿Helaena había dado la órden? Jamás pensó que la joven se preocuparía por ella. Incluso llegó a pensar que se sentiría mejor al saber que Maela estaba encerrada, lejos de ella, sus hijos y su esposo. Pero estaba equivocada.

─ ¿Hay noticias de Aemond?

Alyssa negó.

─ Lo último que supe fue que el príncipe estaba buscando aliados en las Ciudades Libres.

─ Aegon debe estar realmente desesperado ─dijo. Nadie en su sano juicio haría tratos con las Ciudades Libres. Se trataba de gente sin escrúpulos, que practicaban la esclavitud y vivían bajo ningún tipo de ley. Serían buenos aliados, por supuesto, pero no confiables.

─ Debo irme, princesa, pero prometo que volveré.

La dejó ir, lamentando tener que volver a quedarse sola en ese horrible lugar.

Traicion de Sangre || HOTDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora