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2018

La mañana había sido una tortura, de vez en cuando Martin y Bianca, se miraban con disimulo, y volvían con gran esfuerzo a centrarse en sendas pantallas. Habían pasado 2 horas así y Bianca, ya incómoda y un poco más calmada, se recostó sobre el respaldo del sillón, inclinó la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos, emitió un suave suspiro. Desde la otra punta de la oficina Martin se había perdido en la vista. La curvatura de su cuello, inclinado hacia atrás y el escote de la camisa, sugestivamente abierto, le ofrecían un hermoso espectáculo. Bianca como si pudiera sentir su  mirada se incorporó rápidamente y cuando estaba a punto de ceder en su actitud y volver a hablarle alguien tocó la puerta, que solía estar siempre abierta, y se aventuró a la oficina. 

-Martin, ¿cómo va todo?- preguntó Federico. –Fede, todo bien, acá, acomodándonos.- le respondió Martin. –Al parecer tendríamos que haber traído nuestras propias sillas- añadió con un gesto burlón- pero lo solucionamos.- añadió guiñándole un ojo a Bianca.

Bianca desde el sillón, no podía creer lo irritante que podía resultar, pero se limitó a enviarle una mirada de disgusto y volver a su trabajo. Martin continuó- Fede, ella es Bianca, la responsable del departamento de finanzas. Bianca, él es Federico, va a estar en el sector de diseño- Bianca no tuvo más remedio que levantarse y  acercarse al joven. Federico tendría unos cuarenta años, lucía su pelo negro corto  y una afeitada al ras que le quitaba algunos años. Vestía una camisa de la última temporada de Bensimon y los pantalones demasiado ajustados.

Bianca le ofreció su mano pero el joven le dio un beso en la mejilla. – Suerte con mi compañero- le dijo y bajando un poco el tono de voz, añadió- que no te asuste, en el fondo es un buen chico.- Bianca sonrió levemente y le dijo en tono burlón – ¿Vos decís?- Fede se echó a reír y se volvió hacia Martin diciendo – ¡Hey, esta chica ya te conoce!- Ambos intercambiaron una mirada de complicidad y el recién llegado continuó- Vamos a juntarnos en el café de abajo, ¿venís?-  Martin se levantó y tomando su computadora y su celular le dijo que sí. -Hasta luego Bianca, podés usar la silla si querés- dijo y salió de la oficina luciendo una gran sonrisa y dejando a una Bianca indignada en el centro de la escena.

Fastidiada por la situación, Bianca decidió salir de la oficina también. Le avisó a Lucy que ya no volvería y que cualquier cosa le avisara a su celular. 

Volvió a su casa, se puso ropa cómoda y se sentó en su balcón a ver el río. Del departamento de al lado se oía música. Era una canción vieja que ella bien conocía y que hacía tiempo no escuchaba. Pero, como la música tiene esa habilidad de desenterrar de lo más profundo aquellos recuerdos que se creen olvidados, Bianca volvió al pasado por unos minutos.  

Volvió a su casa de Vicente Lopez, tenía 16 años y había cerrado las cortinas de su habitación. Sonaba “Genie in a bottle” de Christina Aguilera y ella repasaba la coreografía con una gran sonrisa; las pasadas para aprender los pasos ya habían terminado, ahora simplemente bailaba desde el alma, poniéndole su propio sello y disfrutando esa energía tan real que le producía bailar. 

Esa había sido su pasión desde que podía recordar. Conforme fueron pasando los años había abandonado los ensayos privados en su casa, pero no así las clases. Sabía que nunca hubiese podido ser una bailarina profesional, ya sea por lo autocritica que era de su cuerpo, o por la carga que ella misma sentía de completar una carrera universitaria, pero eso no le quitaba la felicidad que sentía al bailar. Por eso, tres veces por semana, visitaba el estudio de danza de la Avenida Maipú. 

Salsa, jazz, reggeaton, le daba lo mismo el género, había convencido a su profesora de crear un grupo para adultos, sin la presión de aprender coreografías; una hora dedicada a copiar pasos, pero sobre todo a dejarse llevar. ¡Qué bien le hacía! Y luego, esa energía se apoderaba de ella. Solía bailar mientras ordenaba su casa, o mientras cocinaba, hasta cuando repasaba para los exámenes de la facultad. 

Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas y esta vez no quiso detenerlas. En la soledad de su balcón, con la mente sumergida en el pasado, recordó que desde hacía tres años no había vuelto a bailar.



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