Nuevo integrante a la familia

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Ayer compré un cuaderno de colorear que me pareció gracioso pensando en Lucía. Así que nos tumbamos en mi cama, ahora con sábanas limpias, y le doy el cuaderno y lápices para colorear. Ella los coge encantada y se pone a ello mientras yo leo un libro.

Un golpe proveniente de la terraza me alerta y corro fuera no sin antes decirle a Lucía que se quede en la cama por si ocurre algo malo. No obstante, al mirar hacia abajo, lo que veo es a uno de los seguratas de Aiden, con el arma fuera tratando de buscar lo que sea que hubiese hecho ese ruido.

Ruido hecho por el gato que tanto tiempo atrás había visto en la terraza, tirado en el suelo en posición adolorida.

Ahogo un grito y el guardia me mira.

—Ha sido eso— señalo el gato y él lo observa haciendo una mueca. Supongo que está peor de lo que pensaba—. Súbelo ¡Rápido!

Él reacciona y guarda el arma.

—Sí, señorita Victoria.

Entro dentro y Lucía me mira curiosa, le hago una señal para que me siga y salimos de la habitación escaleras abajo.

—¿Qué ha pasado?

—Hay un gatito herido y tenemos que ayudarlo.

Ella se pone seria de repente y me sigue decidida aparentando tener más de cinco años, la edad que tiene en realidad.

—¡Aiden! ¡Marcus! — los escucho alarmarse y suelto una risita cuando aparecen dos segundos después, preocupados, en el pie de la escalera. Me miran, miran a Lucía y al comprobar que estamos bien, suspiran aliviados.

—¿Qué ocurre? — pregunta Marcus.

—Hay un gatito herido y tenemos que ayudarlo— informo justo cuando el segurata entra en la casa con el dolorido minino en sus manos.

Preocupada, lo cojo y observo que tiene sangre en la boca. Ignoro si es por la caída o porque se ha manchado comiéndose algún animalillo, pero corro hasta la cocina y lo coloco en la encimera. Las chicas del servicio me miran sorprendidas y voy a darles una explicación cuando de pronto, Lucía salta a dar órdenes que todos acatan al ver su seguridad.

—Que alguien traiga un botiquín ¡Rápido!

La pequeña coge una silla y se sube encima para llegar hasta el gato. Yo me aparto al ver su determinación y la observo hacer, sorprendida.

Lucía acerca la oreja al pecho del gato y suspira aliviada, entonces pasa sus manos por el cuerpecito del animal y se detiene en una pata.

—Está rota, voy a necesitar un palo, vendas y esparadrapo.

Las del servicio se lo traen todo y ella coloca el palo en la patita que dice que está rota y la rodea con vendas antes de fijarla con el esparadrapo. Comprueba entonces la boca del minino y sonríe antes de volver a pegar la oreja al pecho del animal y levantarse con expresión aliviada.

—Debería estar bien, seguramente solo esté inconsciente y aparte de la patita rota está perfectamente, pero ¿Podemos llevarlo al veterinario? Sanguinario necesita una revisión de verdad.

—¿Sanguinario? — pregunta Marcus, la pequeña asiente.

—Tiene sangre que no es suya por toda la boca y patas.

Me fijo y es cierto, las patas también las tiene manchadas como si hubiese estado comiendo animalillos recién cazados muy a gusto.

—Vaya, es cierto. Qué observadora eres, pandita— alaba Marcus.

—Necesita un médico— dice ella alterada como si hubiese oído esas palabras en algún sitio antes.

—Claro... claro, ya vamos— cojo al malherido animal y salgo hasta mi coche con los tres a mis espaldas. Nos montamos y pongo al gato en el regazo de Aiden, quien se sienta a mi lado en el copiloto y, tras ponerme el cinturón, pongo rumbo al veterinario.

—¿Dónde has aprendido a hacer eso? — pregunta Marcus, aún algo asombrado por la reciente actitud de la pequeña Lucía. Ella sonríe en la sillita que tiene en mi coche para cuando esté conmigo.

—La doctora juguetes hace eso con sus juguetes y los de sus amigos— dice feliz, creo que por la atención y el asombro que mostramos todos hacia ella—. Por cierto, Marcus, tenemos que quedarnos a Sanguinario...

—Espera ¿Qué? — pregunta Marcus cortándola— ¿Quieres quedarte al gato?

—Sí— responde ella segura de sí misma, pero como Marcus no muestra signos de rendirse, ella pone sus más adorables ojitos de cocodrilo. Marcus carraspea y aparta la mirada—. Por favor...

—Mier...coles, vale. Sí, vale, nos quedaremos al gato.

—Sanguinario— le recuerda ella sonriendo ampliamente.

Llegamos al veterinario y revisan a Sanguinario para salir de allí con el gato, ya lúcido y, para la sorpresa de los tres, muy cariñoso con Lucía. Ya se había hecho tarde así que, una vez llegamos a casa, Lucía y Marcus se marchan a su casa con el nuevo miembro de la familia que, según la veterinaria, es un chico.

Con todos los acontecimientos del día, cuando llega la noche, yo ya no tengo sueño y cuando Aiden entra en mi habitación— que es donde dormimos casi siempre— y me encuentra sobre la colcha, tumbada con las manos bajo la cabeza para aumentar el nivel de la almohada, vestida únicamente con un conjunto de lencería blanca de encaje compuesto por un sostén en el que el encaje dejaba ver todo y un tanga que hace lo mismo con mis partes bajas, su sonrisa se ensancha y se acerca a la cama mientras se desprende de su camiseta y sus vaqueros.

Cuando llega a los pies de la cama, únicamente porta sus apretados boxers por lo que, sin dejar de mirarme de forma perversa, se los baja y se acerca de rodillas hasta mí para unir nuestros labios en un profundo y gratificante beso en el que nuestras lenguas danzan al compás del otro.

Las manos de Aiden recorrieron mi cuerpo con ansias para deshacerse de mi lencería. Por muy bonita y sexy que sea, molesta para que sus manos me sigan recorriendo. Coge un preservativo del cajón de la mesilla de noche y se lo coloca antes de que nuestras respiraciones se aceleren y nuestros jadeos y gemidos inunden la habitación.

En algún momento del acto me entra miedo al recordar lo sucedido con Elmo, pero al abrir los ojos y encontrarme a Aiden besándome de esa forma tan... agradable, todo mi miedo se esfuma.

Cuando terminamos, Aiden me mira serio y yo me preocupo.

—¿Qué ocurre?

—Se ha roto— mi cara debe ser un poema ante sus palabras.

Se ha roto, se ha roto, se ha roto...

El preservativo se ha roto y no sé cómo sentirme ante eso.

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