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2018

Llegó el fin de semana y no había nada que Bianca odiara más. Si bien tenía su rutina para los sábados y domingos, esta solía ser un poco más flexible. Las horas parecían más largas. Solía pasar las mañanas leyendo el diario y haciendo las compras para la semana. 

De vez en cuando aceptaba alguna invitación de sus amigas para almorzar cerca del río y por las tardes intentaba encontrar alguna película o serie que la sacara del mundo real por un par de horas. ¡Qué diferentes solían ser los fines de semana! Llenos salidas con amigos o tardes que se alargaban en el club. Recordaba las visitas a los pueblos de las afueras de Buenos Aires o los cumpleaños que suponían terminar en un bar pero se alargan en el jardín de la casa del festejado. 

Y el río, hacía lo imposible por no recordar el río. La insistencia ante la que había cedido para que compraran ese barco. Lo que se había asustado cuando habían recibido el primer recibo del club de veleros de San Isidro.  Esas pocas salidas que habían llegado a realizar, con muchísimo viento y el sol cegando el horizonte. Y después, los gritos, el agua salvaje contra la embarcación, su marido intentando controlar el timón y la oscuridad. Un silencio encapsulado. Sus manos soltando la soga. Su cuerpo agotado. Su alma quebrada. Su vida perdida.

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