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El sol caía dando la bienvenida a un bello atardecer, sería hermoso de presenciar si tan solo estuviera con la persona correcta, pero eso ni siquiera ocurrió, no ocurriría aunque lo deseara pues a quien había entregado su corazón era ahora un ancla que había decidido llevar a cuestas a pesar de su propia felicidad.

Se sentía sola mientras caminaba al museo de Louvre en París, Francia. Su novio había preferido ir con un grupo de conocidos a un bar en el centro de la ciudad mientras dejaba a su pareja andar sola en el país del amor.

No había pensado que aquel viaje que habían planeado con antelación fuera así. Mientras caminaba, apretaba los puños intentando contener aquellas lágrimas de decepción que amenazaban con salir. Tomaba otra bocanada de aire intentando relajarse y al menos, disfrutar de las maravillas que aquel museo le podía entregar.

Como era costumbre, la mayoría de las personas se colocaban alrededor de La Gioconda de Leonardo da Vinci, ella por otro lado recorría los pasillos buscando aquella escultura que al momento de verla le generaba unos celos impresionantes.

—¿Por qué no pude ser yo? —se preguntaba mientras mordía la uña de su pulgar y admiraba la escultura de El beso.

Psique reanimado por el beso del amor le causaba unos celos tremendos pues ella había sido amada a tal punto que los dioses le concedieron estar al lado de su amado otorgándole una vida inmortal.

Mientras observaba la obra se preguntaba qué diferencia había entre ella y Psique. Kyomi Mochizuki era una joven que hacia honor a su nombre, una belleza pura que era cautivada por la luna y guardaba en ella todas sus esperanzas.

Había amado a Masato Ohashi desde que lo conoció ya hace varios años durante la escuela. No recordaba porqué se había enamorado de él y para ese momento de su vida había dejado de buscar una respuesta.

Ya no lo quería como antes y cada día se convencía más de que su vida sería miserable al lado de ese chico. Por eso envidiaba a Psique, porque había sido amada verdaderamente.

De pronto sintió que alguien la miraba, era tal el efecto que volteó a buscar a quien fuera que la admiraba pero no encontró a nadie, en la sala de exhibición.

"Me pregunto si alguna vez hablaste sobre extrañar a alguien."

—Ya me estoy imaginando cosas —soltaba una risa nerviosa mientras dejaba el lugar mirando el reloj de su muñeca— ya casi es hora... espero todo salga bien.

Estaba concentrada imaginando todas las situaciones posibles que podría encontrar la próxima hora que no notó que alguien la estaba siguiendo de cerca con tal cuidado de no perderla de vista que parecía había encontrado un tesoro.

Pronto llegó a una cafetería, donde para calmar sus nervios, pidió chocolate caliente con crema siendo advertida que habían pocas mesas disponibles pues se encontraban con demasiados clientes.

—Disculpa, ¿Podemos compartir la mesa? —se esforzó por sonreír e intentar sonar amable.

—Claro, no hay problema —aquel sujeto parecía confundido ya que no esperaba que Kyomi se le acercara.

—Perdón si interrumpo —tomaba asiento dejando su bolso a un costado suyo— dicen que está cafetería es famosa por su chocolate así que tenía que venir.

—¿Te gustan los dulces? —preguntaba aquel extraño posando una dulce mirada en la joven.

—Claro, prefiero el dulce a lo salado —mezclaba con cuidado la crema y el chocolate— es algo que siempre me ha gustado —parecía recordar con tristeza algo relacionado a la conversación siendo notorio para su acompañante.

SelenofiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora