13.- La gala.

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El siguiente partido era en Girona y aunque dejaron que Pedri fuese con ellos, no había entrenado en toda la semana y ya le habían avisado de que no jugaría. La cabeza ya no le dolía y la herida estaba curándose perfectamente, le habían quitado los puntos esa misma mañana. Se sentía preparado y aunque en el fondo sabía que era mejor, se pasó el partido entero en el banquillo, desesperado y frustrado por las ganas que tenía de salir al campo.

Lo de estar en el banquillo no era lo suyo y se notaba, aunque tampoco podía quejarse de las vistas que tenía. Desde donde estaba sentado podía ver a Pablo correr de un lado a otro y mentiría si dijese que no le prestó más atención a él que al partido en sí. Pablo jugando al fútbol era un espectáculo que pocas veces podía disfrutar, ya que casi siempre estaba ahí en el campo con él. El esfuerzo que ponía en cada jugada, lo bien que controlaba el balón, las ganas con las que defendía, lo rápido que corría... todo era un constante derroche de talento. Por no hablar de lo guapo que estaba con el pelo despeinado, sudando y con las mejillas rojas. Pedri estuvo hipnotizado durante todo el partido, incapaz de apartar la mirada como si el cuerpo de Pablo fuese un imán.

Hubo un momento de tensión, cuando le hicieron una falta al sevillano y este se cabreó, encarándose con el jugador que le había tirado al suelo. Y Pedri sabía que si hubiese estado en el campo, habría sido su responsabilidad ponerse en medio y tranquilizarle. Sabía que la actitud del menor y lo fácil que se encendía, a veces eran un problema y que tenía que ayudarle a controlarlo. Pero desde fuera, solo ese día, se permitió disfrutar de la maravilla que era Pablo enfadado. Por mucho que le avergonzase admitirlo y aunque nunca se lo diría, le ponía a mil verle así. Era tan atractivo cuando se encaraba con tíos que le sacaban medio metro, las sonrisas de impotencia que soltaba, sus manos apretadas en dos puños por la rabia... y Pedri ya tenía las hormonas por las nubes otra vez.

El momento pasó sin más incidentes y el jugador contrario terminó pidiéndole perdón a Pablo con una palmadita en la espalda que el sevillano correspondió con la sonrisa más falsa que Pedri había visto en su vida. No pudo evitar reír cuando Pablo le miró mientras volvía a su posición y rodó los ojos como diciendo "lo que tengo que aguantar". El partido continuó y aunque iban ganando gracias a un gol de Raphinha, Pedri se sintió orgulloso de como el equipo no dejaba de buscar otro gol, presionando y atacando constantemente.

No quedaba mucho para que terminase, cuando le pasaron el balón a Gavi casi en medio del campo y logró esquivar al rival para correr hacia la portería a tal velocidad que nadie pudo pararle. Pedri supo que era gol incluso antes de que Pablo tirase y se levantó del banquillo para ver cómo el balón entraba con precisión en la portería contraria. Sus compañeros gritaron alrededor y se abrazó a ellos mientras veía a Pablo celebrarlo en el campo con los demás. Y sintió que se le iba a salir la sonrisa de la cara cuando Pablo se giró hacia el banquillo para buscarle con la mirada. En cuanto le encontró, sonrió y se llevó las manos a los ojos para imitar su celebración, señalándole y dedicándole el gol.

Y Pedri pensó que le daría un infarto en ese mismo momento, su corazón latiendo fuerte y descoordinado. Le había dedicado el gol y no sabía si echarse a llorar o saltar al campo para comerle la boca. Al final no pudo hacer ninguna de las dos, porque Eric le cogió del brazo para volver a sentarle en el banquillo cuando el partido siguió. Se obligó a sí mismo a calmarse, pero la sonrisa de su cara no se borró en ningún momento, una muestra clara de la felicidad que sentía por dentro. En el fondo sabía que lo que acababa de hacer Pablo era arriesgado, que podía meterles en problemas con Laporta aunque Pablo no tuviese ni idea del correo que había recibido Pedri. Sabía que aquello solo alborotaría los rumores sobre su relación, pero en ese momento no podía importarle menos.

El partido terminó poco después y volvieron todos a los vestuarios, Pedri intentando buscar al sevillano entre el mar de cuerpos azulgranas. Le encontró en el pasillo que llevaba al vestuario y le enganchó de la cintura para separarle de Jules y girarle hacia él. Pablo le sonrió en cuanto se dio cuenta de que era él y Pedri solo pudo mirarle pensando que se ahogaría por todo lo que estaba sintiendo.

Cafuné | Pedri & GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora