Dulce victoria

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Abro los ojos entre gritos y sollozos. Tiene que ser mentira, tiene que ser mentira...

Estoy tumbada ¿Me he desmayado?

—¿Niña? ¡Niña!— la voz de Yago me hace darme cuenta de que estoy en la cama. Siento sus manos en mis mejillas mientras trata de calmarme pero yo siento algo subir por mi garganta y me levanto para ir al váter y vomitar todo lo que comí la noche anterior.

Él llega a mi lado y me aparta el pelo de la cara mientras yo gimo dando arcadas y soltando todo, hasta la bilis.

—Tranquila, ya pasó, ya pasó...

—No... no...— sollozo y él me acaricia la espalda con su otra mano— No ha pasado... él está muerto...— sigo sollozando y él acariciando mi espalda.

—¿Quién está muerto, niña?

—A... Aiden. Aiden está... muerto— sollozo.

—¿Cómo crees eso? Yo no tengo constancia de ello— parece confundido, pero yo no puedo responder. Sigo sollozando e hipando—. Lo has soñado, niña— susurra acercándome a su pecho para abrazarme—. Has tenido que soñarlo... está todo bien ahora, todo está bien... era solo una pesadilla, él te sigue buscando, está vivo y está bien.

Lo creo ya que tiene que ser así. Aiden no puede estar muerto. Él me aseguró que era inmortal y, aunque sé que no es cierto, no moriría sin yo sentirlo. Si una parte de ti muere tú lo sientes... tienes que sentirlo y Aiden es parte de mí así que si le ocurre algo yo lo sabría.

Está bien. Él está bien.

Me relajo y él me levanta del suelo para llevarme al lavabo, abre el grifo y me lleva agua a la boca. La escupo para enjuagármela ya que el vómito es horrible para los dientes.

Ignoro la posible infección.

Me lleva entonces a la cama y me acuesta en ella para darle una caricia a mi mejilla y acercarse a la puerta.

—No te vayas esta vez, por favor— dice antes de salir.

No trato de huir, siquiera me levanto de la cama. No me muevo un solo milímetro.

Vuelve unos minutos después y siento una tela cubrir mi cuerpo. Él se tumba a mi lado y me abraza. Yo me giro para mirarlo y me acurruco contra su cuerpo. Él pasa un brazo bajo mi cuello y me acaricia la cabeza hasta que, tranquila, me duermo.

Despierto al escuchar tiros fuera.

Yago no está.

Me incorporo y agudizo los oídos, entonces lo escucho:

—¡Victoria! ¡Victoria!— es su voz. Salto fuera de la cama y me acerco a la puerta para tratar de abrirla, pero está cerrada. La golpeo.

—¡Aiden! ¡Aiden, estoy aquí!

Lo escucho al otro lado de la puerta.

—¿Estás bien?

—Sí, lo estoy— afirmo.

—Apártate de la puerta, voy a volarla— obedezco y me voy a la esquina más alejada y a salvo de una explosión.

Escucho un "pi, pi, pi" y la puerta explota.

Me acerco a la salida y al verlo, mis ojos se inundan en lágrimas. No tiene un boquete entre las cejas ni el rostro ensangrentado. Está vivo y está conmigo.

Me lanzo— literalmente— a sus brazos mientras lloro de felicidad.

Lo he echado de menos. Muchísimo.

—Tranquila, cariño. Estoy aquí, contigo— susurra contra mi cuello tratando de calmar mis sollozos.

Entramos en la habitación donde estaba encerrada y se sienta en la cama conmigo encima. Le mete un cargador nuevo a su pistola y saca su celular para marcar un número y llevárselo a la oreja sin soltarme en ningún momento.

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