✦ Capítulo 24 ✦

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24|| Un buen hábito.||

Salir con vida - Morat ft Feid.

Davinia:

Solo existía una cosa que me ayudaba cuando tenía la cabeza llena de tonterías.

Y esa siempre fue el arte.

O al menos solía serlo.

Lo único que podía crear en los primeros meses después de la muerte de mi madre, era su rostro, sus ojos, sus manos. Ella de pie, sentada, de espaldas, de frente... a mi lado o sola.

Hice un sinfín de cuadros que representaban a la perfección como me sentía en ese momento con su pérdida. Deseaba plasmar todo lo que seguía siendo para mí.

Era la única forma que sabía me liberaría un poco. Porque necesitaba respirar.

Constantemente sentía una sensación de aplastamiento en el pecho, como si alguien estuviese agarrándome el corazón con fuerza, y lo apretujara cuando parecía que comenzaba a sentirme mejor. Que me retenía y me hacía pelear conmigo misma una y otra vez.

Estaba tan deprimida, y me sentía tan sola...

Todos los pasos que lograba avanzar en unas buenas dos semanas, eran destruidos en cuestión de segundos cuando la recordaba.

No me gustaba hablar del tema con nadie, no solo porque detestaba pensar en que quizá podría ser una molestia deprimente y necesitada, sino también porque odiaba decirlo en voz alta. Odiaba decir que ya no estaba, que se había ido. Que ya no se encontraba conmigo.

Sentía que, si no lo verbalizaba, podría despertar un día y ella estaría a mi lado, con una sonrisa y un lienzo en blanco en las manos, y la escucharía decir una vez más: "¿Qué te parece si hacemos arte juntas hoy, mi princesa?"

No sabía el peso que tenían las palabras de alguien a quien amaba, hasta que dejé de escucharlas. Hasta que comenzaron a faltarme, hasta que, una mañana de pronto, dejé de recordar cómo se sentía oírlas.

Dejé de saber cómo era su voz, dejé de sentirla; olvidé cómo era tenerla de frente, como eran sus abrazos, o lo que ocasionaban sus besos sobre mi mejilla al despertar, o al dormir.

A veces deseaba haberla perdido más rápido.

Que las cosas no se hubiesen sentido tan lentas y dolorosas. Ella se fue incluso antes de morir. No era mi madre a la que le dejó de latir el corazón, era simplemente una persona consumida por el alzhéimer a la que le gustaba mi nombre.

Solía creer que no había nada tan drástico como la muerte. Pero entonces comprendí lo que eran las enfermedades terminales. Nunca odie nada en mi vida hasta que el Alzheimer llegó, y no solo la destruyó, sino a todos los que estaban a su alrededor también.

Dejé de ser su niña, dejé de ser llamada "ricitos de fuego" porque ni siquiera se acordaba que ese era el apodo que me había puesto antes de nacer.

¡Dios! Fue tan desgarrador.

Mi hermano me llamó mala hija cuando se enteró que tuve que ingresarla a una clínica especializada. ¿Cómo se suponía que eso me convirtió en una mala hija? Yo estaba sola con ella, tenía que estudiar, por mucho que hubiese deseado quedarme a su lado las veinticuatro horas del día; cuando estaba lucida, no le agradaba para nada la idea de que descuidara mi carrera por cuidarla, y tuve que tomar una decisión, una que fuera beneficiosa para ambas.

Una que no debió ni siquiera pasarme por la cabeza a los diecisiete años. Mi padre tuvo que estar allí para ambas, tuvo que hacerse cargo de la situación, y no dejarle el peso de todo a su hija pequeña solo por ser la persona con la que vivía.

Cruza la línea.  (Del uno al diez) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora