Solo hago lo que debo hacer

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Cuando llegamos a casa lo primero que hago es irme a mi cuarto para darme una ducha. Tengo todos los músculos contraídos debido a lo de anoche.

Al salir de la ducha me encuentro a un Aiden recién duchado y el pelo mojado sentado en mi cama, me acerco al armario y me pongo la camiseta sin soltar la toalla, la dejo caer y voy a por una bragas, las camisetas me quedan por la mitad del muslo, no se me ve nada.

—¿Quieres hablar de lo de ayer?— me pregunta cuando acabo de subirme las bragas.

—La verdad es que no, pero no me importa hacerlo, por si tienes curiosidad.

Me siento a su lado.

—¿Es por eso que dijiste de que no tuviste una buena experiencia en tu última acampada?— asiento y él no dice nada pero sé que quiere saberlo.

Y solo por el hecho de no insistir es que voy a contárselo.

Me subo por completo en la cama y me siento apoyada en la cabecera, palpo el colchón a mi lado y él se coloca en el lugar.

—De pequeña iba todos los años de acampada con mis padres y mis hermanos, la última vez fue cuando tenía ocho años. Esa noche dormí con mi hermano mayor, Aitor y desperté en mitad de la noche, como ayer, mi hermano no estaba, como tú, así que salí de la caseta de campaña y me encontré a un tío borracho, armado, agarrando a mi madre. El pedófilo quería llevarme con él porque fui lo bastante estúpida como para llamar a mi madre pero mi hermano lo paró y el gilipollas lo apuntó con el arma. Yo me asusté y corrí con mi madre. La policía llegó y con ellos dos disparos, uno tras otro, recuerdo los gritos de mi hermana llamando a mi hermano y entonces lo supe, él... ya no estaba. Me separé de mi madre y vi al culpable aún vivo, la poli le había disparado desde lejos en el hombro y el arma se le cayó. La cogí... yo solo apunté, la cargué con toda la fuerza que tenía y apreté el gatillo...

—¿Y lo mataste?

—Y solo me arrepiento de no haberlo hecho antes— afirmo.

Nos quedamos callados y miro al frente.

—Jamás había contado esta historia antes, mis padres me lo prohibieron y yo le vi sentido. La policía hizo la vista gorda porque vio lo que pasó y juntó el yo tener ocho años y el ser en defensa propia, como si no hubiese sido un asesinato.

Suspiro.

—Pero nunca pude olvidarlo, mis padres ya no me veían igual, ni mi hermana. Desde esa noche me veían como alguien que era capaz de matarlos si me daban motivos. Mi propia familia me ha temido desde esa noche. Nunca me han regañado por una mala nota en el instituto, ni me han dicho que no a algo.

Me caen dos lágrimas del ojo izquierdo y pestañeo.

—Hubo una época en la que me aproveché y me hice esto— me echo el pelo atrás y le enseño el pequeño tatuaje que tengo detrás de la oreja, es una A de Aitor.

—Tú nunca les hubieras hecho daño— dice él—. Lo pasaste bastante mal por mi culpa.

—Cargo cuatro muertes en la espalda— me dejo caer de lado y uso su muslo de almohada.

Me pasa los dedos por el pelo y cierro los ojos ante su tacto.

—¿Eres narco?— pregunto de la nada.

—No, tengo una docena de casinos repartidos por el país.

—Pero eso es legal— hablo con calma porque sigue tocándome el pelo y estoy muy relajada.

—Sí, lo es pero los míos no, casi no hay normas dentro.

—Pero seguro que la policía no lo sabe.

—No, no lo sabe— responde.

—¿Entonces por qué llevas vida de mafioso?

Suelta una risita.

—Mi padre sí que era narco y me dejó de herencia, con todo el dinero, un montón de enemigos y aliados. Convivo con ellos, pero solo les sirvo para vender en mis locales.

Esa tarde almorzamos juntos en el comedor.

—Señor, tenemos un problema fuera— dice Manuel entrando en el comedor mientras almorzamos.

Aiden frunce el ceño y se levanta de la mesa.

—Son los Morgan— aclara y le da una pistola a Aiden, este se la guarda en el pantalón y se gira hacia mí.

—Ve a la cocina y no te muevas de allí— asiento sin entender nada y obedezco cruzando a la habitación de enfrente.

Aiden sale a la calle con Manuel y yo me quedo con Aurora y el resto de mujeres del servicio que hay en la cocina.

—¿Quiénes son los Morgan?— pregunto acercándome a una ventana que da al exterior.

—Unos antiguos aliados de Aiden— responde Aurora—, mi hijo me ha contado que los traicionó y ahora se llevan más mal que Estados Unidos y Rusia tras la Segunda Guerra Mundial.

Hay un todoterreno aparcado frente a la casa y dos hombres que parecen tratar dialogar, en frente está Aiden, con cara de pocos amigos, Manuel y Liam están con él, aguardando.

Aiden le dice algo a uno de ellos y este se arrodilla, el otro se ríe saca una pistola del pantalón pero antes de darle tiempo a hacer nada, Aiden ya ha disparado su arma y el hombre ha caído al suelo, muerto.

El otro mira a su acompañante como si se le echara el mundo encima pero se recupera rápidamente y vuelve a Aiden para seguir hablando, desesperado. Aiden niega con la cabeza y el otro junta las manos en señal de rendición.

Aiden se para y piensa un momento antes de hacer una señal en dirección a la casa, entonces Liam agarra al hombre y lo hace levantarse para entrar en la casa. Manuel se queda recogiendo el cuerpo sin vida.

—...Lo siento de verdad, no sabía lo que hacía...— escucho decir en el pasillo, pero me quedo allí, estática, viendo cómo Manuel arrastra a un cadáver hasta un cobertizo que hay entrando en el bosque.

La puerta de la cocina se abre y cuando me doy cuenta tengo a Aiden detrás.

—¿Victoria?— coloca su mano en mi hombro para llamarme— ¿Estás bien?

Mi mirada está fija en el charco de sangre que ha quedado en el pasto.

Lo ha matado como si nada, ¿mataría igual a mis padres? ¿Sin emoción alguna? ¿Sin dudar?

—Iba a dispararme, Victoria— dice cuando comprende lo que me ocurre.

Sé que ese hombre iba a tratar de hacerle daño, pero no estoy así por su muerte, estoy así por la expresión de Aiden al hacerlo, como si fuera un simple desperdicio de munición disparar el arma.

—Voy a irme a mi cuarto, ¿vale?— susurro con voz temblorosa.

Aiden me deja ir sin decir nada más y subo con rapidez a mi habitación.

Cuando cierro la puerta me encuentro con una chica rubia.

—Tienes que ayudarme.

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