Arrastrada

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Me toco la cabeza algo cansada y, a ser sincera, molesta al estar sola mientras él se divierte con una Miss Perfecta. Si lo llego a saber no cedo a venir.

Me acerco a la barra y el barman se dirige a mí casi de inmediato.

—¿Cómo has entrado? No se está permitido la entrada menores de dieciocho años— ruedo los ojos de forma exasperada porque estoy harta de ser físicamente una cría.

—Tengo dieciocho años, justitos— le muestro el carnet de mala gana y él eleva una ceja pero suspira dándose por vencido.

—¿Qué te pongo?

—Una Coca-Cola.

Escucho su risa al girarse y prepara mi bebida antes de ponérmela delante y observarme mientras seca unos vasos con un trapo. Pruebo mi bebida y arrugo la cara por la sorpresa.

Vuelvo a escuchar su risa.

—Invito yo; disfruta, linda— me guiña un ojo y sigue atendiendo al resto de jóvenes que están de fiesta.

Le doy otro sorbo a mi bebida, en la que no pasa desapercibido el alcohol.

Me giro en dirección al pelotón de gente sudando para buscar a mi mejor amigo, por suerte él también parece estar buscándome y se acerca cuando me encuentra.

—¿Qué tal?— habla por encima de la música.

—Cansada, ¿me llevas a casa?— pido.

—Por supuesto, Vicky— me pasa un brazo por el hombro y yo doy un sorbo más a mi bebida antes de dejarla en la barra y seguirlo hasta la salida.

—¿Has bebido mucho?— pregunto mirándolo de reojo. No parece estar muy bebido pero no me fío de sus reflejos en la carretera si ha consumido gota de alcohol.

—¿Conduces tú?

Rio un poco ante su respuesta y cojo las llaves que me está ofreciendo antes de buscar su coche en los aparcamientos de la discoteca.

Vamos a su casa para que mis padres no me vean llegar de madrugada y nos acurrucamos bajo las cálidas sábanas de su cama.

A la mañana siguiente amanezco con un dolor de pies horribles pero como tengo que estudiar para un examen de historia que tengo en dos días, hago un esfuerzo y me levanto para volver a casa en autobús.

Mi teléfono vibra y lo ojeo tras comprobar que aún no llegamos a mi parada.

«¿Te vas sin despedirte?» — Adrián.

«Creo que bebiste demasiado anoche, tenías que descansar» — le respondo.

«Jsjsjsjs sí, es posible que me pasara ¿Has llegado ya a casa?» — miro por la ventana y calculo unos quince minutos para llegar a mi parada.

«Cuando llegue te aviso. Desayuna y tómate una pastilla para el dolor de cabeza» — le recomiendo.

«¿Qué dolor de cabeza?»

«Ajá, hazte el loco»

«Vale, me has pillado. Bueno, avísame cuando llegues, te quiero» — se despide.

Le envío un corazón y bloqueo el teléfono.

Tengo dieciocho años y Adrián veintitrés pero nos conocimos en un club de lectura de Harry Potter y nos caímos bien enseguida, eso fue hace dos años, así que llevaremos año y medio siendo mejores amigos.

El autobús se detiene y entra una chica con los tacones en la mano y el pelo enmarañado.

Su maquillaje destrozado saca mi lado empática y rebusco en mi bolso para sacar un par de toallitas desmaquillantes. Me levanto para sentarme a su lado y tendérselas.

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