La magia femenina

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—Nada...— hago que mi voz se quiebre al final y él acaba por apartar su mano de mi pecho para agarrar mi propia mano, esa que antes lo agarraba.

—Ey ¿Qué ocurre?— su tono de voz ha pasado de la molestia y curiosidad a la curiosidad y la medio preocupación.

No sé cómo he aprendido a hacer esto, pero espero que funcione y, una vez esté de vuelta en casa... no tener que utilizar mi talento gana-secuestradores nunca más.

—No es nada...— le miro con expresión melancólica y finjo la sonrisa más triste que soy capaz antes de mirar su mano que aún sostenía la mía. Su otra mano me hace mirarlo a los ojos, que, preocupados, me observan.

Enserio no sé cómo lo hago, pero me gusta sentir que manejo la situación a mi antojo. Qué manipulación, qué maravilla.

—Niña, dime qué te ocurre— casi suplica. En realidad esto mola... si no estuviese secuestrada, claro.

—No quiero decirte...— frunce el ceño y yo bajo la mirada fingiendo que me han intimidado. Obvio que voy a decirte "qué me pasa"— Es que... bueno, tu trabajo es hacerme sufrir y no quiero darte la satisfacción de que lo consigas...

—¿Hacerte sufrir...? ¿Estás sufriendo? Pero si no te hice daño...

—Me siento mal... me siento usada y sucia y... siento que lo estoy engañando porque he disfrutado... y me siento culpable por eso— no lo estás engañando, no lo estás engañando... solo haces lo necesario para sobrevivir... ignora todo, ignora todo y nada te dañará...—. Ricci fue el culpable de todo en mi vida y me da mucha rabia que vaya a salirse con la suya...

—Espera, espera... ¿El culpable de todo? ¿Qué te ha hecho Fabio? Aparte de esto, claro.

Me preparo emocionalmente para contar la terrible historia de mi vida, desde la acampada de mi niñez hasta el día de hoy.

No me interrumpe más que unas cuantas veces para preguntar algo y una vez acabo, vuelvo a tumbarme.

Odio contar esta historia, me recuerda la mierda de vida que tuve. Viviendo en una mentira constante.

Mi estómago gruñe de pronto y mis mejillas se tornan rojas. Siempre me ha dado vergüenza que mi estómago suene pero aquí no debe dármela por el simple motivo de que si tengo hambre es por su culpa. Lo miro agarrando mi estómago.

—¿Tienes... hambre?— asiento ante su pregunta y él chasquea la lengua levantándose— Ahora vuelvo.

Sale de la habitación en boxers y deja la puerta encajada. Sin cerrar. ¿Lo habrá hecho a aposta?

Me calzo con mis zapatos, que estaban al pie de la cama y me acerco a la puerta con precaución. Miro por el pequeño hueco que queda. No veo a nadie en esta parte del pasillo...

Pues nada, voy a salir. Que sea lo que Dios quiera.

Con cuidado, abro la puerta lo suficiente como para poder salir. Me asomo pera comprobar la otra parte del pasillo que, tratando de recordar mi llegada es la dirección de la salida: nada. No hay nadie.

Cojo aire y me decido en salir. No puedo tardar mucho puesto que Yago puede venir en cualquier momento.

Mis deportivas tocan el pasillo vagamente iluminado y camino en la dirección que creo que se va a la salida por minutos sin encontrarme a nadie. Reprimo una carcajada cuando encuentro unas escaleras ascendentes y corro, sin hacer ruido, a subirlas.

Tal y como recordaba son muchísimas y no es por otra cosa que porque hay varias plantas como en la que yo estaba. Llego, por fin, a una especie de salón mal cuidado pero con ventanas al exterior. Reprimo la felicidad para no hacer ruido y camino por el salón.

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