Devastador

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Victoria, tienes que seguir. Tienes que pensar. Tienes que sentir.

El abrazo de Enzo me devuelve mi respiración regular. Sus palabras de consuelo me calman y el sollozo de una niña pequeña me devuelve a la realidad.

Miro hacia la derecha y me encuentro a Lucía. Llora sin moverse mientras sostiene con fuerza la mano de Nicole. Ella no sabe qué hacer, pero sabe qué ha pasado así que no suelta a la pequeña en ningún momento.

Los brazos de Enzo me liberan y yo me acerco a Lucía, quien no duda en soltarse de Nicole para abrazarme y llorar en mi cuello.

Esta niña desgraciada... todo le sale mal. Todos la abandonan y siempre acaba sola.

Yo estaré con ella pero ¿Y si también muero? ¿Qué hará? Mis amigos. Ellos no la dejarán sola pero tampoco son inmortales.

El resto de la noche y el día siguiente no fueron agradables. Nadie estaba a gusto y se notaba en el aire.

Marcus se había ido pero nosotros no y su ausencia nos ha dejado un vacío imposible de llenar, al menos a mí.

—Deberíamos ir a la cama— Aiden dice pero yo no me muevo de la isleta. Mi manzanilla está intacta pero también fría, llevará una hora ante mí pero no tengo fueras para levantar la taza y llevármela a los labios—. Victoria.

Lo miro. Sé que mi cara debe ser horrible en este momento, llevo sin dormir desde la noche antes de la guerra que acabó en desgracia. Mis ojos deben estar hundidos y rojos por la falta de sueño y las lágrimas derramadas.

Necesito dormir pero... ¿Podré hacerlo?

Lucía cabecea a mi lado por el sueño. Ella sí que ha dormido un poco pero no tanto como debería haberlo hecho. Está con Sanguinario, su gato, en su regazo.

—Tienes que dormir, mañana es...— Aiden trata de hacerme entrar en razón pero yo ya sé que debo dormir. Mañana temprano es el entierro y tengo que estar lúcida para entonces. Tengo que verme bien para él, para que no crea que estoy mal. Y tengo que cantar la canción que me pidió.

Para ello debo dormir.

—Lucía— la llamo y ella me mira— ¿Quieres dormir conmigo esta noche o quieres tu propia habitación?

—Contigo y con Sanguinario— asiento con una sonrisa levantándome de la silla para ayudarla a bajar a ella. Entonces nos dirigimos con Aiden hacia la habitación y nos acurrucamos bajo las mantas.

Aiden, Sanguinario, Lucía y yo. En ese orden.

Al final sí que consigo dormir. Tantas horas despierta han ayudado pero no han evitado las pesadillas.

Los flashbacks de la muerte de Marcus aparecen en mis sueños una y otra y otra vez. Luego me lo imagino a él, ahí, frente a mí con el pecho abierto chorreando sangre y los ojos negros.

"Tú me has matado" dice señalándome con el dedo.

"Es tu culpa que esté muerto" sigue diciendo.

La alarma me despierta y abro los ojos con el corazón a mil. Aún no amaneció pero igual me levanto y me dirijo a la ducha.

El entierro es en tres horas.

Me ducho con agua fría para despertarme y quitarme este dolor de cabeza que tanto me molesta. Me visto con lo que tenía previsto: un vestido simple negro, unas medias del mismo color y unas botas... bueno, también negras.

Siempre me ha gustado el negro, es un color profundo que expresa lo inexpresable pero en este momento desearía ponerme cualquier otro color. Ahora mismo no me gusta.

Me maquillo lo justo y necesario para no parecer una muerta... joder, si hasta mis comparaciones me entristecen: corrector, base y labial de mi tono de piel natural para que no se note lo pálida que estoy.

Cuando llegamos al cementerio, somos solo nosotros y algunos de sus guardias, como el que vi primero al ser secuestrada por Marcus, el que me aterraba: Edu.

El cura da su discurso cristiano y nos invita a decir unas palabras en el nombre de nuestro amigo así que me pongo delante de todos y miro el ataúd cerrado que se encuentra frente a mí.

—Marcus... bueno. Él...— no sé qué decir y se me quiebra la voz. Cojo aire y vuelvo a hablar— Conocí a Marcus en una mentira. En aquel entonces yo estaba cerrada en mí misma, planteándome día sí y día también el sentido de la vida: queriendo morir. Él apareció como un pilar de mis emociones... Adrián, así creía que se llamaba— sonrío y mi mirada se vuelve nostálgica—. Él me enseñó que no todo era malo, que todos teníamos nuestro lugar. Nuestra esquina en este mundo tan grande y diverso.

Miro a las personas frente a mí un leve instante antes de centrarme nuevamente en Marcus.

—Todo mejoró: mis notas, mis pensamientos, mis emociones... comencé a reír y a salir de mi habitación más seguido. Él era lo que yo esperaba ver con ansias cada día. Siempre estuvo para mí... todo eso acabó ese día que me llevó a casa tras una fiesta, yo estaba enfadada porque él había estado con más gente a parte de mí— rio—, pero como cada enfado que tenía con él, se esfumó al ver su sonrisa. Todo acabó ahí ya que ese día mi mundo, mi vida, cambió drásticamente— miro a Aiden quien me observa triste—. Todo acabó... con Adrián, porque cuando lo volví a ver me enteré de que su verdadero nombre era Marcus y de que nuestra amistad había sido una mentira desde el principio. Fue muy complicado pero esa historia ya la saben, al final todo estuvo bien y él siguió a mi lado. Sin mentiras. Él siguió siendo ese apoyo de mi vida. Me protegió hasta el final sin pedir nada a cambio salvo... que el día que él... muriera, cantase una canción.

Cierro los ojos cuando las lágrimas salen por ellos y cojo aire nuevamente antes de abrirlos.

—A mí me parece que es muy poco. Cantarle una canción ¿Qué esfuerzo puede causarme eso? Pero lo haré y espero que después de escucharme pueda ir en paz. Solo... Marcus, si estás aquí, quiero que sepas que te quiero. Tanto al Adrián que conocí en su momento como al Marcus de después. Te quiero muchísimo, puedes estar seguro de ello.

Me aclaro la garganta y comienzo a cantar Je Suis Malade con los ojos cerrados.

«...

Cerné de barricades

T'entends

Je suis malade»

Acabo la canción y es entonces cuando me permito abrir los ojos. Todos me observan con lágrimas en los ojos. Absolutamente todos.

—Espero no haberos roto los tímpanos— bromeo tristemente y escucho risas sollozantes.

Vuelvo a mi lugar y entierran a Marcus antes de marcharnos todos del cementerio.

—Sé que no es el lugar... ni el momento pero...— la voz triste de Manuel a mi espalda me hace girarme y lo encuentro hablando con Daniela. Le tiende una carta y se va. Me acerco a ella.

—¿Por qué Manuel te ha dado una carta?

—Ni idea... igual no estoy de humor así que la leeré en otro momento— suspira.

—Ya... te entiendo ¿Quieres que te llevemos a casa?— niega con la cabeza.

—Mi madre está por llegar.

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