El carcelero

55 3 0
                                    

Despierto en una incómoda cama, muy pequeña y con sábanas sucias, no quiero ni saber de qué.

Guardo la calma mientras me incorporo con dolor de cabeza. Me ha pasado tantas veces que ya no me asusto... todavía porque este sitio no tiene pinta de ser la mansión de Ricci.

Me trato de levantar pero tengo los tobillos encadenados en el pie de la cama, tan corta es la cadena que ni siquiera podría ponerme en pie justo al lado del final de las cadenas.

Pero desgraciadamente sí que hacen ruido y escucho jaleo fuera. Mierda, se han enterado.

La puerta se abre y entra un hombre delgado. Tiene pinta de haber ingerido algún tipo de droga o llevar un pedo monumental. Se acerca a mí dando traspiés mientras me sonríe malvadamente. Va a hacerme algo y lo sé.

Llevo mi ropa puesta todavía así que no me siento expuesta del todo. Cuando llega y se tira sobre mí para besarme el cuello de forma asquerosa, me cabreo. Un borracho no va a toquetearme y mucho menos violarme.

Aprovecho que tiene poca fuerza por la sustancia que haya tomado y rodeo mi brazo en su cuello, suelta una risita pero poco a poco se va poniendo rojo y empieza a patalear consiguiendo únicamente ponerse bocarriba, lo que hace que mi antebrazo de justo con su laringe y eso le complique respirar más aún.

Estoy atontada por la droga pero no tanto como él así que cuando deja de moverse como pez fuera del agua, aguanto por un momento más antes de tirarlo de la cama con todas mis fuerzas haciendo así que ruede hacia un lado y caiga de la cama golpeándose la cabeza. Admiro la sangre que comienza a salir de su cabeza mientras que me siento cansada de nuevo por hacer ese esfuerzo tan grande. Sin poder evitarlo caigo dormida.

—¡No! Te he dicho que no quiero que la tengáis drogada porque eso la deja inconsciente y no podría satisfacer a los clientes— escucho al despertar, aunque no consigo abrir los ojos por más que lo intente. Es la voz de Ricci, lo sé.

—Pero quizás si es poca cantidad...— habla otro.

—¡He dicho que no! Quiero que sufra y estando drogada no va a sentir nada... ya sé: llévala a uno de los boquetes de abajo y ponle a alguien custodiándola.

—De acuerdo señor ¿Alguna condición?

—Sí, que no la mate, por lo demás, puede hacerle lo que quiera, que sufra todo lo que quiera y más.

Sigo sin poder abrir los ojos y mucho menos moverme por lo que solo puedo notar cómo me quitan las cadenas de los tobillos y me cargan unos fuertes brazos, quizás demasiado fuertes o simplemente los noto así contra mí por mi cansancio extremo.

Da un par de pasos y se detiene, entonces noto una mano acariciar mi mejilla de forma fría, coge un mechón de mi pelo y noto el suave cosquilleo en la raíz indicándome que lo sigue tocando. No consigo abrir los ojos, es como si tuviese los parpados pegados, pero consigo cerrar la mano que descansa en mi regazo, en un puño y aunque mi intención era pegarle a Ricci— porque sé que es él el que me está tocando— únicamente puedo hacer eso.

—Llévala abajo ¿Hay alguien prescindible para que se quede con ella?

—Puedo mirar...

—No, déjalo. Simplemente hazlo tú.

—Sí, señor— y con eso comienza a andar de nuevo.

Pasamos por un lugar en el que se escuchaban gritos de dolor femeninos y risas masculinas.

—¿Quién es esa zorra? ¿Es nueva?— pregunta alguien. Mi corazón comienza a latir desbocado.

—Sí, pero es privada— responde el que me carga.

MineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora