¡CA-LLA-TE!

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Aiden está paranoico en este momento. No para de lamentarse porque sabe que yo no quiero tener hijos y el preservativo se ha roto.

Qué buena noche estamos teniendo...

—Victoria, de verdad que yo no quería...

—Aiden...

—Lo siento tanto...

Sigue farfullando mientras camina de un lado a otro portando únicamente sus boxers y yo una de sus camisetas y la sábana que me cubre. No para de decirme que lo siente y que no quiere que me vea obligada a nada. Que debió darse cuenta. Que debió terminar fuera...

—Aiden, por dios, estoy bien.

—Pero hay riesgo de...

—No sabemos si estoy embarazada así que ya ¿Vale?

Él suspira tratando de calmarse a sí mismo hasta que me miró.

—Iremos al ginecólogo ¿Puedes levantarte? ¿Quieres que te ayude? — pregunta preocupado.

Para asustarlo un poco, me incorporo y pongo mi más creíble mueca de dolor soltando un quejido lastimero. Su cara se torna pálida y corre hasta mí para ayudarme a tumbarme, seguido coge su teléfono para marcar un número y llevárselo a la oreja.

—¿Hola? ¿Hospital? Necesito una ambulancia...— antes de que pueda acabar, me levanto y le quito el móvil de la oreja antes de que una ambulancia aparezca en la puerta y cuelgo la llamada.

Él me observa tratando de averiguar algo en mi rostro.

—No va a pasar nada porque tu semen toque mi vagina— repito.

—Vamos al hospital.

—¿Acaso tienes una enfermedad venérea? ¿Voy a morir? —medio bromeo. Se está pasando de preocupación, a ver si va a tener el VIH y acaba de pasármelo.

—No, no es eso...— parece agobiado y se mete en el vestidor con rapidez. Sale dos minutos después completamente vestido y con una muda para mí.

Sigue farfullando diciendo que seguro que sus fantásticos espermatozoides llegan a mi precioso óvulo— sí, así los ha llamado—; que me apoyará decida quedármelo o no y que no me sienta forzada a tomar ninguna decisión; que si es una niña la llamaría Agustina y que si es un niño lo llamaría Mauricio— obviamente tendría que hablar con él sobre eso—; y que lo apoyará ya sea homosexual o se sintiese chico o chica independientemente de su aparato reproductor mientras me quita la camiseta y me comienza a vestir colocándome la ropa interior, una camiseta, unos jeans, una sudadera y unas deportivas. Tengo que pararlo cuando trata de ponerme un gorro y una bufanda de lana. Se rinde con eso y me toma de la mano para casi arrastrarme hasta su coche y ponerme el cinturón. Cuando me cierra la puerta para montarse en su asiento, yo me desabrocho el cinturón y salgo del coche para caminar hasta la casa.

Aiden me alcanza, qué sorpresa.

—Cariño ¿Dónde vas? Vamos al hospital...

—¡CÁ-LLA-TE! — le grito y él para instantáneamente a tan solo dos centímetros de mí. Acuno sus mejillas en mis manos como tantas veces ha hecho él conmigo— Estoy bien, no necesito ir al hospital. Si estoy embarazada mañana no cambiará nada. Tengo hambre y quiero dormir así que deja ya de estar tan preocupado.

—Iré a comprarte una pastilla del día después— susurra y pongo los ojos en blanco ante su cabezonería.

—No. No pienso tomar una pastilla de esas. Yo estoy bien. Mañana iremos al ginecólogo si quieres, pero ahora no ¿De acuerdo? — aprieta la mandíbula bajo el tacto de mis manos en sus mejillas y asiente.

Entramos entonces en casa y nos dirigimos a la cocina, tengo hambre, mucha hambre.

Mientras preparamos una cena a las tres de la madrugada, nos hartamos de reír ya más calmados, más relajados. Extrañaba esto de Aiden: las risas.

No ríe muy a menudo, al menos, no con ganas, pero tiene una risa preciosa: medio grave, profunda y relajante.

Es como un niño pequeño cuando se ríe: está en paz.

Recuesto mi cabeza en su pecho para poder sentirlo mejor y entonces la imagen de un Aiden en miniatura se me viene a la mente y me lleno de ternura. Quiero eso. Quiero ser madre y ya me siento lista.

Abro la puerta y me encuentro con mis dos hijos durmiendo, Aiden está tras de mí, abrazándome por los hombros antes de besarme la cabeza y dirigirse a la cama de la pequeña Estella. Yo me dirijo a la del pequeño Edgar que con sus cinco añitos duerme plácidamente en su cama. Beso su frente antes de dirigirme a la cama de Estella, Aiden pasa por mi lado para ir a la camita de Edgar quien es una copia mía. Estella, sin embargo, es una copia de Aiden que, con tres años, duerme en su camita ajena al mundo. Llena de paz...

Beso su frente y salgo de la habitación antes de que se despierte alguno de los dos. Aiden me espera en la puerta y yo salgo cerrando tras de mí. Entonces alarga las manos a mi vientre abultado con una sonrisa en sus labios. Está feliz, espera con ansias que la pequeña Nora se una a sus hermanos y, la verdad, yo también.

Entonces siento cómo Aiden besa mi hombro y salgo de mi ensimismamiento. Sí, definitivamente quiero ser madre.

Hemos acabado de comer por lo que subimos a nuestra habitación y nos desvestimos para dormir más cómodos. Me acurruco en sus brazos bajo las sábanas y caigo en un maravilloso sueño en el que mi hija Nora nacía sana y crecía feliz junto a sus hermanos.

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