Desesperación

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—¿Dónde crees que vas?— una voz a mis espaldas me detiene en seco, devolviéndome el ya ocurrente temblor de piernas.

Me giro tratando de mostrarme tranquila, el desconocido se acerca a mí y me agarra del brazo con brusquedad.

—¿Quién eres?— mierda Victoria, responde, no te quedes así mirándolo como si estuviese haciendo algo malo.

Aunque para él seguro que sí es malo.

—Busco a Ricci, Yago me ha mandado con él, dice que tengo un cliente— ha sonado bastante convincente.

—¿Tú sola? No me lo trago— trágate uno de mis puñetazos, gilipollas.

—Sé que no me conviene cabrearlos— me encojo de hombros y él se carcajea.

No se lo está tragando...

—¿Niña?— oh mierda.

De pronto empiezo a llorar y le sonrío con burla al desconocido que me agarra antes de girarme aún agarrada por él.

—Yago...— sollozo dando un tirón, pero no me suelta— Tengo miedo...

Llega a mi lado y mira el agarre que ejerce el desconocido en mi muñeca.

—¿A ti qué coño te pasa, tío? La niña es privada. Es mía— lo empuja y él me suelta.

—¿Y a mí qué? La he encontrado...

—Me ha sacado de la habitación y me ha arrastrado hasta aquí— lo corto entre lágrimas antes de que me delate.

—¿Qué dices?— ahora parece confuso pero su orgullo hace que parezca culpable.

Yago me mira serio y vuelve la vista hacia al desconocido, rabioso.

—Te vas a enterar...— comienzan a pelear y yo me escabullo por la puerta más cercana aprovechando que están distraídos.

Vale, ahora piensa, Victoria. Cómo salimos de aquí.

Observo la cerrada habitación en la que me encuentro. Es como un almacén con estanterías llenas de sábanas blancas. Hay una esquina con una lavadora y a su lado un puñado de sábanas engurruñadas del mismo color. La que está más arriba está llena de sangre seca.

En lo alto de la lavadora hay una secadora y en lo alto de ésta hay una pequeña ventana, pero lo suficientemente grande como para que yo salga.

Me acerco a la máquina y comienzo a escalar, pero no lo logro porque una mano en mi tobillo me detiene y un tirón hace que caiga en los brazos de alguien: Yago.

Me mira cabreado. Muy cabreado y siento que si no me disculpo me va a hacer daño. Abro la boca pero él gruñe haciéndome callar.

Vale, Victoria. Nuevo plan: no cabrearlo más de lo que ya está.

Sin soltarme sale de la habitación y recorre el camino que yo hice antes... pero al contrario.

El chico con el que se peleó ya no está pero hay un pequeño charco de sangre que no parece ser de Yago y pequeñas gotas manchan el suelo en dirección contraria a la nuestra.

Cuando llegamos a la habitación, veo una bandeja de comida tirada en el suelo del pasillo y, cuando entramos, me suelta. Yo retrocedo viendo cómo cierra la puerta.

Me mira cabreado.

—Lo siento— susurro en un sollozo y él da un paso hacia mí, retrocedo dos.

—¿Lo sientes?— asiento desesperada.

—Lo siento mucho...— siento que me hayas pillado— de verdad lo siento...

Vuelve a dar un paso y yo vuelvo a retroceder dos. Mi espalda toca la pared y él termina de colocarse frente a mí.

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