𝑷𝒂𝒑𝒊

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—Heeseung, e-espera... —el mayor le besaba sin detenerse, con necesidad, con pasión. —Vas muy rápido- ¡mh! —sus dientes se clavaron en su oreja.   

                     

—Perdón... Estoy feliz. —soltó una risita que sacudió el corazón de Jake.   

                     

Se abrazaron nuevamente, sentados en el suelo, el menor en el regazo del pelinegro.   

                     

—... ¿En qué momento te diste cuenta? —susurró jugando con su cabello.   

                     

—No lo sé. Tal vez... empecé a sospecharlo desde que fui a tu casa. — murmuró apoyando su mejilla en el hombro de Lee.   

                     

—Pero ese día dijiste que no te gustaba.   

                     

—No quería aceptar que me atraía alguien tan odioso como tú. —rió cortamente, cerrando los ojos. El mayor soltó una corta carcajada.   

                     

—Y... ¿qué fue lo que te hizo decidir? ¿Fue la cena? No, los libros tal vez. ¿O aquella fotografía? —le miró pícaro.   

                     

—Realmente eres un tonto, no lo decidí por las cosas que me diste. —le miró con ligera molestia. —Yo no soy así. Aunque... la fotografía ayudó. —murmuró desviando la vista.   

                     

—Ah, ¿así que estuviste viendo mis músculos? —sonrió de lado. —Eso me recuerda... te veías realmente sexy en toalla el otro día.   

                     

—¡Cállate! Pensé que eras mi padre. —cubrió su cara con sus manos.   

                     

—Si te hace sentir mejor, puedes decirme papi también. —susurró sobre su oído, causándole escalofríos.   

                     

—¡L-Lee!   

                     

—¿Qué? ¿Prefieres daddy? También podrías llamarme oppa~   

                     

Recibió un golpe en el pecho, y entonces se dio cuenta de un pequeño detalle.   

                     

—Oye, ¿acaso... hice que te pusieras duro? —susurró viendo entre sus piernas con una sonrisa ladeada.   

                     

—¡No puedo evitarlo cuando haces estas cosas! —se excusó, alejándose un poco sin dejar de tapar su rostro con un brazo y juntando las piernas, aunque le resultaba incómodo.   

                     

—Pero está bien, no tienes que ocultarlo. —se acercó con suavidad y puso sus manos en las rodillas del menor. —Ya que fue mi culpa, ¿quieres que te ayude?

𝗦𝗛𝗬 𝗕𝗢𝗬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora