DIECISEIS

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De regreso a la capital, Aegon los esperaba con un banquete, para celebrar la victoria de la pareja en Bastión de Tormentas.

─ Han probado su valía a la corona, al reino. Ahora dejen a nosotros llenarlos con gratitud ─brindó el nuevo rey.

─ Gracias, hermano ─dijo Aemond. Maela asintió, coincidiendo con su esposo.

La cena transcurrió en relativa paz y armonía. Maela llevaba sintiéndose mal desde que habían dejado Bastión de Tormentas, alegando que era el cansancio, mezclado con la lluvia y el mal momento que vivió. Aemond aún se sentía culpable por su arrebato. Había pedido perdón a su esposa mil veces. La princesa le aseguró que todo estaba bien.

─ Has vuelto a mi─le dijo─  Eso es lo que importa.

Pero, en realidad, Maela le guardaba cierto rencor. Había insultado y desafiado a su hermano. La humilló a ella, teniendo que rogarle de rodillas que perdonara la vida de Lucerys, que lo dejara ir. Maela sabía que su esposo no tenía intenciones de matarlo, solo quería saldar su deuda. Pero la sed de venganza que Aemond tenía, había llegado demasiado lejos. Ella no permitiría derramamiento de sangre entre su propia estirpe, no mientras pudiera evitarlo.

─ Creo que la feliz pareja se ha olvidado de contarnos algo ─soltó el rey, de repente. Maela miró a su esposo.

─ ¿De qué hablas, Aegon? ─inquirió Aemond.

─ Alguien me ha contado que tuvieron un encuentro con un pequeño bastardo, allí, en Bastión de Tormentas. Y que lo han dejado ir, a pesar de que es un traidor.

─ Aegon, no es necesario que digas esas cosas ─ intervino la reina viuda, Alicent.

─ No me callaré, madre ─dijo ─ Mi hermano ha jurado lealtad a mi y, sin embargo, cuando se la cruzado la oportunidad de acabar con uno de mis enemigos, no la ha aprovechado. ¿Qué debería pensar de él?

─ No mataré niños por tu causa, hermano ─ espetó Aemond, poniéndose de pie.

─ ¿A ningún niño, ─inquirió ─ o solo no al hermano de tu esposa?

─ Mi rey ─intervino Maela ─ Le aseguro que Lucerys solo estaba allí como mensajero y, en ningún momento, faltó el respeto a usted o a nosotros. No había necesidad de acabar con su vida.

Aegon ignoró a la joven. En cambio, rodeó la mesa y se acercó a su hermano, enfrentandolo. Aemond era más alto y fuerte en comparación, pero su mente no era tan retorcida como la de su hermano mayor.

─ ¿Qué clase de hombre eres, hermanito? Has dejado escapar al bastardo que te arrebató tu ojo y, cuya madre, planea quitarme lo que es mío por ley. Déjame decirte lo que eres: un cobarde.

─ ¡Aegon! ─gritó Alicent, escandalizada.

─ Tranquila, madre ─dijo Aemond─ Tomo sus palabras de quien vienen─ Luego, dirigiéndose a Aegon, escupió: ─ Un borracho inútil que solo tuvo la suerte, o desgracia, de nacer primero.

Maela quedó boquiabierta. Temió lo que pudiera pasarle a su esposo. Se paró y se interpuso entre los dos hombres, quedando frente al rey. Este la miró, preso de su ira, y soltó un gruñido.

─ La próxima vez que me hables así, ─apuntó al joven con un dedo─ cortaré tu cabeza y me follaré a tu esposa delante de tu cadáver.

Maela soltó un suave suspiro cuando el rey se alejó de ellos y se retiró del salón. Miró a su esposo, quien se mantenía tenso en su lugar, apretando su mandíbula. La princesa tomó su mano y, mirándolo a los ojos, le dijo:

─ Tranquilo, Aemond. Él no me lastimará.

Aemond sabía que no lo haría porque, antes de que le pusiera una mano encima a Maela, él mismo acabaría con la vida de su hermano.

Maela sabía que Aegon no la lastimaría porque, en el fondo y, a su retorcida manera, la quería.

Una mañana, mientras todos desayunaban, Aegon entró, borracho, y se puso a discutir con Otto Hightower, su mano. Le recriminó que, por culpa suya, estaban perdiendo. Daemon Targaryen había tomado Harrenhall, y los partidarios de los Negros saqueaban aldeas, y sumaban victorias, mientras que ellos acumulaban fracasos. El hombre intentó excusarse, señalando que la guerra la ganarían siendo pacientes y estrategas, pero Aegon quería ver sangre.

─ Ser Criston Cole será mi nueva mano─ anunció, arrancando de la ropa de Otto la insignia de la mano del rey. ─Él nos guiará hacia la batalla y triunfaremos. Tarde o temprano, la zorra caerá y sus pequeños bastardos arderán.

Maela se retiró de la mesa de inmediato, regresando a su habitación. Se hundió en su cama, ya sin lágrimas que llorar. Sentía un peso enorme sobre sus hombros. El peso de la traición. Estaba traicionando a su familia, a su sangre. Cada día que se miraba al espejo, sentía asco de la imagen que reflejaba. ¿En quién se había convertido?

Cada día debía escuchar como otros conspiraban para asesinar a su madre, olvidando que ella era hija de Rhaenyra y, que "sus bastardos", eran sus hermanos. Maela conocía la verdadera naturaleza de sus ellos, pero se negaba a aceptarla. Ella, de cabellos plateados, casi blancos, y ojos violetas; ellos, castaños y de ojos marrones. La diferencia era evidente. Los mismos chicos lo sabían, y parecían estar de acuerdo con ello. Maela recordaba como había sido todo luego de la muerte de Harwin Strong. Jacaerys había enfrentado a su madre y exigido la verdad. Rhaenyra le dijo que, antes que nada, él era un Targaryen. El día que ascendiera al trono, no sería como Jacaerys Velaryon, sino como Jacaerys Targaryen, el primer rey de su casa poseedor de cabellos oscuros. La joven sabía que eso no podía suceder. Si su madre ganaba la guerra, se desataría otra el día que su hermano asumiera como rey. Maela esperaba no estar viva para presenciarla.

Aemond se unió a ella poco después. Entró a la habitación y se encontró con su esposa enredada entre las sábanas, dormitando. Se sentó a su lado, acariciando su espalda suavemente. De a poco, Maela empezó a despertar.

─ ¿Estás bien? ─le preguntó él. Su esposa, despeinada y risueña, sonrió, asintiendo.

─ Me he dormido entre pensamientos ─dijo.

Maela se hizo a un lado y le permitió a Aemond acostarse junto a ella. Él apoyó su cabeza en el regazo de ella. La princesa le removió el parche, tirandolo a un lado y comenzó a acariciar el cabello de su esposo. Este gruñó ante el tacto.

─ Déjame mimarte ─le dijo.

─ No soy un niño.

─ A veces actúas como uno ─murmuró.

─ No cuando te hago mía.

Maela rió, avergonzada. Aemond se incorporó, quedando a su altura. Se miraron con intensidad, como solían hacerlo. El príncipe no podía imaginar otros ojos que no fueran los de ella. Podía perderse en los orbes violetas de su esposa, y en su cuerpo; tocando su piel, besándola.

─ ¿En qué piensas, mi príncipe?

─ En ti, Mae. Siempre ocupas mis pensamientos.

─ ¿Aún ahora, con la guerra comenzando?

Tomó el rostro de la joven entre sus manos y depositó un suave beso en la punta de su nariz. Ella frunció el ceño.

─ Especialmente ahora.

Traicion de Sangre || HOTDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora