QUINCE

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En la mañana, Maela y Aemond bajaron al salón circular, en donde desayunaron. El príncipe y Lord Borros discutían sobre dotes y posibles fechas para llevar a cabo la boda, cuando oyeron un fuerte rugido, proveniente del patio, en donde Vhagar descansaba. La princesa miró alarmada a su esposo, quien la tranquilizó, asegurándole que no era nada. Pero pronto las puertas del castillo se abrieron, y un joven Lucerys Velaryon, empapado por la lluvia, se adentró a la Sala Circular, con una carta en su mano. A Maela se le cayó el mundo abajo cuando vio a su hermano.

─ Lucerys ─dejó escapar en voz baja. A su lado, Aemond se paraba desafiante, mirando fijamente al muchacho. Lucerys se percató de la presencia de su hermana, a quien miró desilusionado.

─ Contemple a este ser lastimoso, mi señor ─gritó el príncipe─ Luke Velaryon, ¿o debería decir Strong? ─se dirigió hacia el pequeño príncipe ─ ¿O me equivoco, bastardo?

─ ¡Suficiente! ─bramó Maela. Todos en la sala voltearon a verla. Roja de la furia, la princesa se alejó de un lado de su esposo y se dirigió rápidamente hacia su hermano. ─ Lucerys, ¿qué haces aquí?

─ Lord Borros ─habló, ignorando a su hermana, y mirando únicamente al hombre ─ Le traigo un mensaje de mi madre, la reina.

Lucerys llevó la carta de su madre al estrado, en donde el Señor Baratheon se encontraba sentado en su trono. Este entregó la carta a su Maestre, quien la leyó y le susurró el contenido en su oreja.

─ Dime, muchacho ─se dirigió a él con dureza ─ Si cumplo con las órdenes de tu madre, ¿con cuál de mis hijas te casarás?

─ No soy libre de contraer matrimonio, mi señor ─contestó el príncipe, sonrojandose ─ Ya estoy comprometido con mi prima, Lady Rhaena.

─ Lo suponía ─señaló Lord Borros ─ Entonces vete a casa, muchacho, y dile a tu madre que no recibirá ningún tipo de apoyo de la Casa Baratheon, quien se mantiene leal al legítimo rey, Aegon II.

El príncipe dio medio vuelta, dispuesto a abandonar la sala, pero Aemond desenfundó su espada y le gritó:

─ ¡Quieto, Lucerys! Aún tienes una deuda pendiente.

Maela observó como su esposo se arrancaba el parche, dejando relucir el zafiro que ocupaba el hueco en donde estaba su ojo antes.

─ Tienes un cuchillo, como antes. Sácate un ojo y te dejaré marchar.

La princesa sintió sus rodillas desfallecer luego de escuchar las palabras de Aemond.

─ No lucharé contra ti, Aemond ─le dijo Lucerys, para tranquilidad de su hermana ─ He venido aquí como portavoz, no como caballero.

─ Has venido como traidor ─replicó el príncipe─ Si no te quito el ojo, te quitaré la vida.

─ ¡Aemond! ─gritó Maela, escandalizada. ─ No harás tal cosa, es solo un niño.

─ Silencio, Maela ─le espetó ─ Esto es entre el bastardo y yo.

─ Lucerys, vete, por favor ─le pidió la joven.

─ Haz caso a tu hermana, muchacho ─gruñó Lord Borros. Ordenó a sus guardias que escoltaran a Lucerys al patio del castillo, donde su dragón lo esperaba, encogido bajo la lluvia. Maela lo vio alejarse, y pidió a los dioses que velaran por la seguridad de su hermano, regresandolo sano y salvo a Rocadragón.

Aemond se dirigió hacia el señor de Bastión de Tormentas, pidiéndole permiso para retirarse, a lo que este se encogió de hombros y le dijo:

─ Es libre de hacer lo que le plazca, mi príncipe.

Aemond se apresuró a correr hacia las puertas, con Maela siguiéndole el paso. Fuera, se desataba una tormenta. Llovía torrencialmente y truenos retumbaban por todo el lugar.

─ Déjalo ir, Aemond ─le gritó Maela. El príncipe giró, encarando a su esposa.

─ ¡Sabes que no puedo!

─ Si me amas, déjalo ir ─ le rogó.

─ ¡Debe pagar una deuda, Mae!

─ ¿Qué cosas dices, Aemond? No es más que un niño asustado. Vhagar lo devorará de un bocado.

─ Solo quiero un ojo, Maela. No lo mataré, te lo prometo.

─ Toma el mío, entonces.

Maela se arrodilló en el barro, con la lluvia golpeando su cuerpo.

─ ¿Qué dices, Mae? ─le gritó el príncipe.

─ Toma mi ojo, el que tu quieras ─le dijo─ Tómalo y considera la deuda pagada.

─ ¡Levántate, Maela! ¡Vuelve adentro! ─le ordenó. La joven sacudió su cabeza, aún arrodillada en el piso. Su esposo se acercó a ella y la jaló de un brazo, levantándola. Ella se resistió, golpeó con todas sus fuerzas el brazo de su esposo, pero a Aemond no parecía importarle. La arrastró hacia dentro del castillo. Maela se derrumbó en el suelo, formando un charco de agua a su alrededor.

─ Si vas, olvídate de mi, Aemond─le dijo, a los gritos. Aemond se alejó por la puerta. Maela rompió en llanto, recostada en el suelo. Su cuerpo sufría fuerte temblores, a causa del frío. Quería morir allí mismo, pidió por ello a los dioses. Si su hermano moría, ella debía irse con él.

─ Traigan una manta para mi esposa ─escuchó la joven. Pensando que se trataba de un sueño, levantó su cabeza del suelo y, parado junto a ella, se alzaba la figura de Aemond.

─ Estás aquí ─le dijo.

─ No podía arriesgarme a perderte.

Traicion de Sangre || HOTDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora