¿Mojigata?

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Obedezco y trato de desayunar, aunque tengo el estómago cerrado y casi no puedo comer. Una vez acabado me dirijo al armario y descubro que la única ropa que podré llevar, al parecer, son camisetas y sudaderas suyas.

Cojo una camiseta y me dirijo a la mesilla de noche, convencida de que no será tan hijo de puta como para hacerme estar sin ropa interior, pero descubo que no es tan capullo y cojo unas braguitas antes de encaminarme al baño.

No sé si hay cámaras o no, pero por si acaso lo hago entretenido: me quito la sudadera y me miro al espejo, ladeo la cabeza y giro un poco sin dejar de verme. Tengo dos moratones en el mentón, uno a cada lado, justo donde sus dedos apretaron anoche, pero no me detengo, me acerco las manos a las caderas y poso frente al espejo. Me agarro las bragas y las bajo con cuidado para apartarlas con el pie antes de volver a posar.

Y joder, me gusta lo que veo.

Dejo de modelar y me meto en la bañera para encender el grifo, pongo el agua a mi temperatura y lleno la tina para tratar de calmar mis músculos.

—¿Sabes lo que me vendría bien?— hablo alto para que, si hay micrófono, se me escuche bien— una copita de vino... o mejor un tequila, pa' ahogar mis penas.

Y puede que el alcohol ayude, pero lo único que me desahoga sin necesidad de lágrimas es algo muy simple: cantar.

Cierro los ojos y trato de desconectar por un momento, comienzo a cantar bajito una canción de Billie Eillish, lovely.

...Hello, welcome home.

Acabo de cantar y abro los ojos viendo el techo, cojo aire y me meto por completo bajo el agua, al salir cojo aire y me levanto, que ya he estado tiempo suficiente en remojo, mis dedos arrugados lo confirman. Quito el tapón y me enjabono el pelo para acabar de ducharme.

Al acabar me envuelvo en una toalla y salgo de la bañera para peinarme, secarme el pelo con otra toalla y vestirme. Me lavo los dientes y salgo del baño.

—Cantas bien— escucho desde la cama, miro en esa dirección y me tenso un poco, la tranquilidad que he cogido en el relajante baño se marcha gracias a él y mis murallas vuelven a levantarse por arte de magia.

—Gracias— sonrío y me acerco a mi cama, donde él está tumbado pero no llego a sentarme o tumbarme porque él se levanta y me observa rascándose la nuca.

—Acércate— me invita y yo obedezco—. Quítate la camiseta.

Me muerto el labio disimuladamente antes de sonreír y cruzarme de brazos.

—¿Tantas ganas tienes de verme? Ya tardabas— lo provoco.

—Eres tú la que está tardando— su expresión y tono de voz son serias.

Le sonrío mostrando los dientes, lo que seguro me hace parecer más niña aún, y me saco la camiseta por la cabeza sin armar un drama.

Que me vea ya no supone ningún problema para mí.

Le lanzo la prenda y él la vuelve a lanzar pero a la cama. Se acerca a mí despacio mientras me observa como si fuera una obra de arte muy cara, gira a mi alrededor para estudiar cada parte de mi cuerpo visible.

—¿Qué planes tienes para mí, Secu?

—¿Secu?

—Secuestrador, lo sé, no es muy original.

No dice nada más y se detiene ante mí.

—Virgen pero no mojigata— repite mis palabras de antes— ¿Eso qué quiere decir?

—A la parte de virgen llegas ¿No?— sonríe y asiente como si mi comentario le hiciera gracia, pero esa gracia que le dan ganas de matarme a golpes— Lo de mojigata es porque no voy a asustarme por ver ni hacer cualquier cosa, tampoco voy a lloriquearte, según tengo planeado.

—Probemos, entonces— murmura y da un paso atrás.

En un movimiento rápido se saca la camiseta, sus trabajados pectorales se hacen visibles.

—No pensaba que fueras de esos que buscan la aceptación ajena, Secu. Qué previsible— ladeo la cabeza y disfruto de las vistas.

—Tú espera y verás.

Se desabrocha los vaqueros botón a botón de manera tortuosa. Si yo fuera un lío y estuviésemos a punto de acostarnos por decisión mutua, esta espera me pondría mucho.

Ahora solo aburre.

Los baja por fin y los aparta con el pie dejándome ver sus boxers apretados. Y cómo no, su emoción creciente.

—Te toca, guapa— le sigo el juego pero sin tantos rodeos, agarro mis bragas y las bajo sin demora. Su expresión al verme, sinceramente, me sube la autoestima.

Y es comprensible, un tío que te ha secuestrado no va a tener ningún remordimiento al hacerte sentir insegura, pero, sin embargo, muestran su agrado con tu físico, sabes que es real y no finge.

—Me voy a sonrojar como me sigas mirando así, Secu.

—Pues hazlo— murmura por lo bajo. Se baja entonces sus boxers y no me escondo, me gusta lo que veo.

Pero no la situación y tengo que hacer un esfuerzo enorme para no sacar a la niña asustada que llevo dentro.

Se acerca despacio y me empuja débilmente para hacerme retroceder hasta la cama, me hace tumbarme y me echo hacia atrás mientras lo miro a los ojos comenzando a preocuparme. No lo muestro, obviamente.

—¿Ya tratas de cambiarme? Si nos acabamos de conocer, si no te gusto solo dilo y déjame ir— bromeo.

—¿Cambiarte?

—Mi virginidad, animal. Me estás tratando de cambiar, soy virgen, acéptame tal y como soy.

Y se ríe.

Sí, sí, muy gracioso. Yo también me estoy riendo muy fuerte y con muchas ganas.

—No voy a cambiarte, Victoria— me agarra de las rodillas y las dobla para ponerse en el lugar de mis piernas. Cuando trata de abrirlas estoy a punto de resistirme, pero entonces mi plan se va a la mierda, debo ser fuerte, y cedo.

—No lo parece...

Me ignora y se inclina para besar mi vientre bajo, mi cuerpo se estremece— pero en el mal sentido—, siento que sonríe sobre mi piel y se separa para mirarme a los ojos con una sonrisa de burla que me dijo que sabía lo que estaba sintiendo.

—Con que no eres mojigata...

Se levanta y se viste entre risitas para irse de la habitación cerrando con llave.

Y es ahora cuando me doy cuenta de que es él quien tiene las armas. 

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