24.- Querernos mejor.

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Una vez lograron que sus respiraciones se normalizaran y sus corazones dejasen de latir desbocados, se quedaron unos segundos más abrazados permitiéndose disfrutar el momento. Pedri dejaba caricias en su espalda y besos suaves en un lateral de su cabeza mientras Pablo le correspondía con besos en su cuello y suspiros contentos. No se habían movido de la posición en la que estaban y ninguno tenía ganas de hacerlo, pero a Pedri empezaban a dolerle las piernas de tenerlas abiertas y sabía que por mas que quisieran, no podían quedarse así para siempre.

-Amor - Murmuró carraspeando en seguida al notar su voz demasiado ronca y bajando las manos por su espalda hasta su cadera para darle unos golpecitos suaves - Levanta, anda.

-No quiero - Contestó Pablo con los labios pegados a su cuello y negando ligeramente con la cabeza, sacándole una sonrisa por lo tierno que era siempre después de tener un orgasmo.

-Tienes que levantarte y quitarte el condón - Dijo con una risa bajita cuando Pablo solo se abrazó más a él con un quejido.

-Estoy muy a gusto así - Protestó dejando una serie de besos seguidos en su cuello y Pedri se dejó convencer, al menos un ratito más.

Le permitió descansar sobre su cuerpo, deslizando las manos por su piel con suavidad y erizándole la piel de la espalda entera. Y porque demasiado había aguantado ya, las bajó despacio hasta que pudo acariciar su culo. Notó a Pablo sonreír en su cuello y apretó ligeramente las manos en sus nalgas, recorriéndolas y sin poder evitar colar un dedo entre ellas para acariciarle ahí también.

-Pedriii - Se quejó con un gemido al notar las caricias de su dedo, su polla reaccionando aún en su interior - Deja por lo menos que se me baje antes de volver a ponerme cachondo.

-Perdón - Dijo con una risa, moviendo el dedo de forma superficial alrededor de su agujero y sacándole otro gemido antes de volver a subir las manos a su cintura - Es que tu culo me puede.

Pablo rió en su cuello y le dio ahí un beso más antes de finalmente sacar la cabeza para poder mirarle. Le sonrió en cuanto sus ojos se encontraron y Pedri se quedó embobado con su sonrisa, sus mejillas coloradas y sus ojos llenos de brillo. Era la cosa más bonita del mundo y era todo suyo. Pablo chocó sus narices con cariño sin dejar de sonreír y se inclinó para unir sus labios en un beso corto y dulce.

-¿Cómo estás? - Preguntó en un susurro sobre sus labios - ¿Te ha gustado?

-Amor - Rió rodando los ojos y dándole un pico rápido antes de añadir - ¿Tenemos que tener esta conversación con tu polla todavía dentro de mi?

Pablo soltó una carcajada al escucharle y apoyó la frente sobre la suya mientras reía, negando ligeramente con la cabeza. Le dio un beso más sin dejar de sonreír y finalmente levantó la cadera para salir despacio de él. No pudo ignorar la mueca en la cara de Pedri cuando se quitó de encima de él y le acarició las piernas mientras las dejaba despacio sobre la cama y se colocaba entre ellas de rodillas. Se inclinó para dejar un beso en su abdomen mientras se quitaba el condón y le hacía un nudo. Pedri le observó con una sonrisa, bajando una mano para pasarla por el pelo despeinado del menor y relajándose sobre el colchón. Cuando vio a Pablo con todas las intenciones de tirar el condón al suelo, le dio un golpecito suave con la rodilla.

-No seas guarro - Advirtió alzando las cejas con una sonrisa. Pablo resopló, pero le hizo caso y se levantó de la cama para tirarlo en la basura, murmurando un "Tú a veces haces lo mismo" que solo consiguió que Pedri soltase una risa.

Decidió aprovechar que estaba de pie y que no le temblaban demasiado las piernas para ir al baño. Le lanzó un beso a Pedri mientras salía de la habitación y poco después, volvió con una toalla húmeda en su mano. Recordaba que Pedri había hecho lo mismo con él y quería tratarle igual o mejor. Así que, se sentó al lado del cuerpo extendido del canario y le limpió el abdomen y el pecho que se había manchado al correrse. Y cuando terminó y dejó la toalla a un lado, Pedri le sonrió estirándose en la cama y abriendo los brazos en una clara invitación. Le faltó tiempo para acostarse a su lado y pegarse a él, los dos girándose para abrazarse tumbados de lado apoyando las mejillas en la almohada para poder mirarse. Pedri se estiró una vez más, sus músculos tensos por el tiempo que había estado sin moverse, y subió una mano a la mejilla del menor mientras entrelazaba sus piernas. Notaba cierta molestia cuando se movía, pero era soportable y estaba tan feliz que en ese momento le daba todo igual.

Cafuné | Pedri & GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora