✧ Capítulo 9 ✧

22.5K 1.4K 471
                                    

9|| Siempre escucha a las pelirrojas.||

Thunderstruck - ACDC

Nash:

Mi padre era una persona de frases.

De todo tipo y para cualquier ocasión. Si existía alguien capaz de adivinar las palabras correctas para un momento difícil, entonces él era la persona indicada para ti.

No sabía cómo lo hacía siempre, pero no existía ni un solo recuerdo en mi memoria, en el que una frase dicha por mi padre no me hubiera hecho sentir bien o me hubiese enseñado algo.

Porque claro, no todo lo que le salía de la boca era necesariamente lo que querías escuchar, pero si lo que necesitabas.

Por ello lo admiraba tanto.

A pesar de no venir de un matrimonio "típico" o de un matrimonio en general, amaba a mis padres por igual. No había nada en el mundo que no quisiera hacer por ellos.

Mi madre era la educada, fiel a las reglas, recta y pulcra. Todo le salía bien, porque detrás de cualquiera de sus logros, había una lista interminable de tareas que había realizado, para que todo terminara tal y como lo había planeado con anterioridad. No sabía si tenía alguna obsesión con el control, pero no me extrañaría si así fuese.

Del otro lado estaba mi padre, alegre, analítico, paciente y muy tolerante. Una persona sabia y un poco desastre, pero exigirle a un poeta que fuese ordenado con sus ideas, cuando podía obtener inspiración hasta de la cosa más cutre que existiese en su entorno, era un poco —demasiado—, difícil.

Y entonces estaba yo, justo en el medio de los dos. Tenía el don de seguir las reglas al pie de la letra justo como mi madre. Y la sed de analizar todo de principio a fin como mi padre.

Pero había una cosa que me diferenciaba de ellos.

Una que, en opinión de mi madre, lo había heredado de los Wolfe; porque para ella era imposible aceptar que lo hubiese sacado de los Carpenter.

En ocasiones, unas muy raras, se me salía esta parte de inquietantes ganas por conocer a fondo a una persona. No paraba de analizar, hasta que lograba encajar todas las piezas del rompecabezas que conformaban a alguien que llamase mi atención.

Me había pasado muy pocas veces en mi corta vida. Y justamente por ello me había decidido a estudiar psicología.

Una de las frases célebres de mi padre, una que se me había incrustado en el psique desde la primera vez que me la dijo cuando solo tenía diez años, fue:

Hijo, un juego de llaves viejas, por más que sean de la misma marca de cerradura, jamás podrán abrir una línea de puertas nuevas.

Y con esa oración en la mente, sabía con certeza, que esto terminaría en desastre si seguíamos intentando movernos con llaves viejas con un jugador que era completamente nuevo.

No solo por su estilo de juego, sino también por su forma de patinar, su velocidad, las estrategias que utilizaba para hacerse funcionar en la pista. Era un tipo que no conocíamos de nada, que no se había educado con el entrenador Savard, y que, por ende, tenía otra formación como deportista y otros enfoques.

Lennox Colten era un jodido escudo de la defensa. Negarlo me haría un mal capitán, y sin duda un pésimo analítico. No podía borrarme de la cabeza el bloqueo perfecto que nos había evitado un jodido punto, que parecía se convertiría en la joya de los goles del hockey universitario si se hubiese logrado.

Ese tiro iba directo a ser un jodido récord de trayectoria, fuerza y maniobra.

Y Colten, por alguna burla del destino, logró bloquearlo; y no solo eso, sino que también redirigió el disco hacia Jameson para que se burlara a los delanteros del St. Peter, y me diera los segundos abiertos que necesitaba para anotar.

Cruza la línea.  (Del uno al diez) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora