28.- Los mejores días de sus vidas.

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El tiempo pasó como si estuviesen en una nube, como si fuese un sueño del que ninguno de los dos quería despertar.

Ese primer día se quedaron abrazados en la cama hasta que sus corazones se calmaron y sus cuerpos se recuperaron lo suficiente para levantarse. Hicieron la cena en casa, Pedri intentando cocinar mientras Pablo no le soltaba ni medio segundo, abrazándole y besándole cada vez que podía. Habían compartido un momento tan bonito y tan intenso que ninguno de los dos podía borrar la sonrisa de su cara. Cenaron entre risas y conversaciones que eran únicamente de ellos y cuando terminaron, se abrazaron en el sofá para ver una película que no llegaron a terminar. Volvieron a la cama entre besos y manos desesperadas, ambos incapaces de dejar de pensar en lo que habían hecho horas antes. Se perdieron en las sábanas y en el deseo, recorriendo la piel ajena con besos y caricias. El cuerpo de Pablo seguía todavía demasiado sensible como para hacerlo otra vez tan pronto, pero eso no les impidió buscar el placer juntos, ambos corriéndose en la boca contraria mientras se repetían confesiones susurradas. Se besaron durante todo el tiempo que quisieron, sin prisas, amándose con los labios y dejando rastros de cariño en cada rincón de sus cuerpos. Y terminaron quedándose dormidos más abrazados que nunca y sintiéndose las personas más afortunadas del mundo.

El segundo día fue igual de bonito. Despertaron a media mañana y Pedri le subió el desayuno a la cama haciéndole reír por lo romántico que podía ser a veces. Pasaron la mañana metidos en aquella casa que se había convertido en su escondite del mundo real. Comiéndose a besos en la cama, picándose el uno al otro y haciéndose reír hasta que les dolieron las mejillas. A la hora de comer, Pedri le llevó a un restaurante que conocía cerca, era amigo de los dueños y eso facilitó que les dieran cierta privacidad. Se sentaron en una esquina, frente al ventanal que daba a las increíbles vistas de la playa y cerraron esa zona del restaurante para que nadie pudiese acercarse a ellos. Era agradable, poder salir por una vez a comer como personas normales, parecía una cita. Comieron tanto y tan bien que ambos sintieron que iban a explotar y se rieron el uno del otro mientras volvían al coche del canario. Por la tarde, Pedri le llevó a un mirador que había en una pequeña colina y se sentaron bajo un árbol para ver el atardecer. Terminaron tumbados en el césped, besándose durante horas y disfrutando de la paz que sentían estando juntos. No se movieron de ahí hasta que se hizo de noche y pudieron ver las estrellas mientras reían buscando formas en las constelaciones. Cuando el frío comenzó a hacerse notar, volvieron a casa y se permitieron saltarse la dieta y pedir unas pizzas para cenar. Esa noche ni se molestaron en poner una película, sabiendo que no la harían ni caso. Se metieron en la cama y Pablo dejó que su novio le devorase el cuerpo entero con besos, mientras le masturbaba e introducía los dedos en su interior para hacerle ver más estrellas de las que había visto antes.

En el tercer día volvieron a casa de los padres de Pedri para comer con ellos y pasaron la tarde jugando al Fifa con Fer. Y antes de irse, Pedri llamó a Pablo "mi novio" como si no tuviese importancia y sus padres solo sonrieron, sin decir nada, como si fuese súper normal o ya lo supiesen. Esa noche habían quedado con los amigos de Pedri para cenar y Pablo estaba de los nervios. Cuando llegaron al bar donde les esperaban, logró tranquilizarse al ver que todos le saludaban emocionados y le aceptaban en el grupo como a uno más. Se lo pasaron genial toda la noche, los amigos del canario contándole anécdotas y avergonzando a Pedri con historias de cuando eran pequeños. Hasta que terminaron de cenar y fueron a tomarse algo con ellos antes de volver a casa. Pablo supo que algo no iba bien cuando notó a Pedri tensarse a su lado mientras hablaban sentados en una mesa. Había entrado una chica que todos parecían conocer y la saludaron mientras se acercaba a ellos con una sonrisa. Cuando saludó a Pedri con dos besos y una mano en su pecho, Pablo tuvo que contenerse para no apartarla de golpe. Su novio, que le conocía más que nadie, le rodeó la cintura con un brazo de la forma más disimulada que pudo. La chica se presentó y Pablo intentó ser todo lo majo que pudo, hasta que uno de los amigos del canario le susurró que era la ex de Pedri. Su humor cambió de inmediato y no pudo evitar los celos y la inseguridad que le consumieron, apretando la mandíbula cuando la chica se sentó con ellos a tomar algo. Pedri no hizo nada mal, apenas habló con ella, quedándose pegado al sevillano durante toda la noche y dejando caricias en su pierna cada vez que podía. Pero Pablo ya no volvió a estar igual de cómodo que antes, quería plantarle un beso a su novio delante de todos y dejar claro que estaban juntos, pero no podía y eso le frustraba más que nada. Estaba claro que Pedri había notado su cambio de actitud y le miraba de reojo continuamente, dedicándole sonrisas que pretendían tranquilizarle y tocándole disimuladamente de las formas más inocentes posibles. Cuando Pablo se levantó para ir al baño, su novio le siguió y le besó en cuanto estuvieron en la poca privacidad que podía darles el baño de un bar. Le abrazó mientras le aseguraba en susurros que esa chica ya no era nadie para él, que apenas había estado con ella unos meses y que habían quedado como amigos. Consiguió hacerle sonreír cuando le repitió una y mil veces que solo le quería a él y que no tenía nada de que preocuparse. Tras besarse durante unos minutos, volvieron con sus amigos y Pablo logró relajarse lo suficiente como para disfrutar el resto de la noche.

Cafuné | Pedri & GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora