18. Me amarás al amanecer

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Haruchiyo entró a su habitación en el hotel y comenzó a quitarse el traje, dejando las prendas tiradas por el suelo hasta quedar en ropa interior y llegar a la cama, donde se dejó caer boca abajo, apagó las luces y se acomodó para dormir. Sintiendo los párpados pesados por el cansancio, el sueño lo invadió antes de que pudiera darse cuenta.

 Sintiendo los párpados pesados por el cansancio, el sueño lo invadió antes de que pudiera darse cuenta

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–Abre los ojos, Haruchiyo –escuchó una voz femenina susurrar melodiosa en su oído.

Arrugó el ceño con molestia al ser perturbado mientras dormía pero sintió una molestia extraña y comenzó a abrir los ojos con dificultad. Conforme se volvió consciente de sí mismo, pudo darse cuenta de que ya no estaba en la cama sino sentado y no sólo eso, estaba inmovilizado por correas de cuero en brazos, piernas, la cintura, el pecho, el cuello y la frente. Sus piernas estaban separadas y los brazos extendidos en los costados, pegados a su cuerpo. Intentó hablar pero también estaba amordazado y una esfera plástica en su boca le impedía hacer otro ruido que no fueran gemidos.

Miró a su alrededor, estaba en un cuarto de paredes grises. No había ventanas y no veía ninguna puerta, así que supuso estaba a sus espaldas. La iluminación era tenue pues consistía en velas por todo el perímetro del lugar, que además lo llenaban de un olor a parafina y provocaba que se sintiera calor, por lo que le tomó tiempo darse cuenta de que estaba completamente desnudo.

Podía ver frente a él una silla vacía y a un lado, una mesita con varios objetos que por la falta de luz no alcanzaba a distinguir, sólo veía siluetas negras.

Sintió la presencia de alguien a sus espaldas pero las correas en su frente y cuello le impedían girar la cabeza. Su respiración se volvió apresurada por la adrenalina que le recorría el cuerpo al darse cuenta que había caído en una trampa y probablemente ahora lo iban a matar.

Forcejeó tanto como pudo pero la silla metálica a la que estaba atado y las correas que lo mantenían así, no se movieron ni un milímetro. En su mente sólo podía pensar en lo estúpido que había sido al bajar la guardia estando en el territorio de Nomura y en que si moría ahí, Bonten estaría en peligro. Mikey estaría en peligro.

Ante ese pensamiento, la ira se apoderó de él, dándole nueva fuerza con la que consiguió romper la correa que mantenía sujeta su muñeca derecha, desafortunadamente había otras cuatro correas a lo largo de su brazo, así que poder mover la muñeca no le era de mucha ayuda, en realidad seguía inmóvil, así que continuó forcejeando pero ninguna otra de las correas se movió.

–Tranquilo, Haruchiyo– aquella voz que lo había despertado volvió a escucharse a sus espaldas–, no vas a morir esta noche.

Sanzu escuchó pasos de tacones resonar y estaba seguro que era la esposa de Nomura pero seguía sin poder verla, pues se mantenía detrás de él. Además, no terminaba de comprender a qué se refería con que no lo iban a matar. "¿Para qué me trajeron aquí entonces? ¿Tendrá que ver con la prueba? ¿Me van a torturar?", pensaba Haruchiyo no con miedo sino con rabia.

Los débiles no sobreviven (Bonten x OC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora