Solos

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Pasan unas semanas y Aiden manda a Liam a Salamanca porque tiene unos nuevos  negocios en la zona y necesita que alguien en quien confíe se encargue. Nicole se va con él así que, una vez realizada la mudanza, me quedo sola con Aiden.

—¿Cuánto tiempo estarán fuera?— pregunto. Es estúpido preguntarlo habiendo visto cómo se llevan todas sus cosas. Han vaciado sus habitaciones por completo.

—Mínimo unos seis meses, pero puede que llegue al año— responde este.
Estamos en mi balcón, tumbados en la tumbona. Aiden me acaricia la cabeza con cariño.

El cariño que no puedo recibir sin sentir afecto.

Mis planes se están desmoronando y cada vez me importa menos.

Cada vez lo siento más como un refugio, cada vez…

Su fragancia, la que antes me avisaba del peligro, ahora me relaja. Sus caricias, que antes aborrecía, ahora las anhelo. Y su voz… su voz que antes me hacía temblar, ahora es morfina.

Morfina…

—¿Quieres hacer algo hoy?— pregunta.

—Quiero quedarme aquí contigo— murmuro contra su pecho.

¿Tengo acaso el síndrome de Estocolmo?

¿Y él el de Lima?

Me incorporo y me pongo a horcajadas sobre él, con mis piernas a cada lado de su cuerpo.

Pongo las manos en sus mejillas y lo beso despacio. Él sigue el beso y estruja mi cintura contra él.

Nuestros puntos sensibles rozan y tengo una mezcla de emociones contradictorias. Por un lado, el calor de nuestros cuerpos me hace suspirar pero por otro, no puedo evitar sentir miedo.

Se me encogen los músculos en el mal sentido.

No puedo hacerlo.

Pero tengo que hacerlo, porque no hacerlo significaría que Marcus ha ganado.

Detengo el beso y lo miro a los ojos.

—¿Podemos ir más despacio?— pido en un tembloroso susurro.

—Podemos ir al ritmo que quieras, Esclava— Aiden me sonríe y me relajo.

Quiero simples caricias, ese sería un buen comienzo.

Tomo una de sus manos y las guío a mi pantalón, él no aparta los ojos de los míos cuando se acomoda para que la entrada sea más sencilla.

Me toca por fuera de la ropa y yo suspiro hondo con una lucha interna.

Cómo algo que me está aterrando de esta forma puede causarme tanto placer.

Sube una mano con delicadeza al elástico de mi pantalón y cuela la mano por dentro. Su calor me hace sudar y sus carias suspirar.

Llega hasta mis bragas y delinea el elástico tortuosamente hasta que la cuela por dentro y al llegar se detiene por unos segundos hasta que asiento.

Al llegar al lugar siento que estoy en el infierno por la mezcla de pecado que estoy cometiendo.

Me provoca tanto miedo que me da morbo y el morbo me está dando las mejores sensaciones de toda mi vida.

Echo la cabeza hacia atrás y disfruto de la sensación. Me muevo sobre sus dedos y me deleito con ellos.

Me saco la camiseta por la cabeza y Aiden guía su otra mano a mis pechos sobre el sujetador.

Me desabrocho esta prenda y él atrapa mi pezón entre sus dedos.

Gimo y él sigue con los movimientos mientras bizqueo los ojos y abro la boca.

Acelera los movimientos cuando se me contraen los músculos y no para hasta que acabo.

Saca los dedos y los acerca a mi boca, yo los acepto encantada y los lamo hasta que se los lleva a su boca y una vez acabadas nuestras caricias, en vez de insinuar o pedir que se lo devuelva, me estruja contra él y me tumba contra su pecho.

Horas después, cuando nos damos una ducha, Aiden se marcha a trabajar y yo me quedo leyendo un libro. Es la primera vez que me quedo sola después de aquello— menos la mañana del centro comercial que subí a arreglarme—. Y estoy algo inquieta, pero confío en que no va a pasarme nada y continúo con la lectura.

El miedo es algo terrible, te priva de vivir casi en su totalidad.

Ahora que estoy sola no sé qué hacer, me he acostumbrado a tener compañía, a escuchar a otro aun cuando yo no participaba en la conversación. Estar sola es un alivio, pero uno aterrador.

Me levanto y camino hasta mi escritorio tomando un cuaderno sin empezar, cojo un bolígrafo morado y comienzo a escribir todo lo que se me pasa por la cabeza, cada experiencia, cada dolor, cada cara nueva. Es desesperante, es liberador.

Aprovecho el resto del día para pintarme las uñas de verde, mi color favorito. Me doy un largo baño con espuma y me embadurno de crema hidratante de coco.

Me coloco una mascarilla de arcilla rosa y salgo al balcón para recostarme sobre la tumbona.

Cierro los ojos y escucho los pájaros cantar por entre los árboles pero pequeños flashbacks de esa noche me impiden relajarme como me gustaría.

Me levanto y entro al baño para quitarme la mascarilla. Bajo a la cocina y me preparo un batido de frutas.

Pero me aburro.

No quiero aburrime. Si estoy entretenida el peso es más ligero y todo es más fácil.

Y aunque el lugar sea enorme, yo me siento atrapada.

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