𝑯𝒐𝒎𝒃𝒓𝒆 𝒅𝒆 𝒑𝒂𝒍𝒂𝒃𝒓𝒂

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—Ahora por favor, vete de mi casa.

                     

Nadie se movió. Incluso Heeseung estaba tardando en procesar las palabras del hombre. ¿Alejarse de Jake para siempre? Era simplemente inconcebible, inimaginable, imposible. Una vida sin él sencillamente... no era vida.

                     

Ya se habían encontrado. ¿Cómo podrían separarse?

                     

—P-padre... —los ojos del menor se cristalizaron.

                     

—Déjalo, Jake. —Heeseung había tensado las facciones, presa de la impotencia. —Dije que aceptaría cualquier castigo.

                     

—Al menos eres hombre de palabra. —el señor Sim alzó una ceja.

                     

Heeseung sabía que no tenía caso discutir con él; eso solo empeoraría las cosas. Por ello, soltó un corto suspiro y, segundos después, dio media vuelta, abrió la puerta de la casa y salió.

                     

El rubio le siguió rápidamente hasta el umbral.

                     

—H-Heeseung... —sus ojos se llenaron de lágrimas, mientras le tomaba la mano entre las suyas para retenerlo.

                     

—Shh, no llores. —susurró muy bajito. —Tu padre se equivocó. No puedo ser hombre de palabra... si la promesa consiste en alejarme de ti. —le dio una leve y triste sonrisa.

                     

Aquellas simples palabras bastaron para que el pálido rostro de Jake recuperara su color. Y sus lágrimas cayeron en medio de una suave risita.

                     

—Es un alivio. Realmente pensé que me estabas dejando... —sollozó sonriendo débil, en un hilo de voz.

                     

El mayor sintió la ferviente necesidad de tomarle la carita entre sus manos y besar sus labios para que dejaran de temblar, pero el hombre detrás de ellos aún los observaba, por lo que se contuvo haciendo un esfuerzo sobrehumano y liberó su mano de entre las del contrario.

                     

—Revisa tu bolsillo. —fue lo último que susurró antes de irse.

                     

—... Jake, entra de una vez. —le ordenó su padre.

                     

Y, secando sus lágrimas, obedeció; cerró la puerta, dedicándole una última mirada a la silueta que desaparecía en la calle, y luego lo miró de frente, con determinación.

                     

Ya no era un niño. Su padre tendría que escuchar lo que tenía que decir.

𝗦𝗛𝗬 𝗕𝗢𝗬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora