✧ Capítulo 11 ✧

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11|| Lilo y Stitch, un baile y una pelirroja triste.||

He Mele No Lilo - Lilo y Stitch.

Nash:

El entrenador Savard alargó el regaño lo más que pudo.

Ni siquiera nos dejó ir a las duchas antes de recitarnos la lista de todas las cosas que nos haría, si volvíamos a jugar cómo lo habíamos hecho. En su defensa, el pobre hombre no se mataba siete días a la semana, aguantaba las presiones del rector y la prensa, y aparte lidiaba con el departamento deportivo para que no nos exigiera tanto.

Él sabía que podíamos dar mucho más.

Yo sabía que podíamos dar mucho más. Fue por eso por lo que el regaño me acojonó tanto.

Algo como lo que había sucedido el día de hoy en el hielo, no podía permitir que volviera a pasar. Tenía que dejar mis opiniones y deseos egoístas fuera del equipo, centrarme en ganar, y ser de nuevo el capitán que sabía que era. Y no el niño de secundaria inmaduro, que se burlaba de lo mal que la estaba haciendo pasar el equipo a otro compañero.

Esas dos semanas habían sido la mierda de intensas. Y quería creer que todos los cambios que estaban ocurriendo en mi vida, me tenían tan disperso. Era mi primer año de capitanía, tenía tantas cosas que demostrar y mucho que perder.

Y como si eso hubiese sido poco, en los cuarenta y cinco minutos que estuvimos escuchando gritos y asintiendo la cabeza como corderos obedientes, se nos olvidó el enorme detallito, del trio peligro con curvas que estaba suelto por la ciudad.

No llevábamos ni diez minutos sumergidos en agua fría, cuando Jameson recordó que no podíamos esperar a que nos masajearan los putos músculos como nenes mimados.

—Muevan las piernas niños, no quiero hallar más que cenizas al llegar a casa.

—No sean tan exagerados. —dijo River lanzando la maleta deportiva a la cajuela de mi auto—. Riba puede ser muchas cosas, pero nunca permitiría que se jugara con fuego en su presencia.

—Vaya, seguro eso me hace sentir más tranquilo. —contesté rodando los ojos.

—Bueno, Riba puede ser lo precavida que quiera, pero si alguien le acerca una botella de tequila, sabemos que mucho autocontrol, tu hermana no tiene Riv. —contestó Jameson haciendo hacia atrás el asiento de copiloto para que River y Lele pudiesen entrar.

El Corvette V8 fue un obsequio de mi padre al entrar a Watson. Y aunque él no hubiese sido un alumno deportista en sus años de escuela, le enorgulleció saber que su hijo poseía una beca en su alma mater.

Una chorrada, pero tampoco es que me hubiese negado cuando llegó a casa de mi madre manejándolo, con un moño pegado en el capo. Era el auto de mis sueños y él lo sabía. Color azul metálico, tenía asientos de piel blancos cascaron, y era más rápido de lo que seguramente a mi madre le gustaría, pero muchas pegas, no pudo poner.

Mis padres no estaban casados. De hecho, ni siquiera habían estado enamorados. Se amaban, mucho, pero no de una manera romántica.

Eran mejores amigos en la universidad, y según contaba mi padre, después de que ella terminara su relación de toda la vida, se resignó a no encontrar el amor jamás, así que le ofreció ser el esperma donador, porque ella añoraba tener un hijo.

Él, como el mejor amigo que siempre fue, le dijo que si, pero con la condición de estar involucrado. Ella aceptó, y veinte años después, aquí estaba yo.

Mi padre se había casado cuando cumplí diez años con un doctor muy majo, y mi madre tenía una relación de cinco años con un ex jugador de hockey.

Cruza la línea.  (Del uno al diez) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora