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El miedo y la incertidumbre habían dejado sus cuerpos y ahora mismo disfrutaban de su libertad como habían deseado hace mucho.

Con la noticia de la llegada de Galatea al Valhalla, muchos dioses habían enviado presentes a la castaña en un intento de acercarse a ella porque lo que más deseaban era el poder e influencia que tenía de parte de su padre.

Uno a uno iba abriendo los regalos que llegaban y lo más curioso era la forma en que aquello se asimilaba a los regalos de bodas.

-Las parejas los suelen recibir antes de la boda aunque eso depende de un lugar y otro -la gran mayoría eran joyas preciosas.

-Pero no envían nada para mí -protestó el rubio con los cachetes inflados.

-Es que no saben lo que hay entre los dos -apartaba los chocolates o dulces que pudieran llegar para su esposo que con tan solo saborear uno de ellos dejaba de lado el tema.

-Aún así me gusta pensar que todos los regalos que llegan son nuestros presentes de matrimonio.

El gran salón donde se encontraban albergaba a una pareja que desde hacía mucho tiempo deseaba saborear la dulzura de su amor. Es por eso que los roces que llegaban a tener encendían en sus cuerpos la necesidad de llegar más allá de un simple beso.

-Ahora que sé que como Diosa la maldad del mundo no puede dañarte, no sabes cuanto deseo hacerte mía.

Aquellas palabras ruborizaban a la joven que con los ojos desbordantes de pasión aceptaban las intenciones de su pareja.

-Eres tan hermosa -recalcó el dios juntando sus labios con los de ella en un profundo beso que odiarían se termine.

Lo que pasó después fue haberla recostado sobre el sillón del salón donde hasta hace un momento se encontraban abriendo regalos envueltos en brillantes papeles de colores, que con la luz del sol que ingresaba por la ventana resultaba en arcoiris que danzaban por el lugar.

-Pero hay algo que quiero saber antes de continuar -una pausa entre las caricias que intercambiaban solo la ponía más ansiosa.

-Claro dime, ¿Qué quieres saber? -esa dulce voz mezclada con el deseo del momento lo descolocaba y hacía perder la razón.

-Quiero hacerte mía hasta el cansancio -confesó hipnotizado por la belleza de su esposa- ¿Puedo?

La ojiazul sonrió ampliamente al mismo tiempo que su rostro adquiría un tono rosado debido a aquella pregunta y la excitación que sentía. Aún así, debía darle una respuesta porque ella también quería lo mismo.

-Si -respondió en un tono de anhelo o casi suplica.

Ante aquella aprobación el rubio volvió a juntar sus labios entregándose a lo que sentían en aquel momento. Una de sus manos levantaba la pierna de la chica mientras ella acariciaba su espada haciéndole saber que podía llegar más allá si eso deseaba.

Mientras ella la acercaba a su cuerpo enredando su cabello en sus dedos, el no perdía el tiempo y tomaba sus caderas entre sus manos acortando la distancia.

Fácilmente pudieron haber llegado a algo más de no ser porque el toque de la puerta había interrumpido su momento de intimidad. Querían dejar que siguieran tocando a la puerta, estaban bastante concentrados en lo que hacían, pero ahora se escuchaban gritos que los llamaban y debían atender el llamado.

-Vamos a tener que continuar en otro momento -el ojiazul se levantó de su posición ayudando a su esposa quien recobrando la respiración.

Ambos arreglaron su ropa y peinado lo mejor que podían ya que habían tardado en abrir la puerta y lo que menos querían era levantar sospechas.

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