44

68 8 0
                                    

2018
La mañana siguiente los sorprendió con la alarma del celular de Bianca a las 06:53, era la primera vez en mucho tiempo, que Bianca sólo deseaba apagarla y seguir durmiendo. 

–Pidamos el día. – le dijo Martin con voz de dormido, sin abrir los ojos. 

–No podemos – le respondió Bianca destapándolo. 

- ¿Por? Yo ya no tengo trabajo y vos podes sentirte mal un día – le respondió intentando persuadirla. Pero Bianca se metió en el baño y comenzó a arreglarse. Al verlo entrar sin ropa se miraron a través del espejo, y abrazándola por la cintura le susurro 

– Pero podemos llegar un poco más tarde. – Bianca se entregó al placer de sentirlo una vez más y luego de disfrutar juntos, fue a preparar café. 

Martin le agradeció la taza y mientras terminaba de arreglarse caminaba por la sala. El río a través del ventanal con el sol acariciando su pequeño oleaje era hermoso. Al volver la vista, reparó una vez más en el cuadro que vestía la única pared libre del lugar. Su mente se trasladó al pasado, comenzó a recordar a su autor. 

- ¿Es de Ernest Descals, no?  – le preguntó a Bianca señalándolo. Bianca que continuaba poniendo cosas en su cartera, casi sin mirarlo le respondió. 

–Sí, fue un regalo. – Martin se acercó para mirarlo más de cerca, los colores en los tonos de los azules transmitían tranquilidad, las barcas antiguas de maderas desgastadas flotando sobre el agua calma, descansando a orillas de la bella Cadaques, bajo escasas nubes con pequeños destellos grises, bañando los altos techos de las casas altas y blanquecinas, decoradas con montones de cerámicos de principio del siglo veinte, completaban el paisaje. Lo recordaba, lo había visto antes. En medio del torbellino de emociones que lo arrasaban bajó la vista, y la vio. Allí, sobre la pequeña mesa alta que sostenía dos faroles, bajo un vidrio reluciente, de su puño y letra estaba aquella carta que había escrito, en la comodidad de su piso de Madrid, cuando supo que su mejor amigo se casaba. 

Con el corazón a punto de salirse de su pecho y la sensación de quien se encuentra en el lugar incorrecto, se volvió hacia Bianca y cuando esta lo miró, le preguntó casi en un susurro 

- ¿Bi? –

Volver a escuchar que alguien la llamara de esa manera le hizo perder la estabilidad. Obligada a tomarse del respaldo del sillón, se miraron sin terminar de comprender. 

- ¿Sos la Bi de Benja? – volvió a preguntarle Martin, sumido en una marea de emociones que le impedían pensar con claridad. Bianca entrecerró los ojos, intentando encontrar una respuesta, pero solo veía dolor en los ojos esmerilados por las inminentes lágrimas de Martin. 

–¿Su nombre no era Blanca? – se preguntó en voz alta. 

-Sólo mi marido Benja, me llamaba así.- dijo Bianca en voz baja. – Pasó casi un mes creyendo que mi nombre era Blanca, pero vos… ¿Lo conocías? – Martin, petrificado frente al cuadro, sin mirarla le dijo 

–Mucho más que conocerlo, soy Tincho. – respondió al tiempo que pasaba sus dedos sobre su nombre, escrito en aquel papel amarillento.

El silencio se apoderó de la sala. Como una lluvia helada, se vieron envueltos en la zozobra de quien acaba de ser engañado. La presencia de Benjamin se hizo tan fuerte entre los dos que Martin tomó sus cosas y sin poder mirarla abandonó la estancia con un escueto 

–Perdón, no puedo con esto. –

Bianca, se acercó al cuadro, con los ojos llenos de lágrimas, incrédula de lo que el destino había tenido guardado para ella, releyó las líneas que tanto la habían conmovido tiempo atrás, y creyó comprender que lo ocurrido, no podía ser algo malo. Aunque cuando la puerta se cerró detrás del hombre que amaba, sintió que se lo arrebataban, otra vez.

Volver a bailarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora