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El ambiente que se formaba en la sala del hogar era realmente incómodo, tenso y por sobre todo expectante.

—Ya estamos en casa —pasaron por la puerta y dejaron sus zapatos usando unas pantuflas para entrar.

—Bienvenida... bienvenidos —ambos padres no entendían por qué su hija venía de la mano con alguien diferente a su novio.

—Kyomi, ¿Qué está pasando? —el padre de la joven les abría camino para sentarse frente a ellos— Masato nos dijo que ustedes se van a casar, pero vienes llegando con alguien más.

—¿Casarnos? —miró con sorpresa al pelinegro quien con una sonrisa triunfante pensó que no habría forma de negarlo.

—Con todo respeto, pero él no puede casarse con su hija —Buddha guiaba la conversación ante la sorpresa de todos ya que no esperaba que se involucre en asuntos familiares.

—¿De qué hablas? Kyomi y yo llevamos ocho años juntos, es normal que decidamos formalizar nuestra relación —intentó tomar la mano de la castaña mientras ella la aparta rápidamente.

—De ninguna forma, ¿Por qué no le dices a mis padres el por qué terminamos? —respondió tomando con su mano la parte vendada de su brazo— espera, eso los desilusionaría, mejor lo hago yo.

Kyomi quitó la venda de su brazo dejando ver las marcas de los dedos causados por un fuerte agarre que a pesar de los días seguía claro.

—Cuando terminé contigo tu intentaste sujetarse para que no me fuera —sus padres no lo creían y lo miraban con cara de pocos amigos— de no ser por tu amigo seguro hubieras sido capaz de hacerme algo peor.

—Eso es mentira, yo nunca te haría daño —se levantó de golpe indignado por la acusación— preferiría morir antes de herirte.

—Tu sabes que es verdad, tu conciencia te lo dice —mientras evitaba verlo se levantó a buscar unas copas de vino y abrir una botella nueva— todo lo que quería era estar contigo, pero me traicionaste muchas veces —servía en cada copa un poco de vino y la entregaba a los presentes— llegué a pensar que no llegaría al cielo si me pasaba algo porque era mi culpa haber caído en tus engaños.

—¿Qué se supone que haga con esto?

—Brindemos por todas las cosas que perdí contigo —alza la copa, solo uno se une a ella, solo eso le basta para continuar— será mejor que te vayas, ya hiciste bastante daño, además no caería en tus mentiras nuevamente.

Humillado y sin nada que refutar dejó la copa intacta sobre la mesa de café y se fue azotando la puerta.

La seguridad que Kyomi tenía se desvaneció y cayó de rodillas frente a su madre quien la abrazó entendiendo el dolor que tuvo que cargar todo ese tiempo.

—Tranquila, te llevaré a tu habitación a descansar —ambas mujeres subieron al segundo piso dejando al resto.

—Acompáñame un momento.

El señor Mochizuki caminó a una habitación que usaba como oficina siendo seguido por Buddha donde se sentaron frente a frente.

—¿Quiere un poco de té? —antes de que ocurriera todo aquel espectáculo el padre de Kyomi esperaba tomar el té en buena compañía.

—Gracias, ¿De casualidad tiene azúcar? —pensó que era una petición absurda, pero la azucarera no tardó en aparecer— si que está preparado.

—No es el único que le coloca azúcar a una buena taza de té... a todo esto dígame ¿Cómo es que conoció a mi hija?

—Le parecerá extraño, pero la conozco desde hace miles de años —con la cucharilla mueve el azúcar en la taza disolviéndola— la conozco tan bien que podría decirle que es por ella quien tiene el azucarero listo, le gusta cinco cucharadas de azúcar en su té, siempre usa una manta suave para dormir porque la temperatura de su cuerpo baja por las noches, además...

"Tiene el alma más dulce que he visto."

—Aquí descansarás mejor, nada como tu habitación —notaba un aire de alivio alrededor de su hija, realmente estaba feliz por ella— ¿Necesitas algo más?

—No, solo quiero dormir un poco es todo —se tapa con las cobijas y mientras cierra los ojos continúa— de hecho... ¿Podrías pedirle que suba?

La explicación del conocimiento que el rubio tenía pobre la hija de la familia era realmente atinada. Todos esos detalles habían sido recolectados a través de diferentes vidas conectando los hechos a ciertas acciones de Kyomi en el pasado.

—Ahora que lo dice, desde que era una niña, Kyomi solía decir cosas que para nosotros no tenían sentido —un sorbo de té, pero que pena, ya está tibio— un día decía ser una reina que más que ser bonita y amada, su deber era cuidar de su pueblo.

Recordaba con dulzura cómo su niña agrupaba un montón de peluches frente a ella mientras a cada uno lo llenaba de obsequios agradeciendo ser su reina.

—También solía decir que como  servidubre en un palacio,  era su deber cuidar de su señora y acompañarla en la vida que tanto le dañaba el corazón —no pensaba que todo eso era una locura, eran señales.

—Esos no eran cuentos de una niña —su taza de té se había terminado.

—Lo comprendí cuando encontré por casualidad la biografía de una emperatriz que coincidía con la descripción que hacía Kyomi, también encontré a la sirvienta, aunque es difícil saber que fue ella porque...

—La sirvienta murio dando su vida cumpliendo su deber —recordaba con sumo detalle aquel día— hasta el último momento se quedó con su señora en un intento de darle tiempo para escapar.

—Entonces todo es verdad —sabía que su hija era especial— me alegro, siempre le pedí a los dioses que la protegieran, ahora se que nunca estuvo sola.

—¿A qué se refiere? —¿Acaso había encontrado su secreto?.

—Creo que es muy claro... los lóbulos de sus orejas, el bindi en su frente y el aura de paz que desprende, solo hay alguien así.

La puerta de la habitación se abrió dejando ver a la madre de Kyomi con una ligera sonrisa en el rostro.

—Perdón por interrumpir, pero Kyomi quiere que suba a verla —tan pronto escuchó la petición se puso de pie esperando las instrucciones de cómo llegar a ella— Está en su habitación, segunda puerta del fondo a la derecha.

—Gracias, permiso —no hubo objeción alguna en que suba a verla.

—¿Crees que sea correcto? —la esposa tenía ciertas dudas de ambos.

—Lo es, está en buenas manos —respondía el esposo disipando las dudas de la mujer.

En su habitación, Kyomi luchaba por quedarse dormida, todavía había mucha luz fuera y de momentos pensaba en si era su destino que su vida terminara de la misma forma en cada ocasión.

—¿Me llamabas? —encontrar su habitación había sido sencillo, solo siguió el llamado de su alma— ya llegué.

—Ven aquí —lo llamaba agitando la mano, obedeció y fue a su lado— no puedo dormir.

—Estabas muy cansada durante el viaje, ¿Acaso estás pensando en algo más?

—Tengo miedo... dijiste que había una forma en que estemos juntos en esta vida —se acurrucaba a su lado, ocultándose— pensaba en qué tan especial tenía que ser una simple humana como para...

—No digas eso, tu y yo nos enamoramos antes de que me convirtiera en un dios —la sacó de su escondite haciendo que viera sus ojos— nada ni nadie podrá negar eso y si mi plan falla, entonces tengo un segundo plan para hacer que los dioses te acepten a mi lado.

—En ese caso, te confío todo mi ser —esta vez ella lo abrazó encontrando por fin la paz para descansar— te amo, por favor quédate conmigo.

—Para siempre.

En su mano apareció un hermoso anillo dorado con una flor de loto que irradiaba un brillo singular. Con cuidado lo colocó en su dedo anular formando así un lazo aún más fuerte ya que incluía la promesa de amor eterno que le prometía el uno al otro.

"Toma mi mano en secreto y besame cuando nadie vea."

SelenofiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora