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La noche que pasaron juntos en aquella habitación la pasaron abrazados recostados en la cama. Ninguno quería cerrar los ojos, Buddha quería evitar las constantes pesadillas que tenía y Kyomi temía que al despertar estuviera sola otra vez.

—¿Qué pasa, no puedes dormir? —el rubio acariciaba la cabeza de Kyomi para que pudiera calmarse, o quizás calmarse a sí mismo.

—No quiero perderte —escondida entre sus brazos quería quedarse con esa sensación cálida en su memoria— no quiero dormir y que todo el día de hoy haya sido solo un sueño.

—Hagamos algo, tomémonos de la mano así sentiremos que ninguno de los dos desaparece —llevaron a cabo su plan y tomados de la mano al fin cerraron los ojos.

Hace mucho tiempo en una montaña se encontraba un hombre que pasaba sus días meditando en lo alto de aquellas tierras. Muchos animales lo acompañaban y con el tiempo se hicieron muy amigos.

Durante su estadía la comida a los alrededores era escasa y como pudieron, los animales se ofrecieron a buscarle alimento pues el hombre se encontraba débil.

Muchos de ellos aparecieron con frutas y semillas. Sin embargo, un conejo no había encontrado alimento alguno que ofrecerle y al ver una fogata prendida frente a él, decidió saltar ofreciendo su carne como alimento.

Lo que el conejo no sabía era que el hombre que meditaba en la montaña era realmente un dios. Buddha al ver el sacrificio que pretendía, lo tomó antes de que llegara a hacerse algún daño, sus ojos le permitían ver el alma de todos los seres y anticiparse a sus acciones.

—No es necesario que te sacrifiques por mí —colocó al pequeño conejo en la hierba mientras este se quedaba quieto, atento a sus palabras— toda la generosidad que tus compañeros y tú con tus buenas intenciones es la mejor ayuda que me pueden dar.

La sonrisa del dios confortó a los animales y su aura llena de felicidad hizo que los presentes disfruten de su estadía en las montañas por el tiempo que duró.

"No hay nada más triste que encontrar al amor de tu vida y tener que devolverlo."

El día llegó con unos cálidos rayos de sol que se colgaban por la ventana. La primera en despertar fue Kyomi y lo primero que hizo fue ver su mano, aún entrelazada por la de su amado.

—Despierta dormilón —giró encontrando frente a ella un bello rostro dormido— ya es de día.

—Dame cinco minutos —se acomodó en la cama al mismo tiempo que la ojiazul se levantaba.

—Iré a darme una ducha, espero estés despierto para ese momento.

Al escuchar el sonido del agua corriendo y una dulce voz cantando tuvo el valor de abrir los ojos y ver la maleta de viaje a un costado de la cama y un bolso colgando de la parte alta de la silla de la cocina.

Sentado en la cama bostezaba al mismo tiempo que el celular de la castaña sonaba indicando una llamada entrante.

Al ver el nombre de la persona que llamaba frunció las cejas e inmediatamente contestó.

—¿Te crees lo suficientemente lista como para dejarme tirado aquí sin un techo? —apenas iniciaba su día y ya había alguien gritando.

—Creo que también canceló un boleto de concierto y los vuelos de vuelta —respondió sin descaro con una voz soñolienta.

—¿Qué? —en una voz más alterada le exigía a su amigo comprobará esa información.

—No me digas que no te diste cuenta —alejó el celular un poco porque sabía lo que pasaría ahora.

SelenofiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora