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Llegaron a destino dos horas después de partir justo a tiempo para apreciar un bello atardecer que les daba la bienvenida a las playas de Le Havre.

Correr descalza en la arena era una sensación que anhelaba hacía mucho tiempo, ahora corría y saltaba como una niña, aquella que había pasado sus mejores años preocupándose por cosas que no eran importantes.

—Ven, el agua no es tan fría como parece —levantaba un poco su vestido para poder caminar mejor, una fría sensación subía por su espalda, el agua estaba helada aunque eso no importaba.

—Oye dijiste que no estaba fría, nos vamos a congelar aquí —la queja se vio interrumpida por el agua que llegaba a su rostro mientras Kyomi se la lanzaba a modo de juego.

—Oh vamos, no le temes al agua fría —lanzaba agua nuevamente obteniendo el mismo efecto de las salpicaduras sobre ella.

Los dos seguían el juego entre risas y gritos de alegría, no les importaba la temperatura del agua o el que la luz del sol se iba alejando con cada minuto que disfrutaban de ese momento.

No fue hasta que el cansancio se hizo presente que se tumbaron de espaldas en la arena al lado de la maleta de viaje y el bolso, sus únicas posesiones.

—Oye hay algo que me estuve preguntando desde hace unas horas —se incorporó sentándose frente al rubio y prosiguió— ninguno de los dos mencionamos nuestro nombre.

—Tienes razón —imitando su pose, se sentó frente a la ojiazul e inició con su pequeño plan— dime, ¿Cuál es tu nombre?

—Kyomi Mochizuki, no es un gran nombre, pero es el mio, ahora dime el tuyo —alegre y algo ansiosa jugaba con sus manos mientras observaba los pequeños colmillos que se asomaban de entre los labios de aquel chico misterioso.

—Es que tu ya sabes mi nombre —él reía ante la mirada de asombro de Kyomi— no estoy bromeando.

—¿Cómo es posible? —incrédula retrocedió un poco tomando en cuenta hasta ese momento que se había ido al otro extremo del país con un completo extraño.

—Tu y yo nos conocimos hace miles de años, es solo que no lo recuerdas —no había miedo a su lado, solo curiosidad— en cuanto vi esos ojos tuyos, en los que veo un brillo igual a las estrellas se que eres la misma Kyomi de la que me enamoré, no una, sino cinco veces contando el día de hoy en que te encontré.

—En alguna vida pasada tu y yo estuvimos...

—Juntos —su mirada llena de amor lo llevaba a recordar aquellas vidas en las convivieron y por una circunstancia u otra su tiempo terminaba— puedo hacer que recuerdes, solo necesitas confiar en mi.

—Lo hago, no podrías estar mintiendo porque lo que siento aquí —golpeaba con delicadeza su pecho refiriéndose a su corazón— no puede ser mentira.

Entonces se fundieron en un beso que no hacía más que afirmar las sospechas de la castaña y liberar el dolor por la pérdida de su amada que el rubio guardaba desde hace tiempo.

En efecto, el alma de ambos había reencarnado una y otra vez en un ciclo llamado rueda del Karma en forma de un alma flama que al instante en que se conocieron se formó una atracción extraordinaria, un amor desmedido que hacía que se amaran profundamente y desearan estar juntos para siempre.

Una de esas almas, sin embargo, trascendió espiritualmente lo que lo llevó a una búsqueda del alma que lo complementa a través de los años llegando a encontrarla en varias ocasiones y perdiéndola cada vez que daba su último suspiro de vida.

Él sabía que nada podía destruir sus lazos de amor porque aunque Kyomi no recordaba la historia de amor en sus vidas pasadas, se sentía atraído a él y siempre se reencontraron, con cada nueva reencarnación su amor se profundiza dejando de ser egoísta o desinteresado para encontrar la perfección.

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