DIECINUEVE

3.8K 404 25
                                    

Maela cumplió con su palabra y, luego de hablar con Aemond, regresó a los aposentos del rey, donde Alicent esperaba por ella.

─ Mi reina, lo siento mucho ─le dijo. Alicent se acercó a ella y la abrazó.

─ Está bien, Maela. Ahora estás aquí, eso es lo importante.

─ ¿Cómo está el rey?

Alicent cerró los ojos, dejando escapar unas lágrimas. La joven le dedicó una mirada de simpatía. Era difícil ver a Aegon de esa manera, inmovilizado en la cama, desfigurado por las quemaduras. Su pronóstico no era bueno, pero los Maestres le aseguraron a la reina viuda que harían todo lo posible para salvarlo.

─ Ellos cambiarán su vendaje y se encargaran del aseo, pero necesito que tú estés a su lado, en caso de que necesite agua o haya que darle leche de amapola.

─ Está bien, Majestad.

Maela se encargó del rey por unas semanas, hasta que el caos se desató.

Por las mañanas, le leía. En las tardes, lo ayudaba a sentarse, para que pudiera estirarse un poco. A la noche, la reina Alicent se encargaba de él. Maela normalmente regresaba directo a sus aposentos, donde Aemond la esperaba con la cena servida. Comían y luego se retiraban a la cama. Maela no estaba de ánimo para intimar con él, cosa que su esposa respetaba. No se creía capaz de tocarlo, no luego de ver todo el día el cuerpo quemado de Aegon y aguantar las lágrimas cada vez que el rey gritaba de dolor pidiendo por leche de amapola. La joven creía no sentir lástima por él pero, en el fondo, le importaba. Aegon había tomado mucho de ella, y aún le guardaba cierto estima en su corazón. El joven la había mancillado, humillado, llevado al límite de la cordura pero, por mucho tiempo, ese fue el único tipo de amor que la princesa conoció. Hasta que Aemond llegó a su vida.

─ Agua, por favor ─pidió en un susurro Aegon.

Maela rápidamente se levantó de la silla y sirvió una copa con agua al rey. Aegon se incorporó y bebió todo el contenido.

─ ¿Desea más, mi rey? ─le preguntó. Él sacudió la cabeza negando. La joven se acercó a la cama y acomodó una almohada detrás de su espalda, para que Aegon pudiera estar más cómodo. Luego volvió a tomar asiento─ ¿Cómo se siente, Majestad?

─ Quisiera un poco de leche de amapola─le dijo.

─ Ha bebido suficiente por hoy ─respondió ella. Aegon gruñó. ─Intente conciliar el sueño, mi rey.

─ Tócame ─le dijo. Maela suspiró.

─ Mi rey, no creo que sea adecuado ─explicó.

─ No te lo estoy preguntando, te lo estoy ordenando ─Maela no dijo nada─ Soy tu rey, Maela. Obedeceme.

La joven tragó saliva, nerviosa. Intentando disimular su inquietud, la joven se sentó en la cama, a un lado del rey, y levantó la sábana que lo cubría. Se encontró con el cuerpo desnudo de Aegon, cubierto de vendas. Maela analizó la situación, y decidió que era demasiado para ella. Le generaba repulsión ver el cuerpo todo quemado del rey.

─ Aegon, no me hagas hacer esto ─le pidió. Él soltó un bufido.

─ Vete, entonces.

Ella salió prácticamente corriendo de la habitación. Se dirigió rápidamente a sus aposentos, en donde se encontró la puerta abierta. Extrañada, entró con sigilo, temerosa de lo que podía llegar a encontrarse. Su sorpresa fue grande cuando se topó con la reina dentro, discutiendo con Aemond. Al notar la presencia de la jóven, ambos se callaron. Alicent se acercó a Maela, quien permanecía quieta.

─ ¿Cómo está Aegon? ─preguntó.

─ Mejor, Su Majestad. El rey pronto podrá salir de su cama.

Alicent forzó una sonrisa y volteó a ver a su hijo, quien la miraba con una expresión fría en el rostro. Maela observaba a ambos curiosa, preguntándose que estaba pasando. Cuando la reina se retiró, Maela cerró la puerta.

─ ¿Qué ha sido todo eso? ─cuestionó la joven. Aemond se acercó a la mesa, donde se sirvió una copa de vino y la bebió─Aemond, habla conmigo, por favor.

─ Mae, no hay nada que decir.

─ ¡Siempre dices lo mismo! ─arremetió contra él, perdiendo los estribos. ─ ¡Tengo que encargarme del cuidado de tu hermano, soportar cosas horribles y, cuando regreso a nuestra habitación, en busca de un poco de paz, debo también soportar que tú me ignores!

─ ¿Qué quieres que haga, Maela? ─le gritó él ─ ¡Perdóname por no hacer que las cosas sean perfectas para ti! ¡Perdóname por obligarte a traicionar a tu familia, a mancillar tu espíritu cuidando de mi hermano!

─ ¡Jamás te pedí una vida perfecta! ─le dijo─ Solo quiero que me incluyas en tus decisiones, porque soy tu esposa, porque decido permanecer a tu lado, a pesar de que podría escaparme ahora mismo hacia Pozo Dragón y volar en lomos de Veraxes lejos de aquí. Lejos de ti.

─ ¡Pues hazlo, entonces!─le dijo─ Yo no voy a impedirtelo.

Maela se quedó observándolo por unos segundos, mordiéndose el labio con fuerza, para controlar las palabras que querían salir de su boca. Sin poder contener más las ganas de saltar sobre él y hacerlo pedazos, dio media vuelta y salió apresurada de la habitación, sabiendo exactamente a donde se dirigiría.

Lord Caswell abrió la puerta de su habitación y, al encontrarse con la princesa, frunció el ceño, confundido.

─ ¿Puedo ayudarla con algo, princesa?

─ Necesito hablar con usted ─le dijo. El hombre observó a su alrededor ─ Descuide, no hay nadie por aquí.

Le permitió ingresar al cuarto. La esposa del hombre, Maude, vestía sus ropas de dormir. Al ver a la princesa, se levantó de la cama e inclinó su cabeza, en señal de respeto.

─ Buenas noches, princesa ─le dijo.

─ Lady Caswell, siento mucho interrumpirlos a estas horas ─se disculpó Maela, avergonzada. Su arrebato la había llevado hasta allí, pero nunca pensó seriamente en sus acciones. Lord Caswell se hallaba confundido y, también, asustado. Porque una cosa era que platicaran en el jardín, pero ya que la joven recurriera a sus aposentos, entrada la noche, podría levantar sospechas y ponerlo en riesgo tanto a él como a su esposa.

─ Recurro a usted desesperada, mi Lord. Necesito saber si Daemon ha envíado otra carta.

Lord Caswell asintió levemente.

─ Daemon me ha informado que la reina Rhaenyra ha mejorado.

Maela suspiró, aliviada.

─ Y que están planeando atacar la capital ─dijo. Luego, despertando una sonrisa en el rostro de la joven, añadió: ─ Pronto.

─ ¿Tiene papel y tinta? ─preguntó. El hombre asintió. En cuanto terminó de escribir la carta, se la entregó─ Envíela a Rocadragón.

Cuando regresó a su habitación, Aemond la esperaba. Parecía notablemente arrepentido por la discusión que habían mantenido antes. Se alivió al verla.

─ Pensé que me habías dejado ─le dijo.

Maela pasó a su lado, ignorandolo, y se dirigió directo al armario, sacando una manta y una almohada. Decidida, se acercó a él y se las entregó. 

─ Ve a dormir a los establos con los caballos o a la Colina de Rhaenys, junto a Vhagar. Donde más te guste. Pero no regreses hasta que yo lo diga.

Traicion de Sangre || HOTDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora