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2018

Los siguientes quince días pasaron demasiado rápido en la oficina. Los rumores de la filtración de la información se fueron apaciguando, Bianca y Martin lograban disimular su relación ante los demás empleados, aunque cada vez les resultaba más difícil. Habían comenzado a almorzar juntos, las caminatas de Bianca se transformaron en escapadas a su departamento, solían cerrar la puerta de la oficina con más frecuencia y ninguno parecía interesado en pasar horas extras en la empresa. 

Pasaban mucho tiempo juntos, ya conocían sus gestos de fastidio, sueño, alegría y deseo. Se buscaban mutuamente, mientras cocinaban, veían una serie o paseaban junto al río. Los días que Martin pasaba con su hija, no dejaban de enviarse mensajes y eran raras las noches en que no dormían juntos. 

Una tarde de sábado, mientras Bianca preparaba unos mates en la cocina, Martin desde el balcón, la vio bailar. Se movía ajena al ambiente, solo sentía la música, cerraba los ojos y con la delicadeza de las bailarinas de ballet, dibujaba lazos imaginarios en el aire que la rodeaba. Sin querer interrumpirla espero a que termine la canción y sin dejar de mirarla comenzó a aplaudir. Bianca sobresaltada se giró y sin comprender que pasaba le preguntó.

- ¿Por qué aplaudís? - Martin sonrió y le explicó 

–Por tu baile, sos todavía más hermosa cuando bailas, deberías hacerlo más seguido. –
Bianca se acercó con el mate y sentándose a su lado le respondió:

–Me encantaba bailar, hasta estudié ¿sabías? –
Martin arqueó una ceja en señal de sorpresa.

–No sabía, es la primera vez que te veo bailar. ¿Qué pasó? – Bianca se tomó las manos, como buscando valor para hablar. 

–La vida. – respondió, sin mirarlo 

- Para bailar hay que estar feliz, disfrutarlo, sentirlo, supongo que desde el accidente perdí un poco eso. Nunca te conté, pero estaba embarazada, iba a tener un varón, lo llegué a sentir moverse en mi interior, le cantaba, bailaba acariciándolo, lo deseaba tanto… - las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas y tuvo que hacer una pausa para poder continuar.

– De un día para el otro la vida como la conocía desapareció. Me quedé sin nada. Todo lo que alguna vez me había importado dejó de hacerlo. Por muchos meses no quise ni comer. Mi familia siempre intentó ayudarme, hasta hace unas semanas, cada jueves almorzaba con Lauti y cada domingo lo hacía con mis padres. Mis amigas también lo intentaron, pero es muy difícil ayudar a quien no desea ser ayudado. Llegué a pensar que lo mejor era terminar con mi vida, pero tampoco fui lo suficientemente valiente para hacerlo. – Martin había tomado sus manos y la escuchaba con atención. 

–Un día, casi un año después recibí una llamada del trabajo, mi licencia se había terminado y tenía que decidir si le pedía a mi psiquiatra que la renueve o intentaba volver a vivir. Ese día aun lo recuerdo, todavía con el alma en pedazos me vestí, me maquillé, intentando ocultar las ojeras, que llevaban siglos ahí y volví a mi oficina. Después de soportar las miradas de pena de cada persona que me crucé en el camino, me encontré sola en mi escritorio y en la medida que avanzaba con las tareas, el tiempo corría a mayor velocidad de lo que lo hacía en mi casa. Fue mi gran refugio, pasaba horas y horas trabajando, incluso los sábados, la rutina me daba seguridad. Ya no creía que hubiese algo importante por perder, por lo menos en el trabajo. Pero nunca había vuelto a bailar, ¿qué loco no? No es que no me lo hayan ofrecido, mi mejor amigo, Leo, abrió su propia academia hace unos años, y no hubo mes en que no me llamara para invitarme, desde participaciones en el teatro hasta clases particulares, pero la verdad es que nunca tuve ni la fuerza ni las ganas de volver a intentarlo. - Martin se acercó un poco más y la sentó sobre su falda para abrazarla. 

–Qué honor. - le dijo

–Ser el primero que volvió a verte bailar. – Luego de un dulce beso continuo.

 –¿Podrías bailarme de nuevo esta noche? – le dijo, exagerando el tono, para sacarla del triste pasado. Bianca le dio una suave palmada en la rodilla 

– Mmm, no sé, te lo vas a tener que ganar. - ambos se rieron y volvieron a besarse.

- ¿Eras de esas chicas que bailaba en todos lados? ¿En los boliches, en las fiestas del club? – Bianca se incorporó un poco y le respondió. 

–Algo así, aunque con las fiestas del club quedé medio traumada. - 

- ¿Por? - le preguntó curioso Martin.

-En mi primera fiesta, un idiota me dejó plantada. –

- ¿En serio? Me cuesta creerlo, debería ser idiota en serio. –

- Yo tenía 16 años, me había puesto la ropa de moda de esa época, una pollera demasiado corta con unos zapatos demasiado altos, pero me sentía divina. En un momento me perdí de mi grupo de amigas y un chico, pasado de copas casi me tira. Por suerte un supuesto caballero hermoso me sostuvo y evitó mi caída. Me invitó a tomar algo y yo, súper emocionada le dije que sí. Él se fue a buscar las bebidas y yo a pedirles a mis amigas que me dejen un par de horas con él. Pero pasé el par de horas sola, sentada en un banco de cemento helado y el muy caballero nunca volvió.–

Martin comenzó a reírse, no podía creer lo que le estaba contando, analizó de nuevo sus ojos y la vio, como hacía veinte años, tan hermosa como la pequeña a la que había tenido que dejar por un asunto de fuerza mayor.

- ¿No me digas que era una fiesta del CASI? - le preguntó aun con la sonrisa en los labios.

- Sí, ¿cómo sabes? –

- ¿Qué me decís si te confieso que el idiota era yo? -

Bianca se incorporó de golpe y volvió a mirarlo, incrédula estudio sus ojos con detenimiento.

- ¡No puede ser! – dijo llevándose ambas manos a la boca.

-En mi defensa, jamás quise dejarte plantada. Cuando estaba volviendo con las bebidas nos avisaron que el padre de un amigo había muerto, le pedí a uno de los chicos que te lo explicara, pero se ve que nunca llegó. Te busqué en todas las fiestas ese año, ni siquiera sabía tu nombre, pero estaba seguro de que te reconocería. No puedo creer que- no pudo terminar la frase, Bianca anonadada, por fin encontraba una respuesta a lo que tantas veces se había cuestionado. ¿Cómo no lo había reconocido? Martin volvió a abrazarla.

- Qué ironía del destino, pero no sabes lo feliz que me hace saber que eras vos. – le dijo con sinceridad.

Bianca lo besó demostrándole que para ella también era una gran noticia. Esa tarde cuando hicieron el amor, volvieron a sentirse como dos adolescentes que se habían conocido en una fiesta y si bien sus cuerpos ya no se parecían a los de los 16, su espíritu estaba intacto. Y cuando Bianca terminó de cepillarse sus dientes y ponerse su ropa de cama, con un gran suspiro, se sacó la alianza de su dedo y la guardó en una cajita que enterró en el fondo de un cajón. Se volvió hacia el hombre que dormía plácidamente en su cama y con una sonrisa, tuvo muchas ganas de volver a creer.

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