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2018

El viernes por la mañana Martin se encontraba en la oficina, muy satisfecho por cómo habían resultado las cosas con su hija la tarde anterior. Guardó en el cajón del escritorio los dos Bon o Bon que le había comprado a Bianca, en señal de agradecimiento y le pidió a Lucy que le alcanzara un café. 

La joven risueña, de baja estatura y grandes gafas, se lo acercó a los pocos minutos y, como solía hacer, comenzó a contarle los cotilleos de la oficina, que si bien a él mucho no le interesaban, elegía no ser descortés, y la dejaba hablar un buen rato.

Entonces, como si acabara de subir los 5 pisos por la escalera, entró Bianca, luciendo el ceño fruncido, el rostro colorado y los labios apretados. 

–Lucy, por favor, dejános solos.- dijo en tono monocorde, sin cambiar la expresión. Lucy salió a gran velocidad, intentando hacerse más pequeña de lo que era y evitando que sus pasos se oyeran al pasar. 

Bianca cerró la puerta de la oficina con vehemencia, apoyó su cartera en el sillón y se acercó con un par de grandes pasos hasta el escritorio. 

– ¡No puedo creer que hayas hecho esto!-  le soltó con furia arrojando una pila de papeles sobre el escritorio. 

Martín, sin poder comprender de lo que estaba hablando, tomó los papeles y mientras los hojeaba, con un tono calmado le respondió. 

–No tengo idea de lo que estás hablando, Bianca. -

-¿Ni siquiera lo vas a admitir? – lo increpó poniéndose ambas manos sobre las caderas, como una niña a la que acababan de quitarle un juguete. 

-Bianca, en serio, no sé qué es esto.- le dijo Martin poniéndose de pie y caminando lentamente hacia ella con los papeles en la mano. 

-Es la publicación de los prototipos que estaban en los presupuestos que te mandé. ¡En la primera plana del diario! Sólo yo los tenía completos, y ahora… si querías que me despidieran, ese no era el camino.- le dijo con indignación.

-Pero yo no…- comenzó a decir Martin, pero Bianca enojada, como hacía años no lo estaba, comenzó a dar pasos de un lado a otro, mientras continuaba diciendo 

- No sé cómo pude ser tan tonta. Venís acá haciéndote el copado con todos los del piso, vendes el discurso de que no van a despedir  a nadie, que son la mejor consultora del país, que sabes lo que haces 

– Martin, sin poder creer lo que estaba escuchando, comenzó a sonreír 

- ¿De qué te reís? No puedo creerlo, así que conocías a las de mi clase… que clase era, ¿las fáciles de despedir? – Viendo la furia en los ojos de Bianca, a Martín comenzó a molestarle que pensara tan mal de él; cambió la expresión y le dijo con seriedad y en un tono más elevado de voz, acortando la distancia entre ambos. 

– Si me dejaras hablar, te puedo explicar.- Pero Bianca no lo dejó 

-¿Qué me querés explicar? ¿Cómo no lo vi? Siempre tan seguro de vos mismo, haciéndote el lindo por teléfono en mis narices, con esa sonrisa tan compradora. ¿Cuándo me elegiste como tu victima? Nunca me dejé llevar por tipos sexys como vos. ¿Cómo no lo vi venir?- Bianca hablaba sin siquiera mirarlo.

-Bianca, pará-  le dijo Martin serio.

-¡No paro nada, estoy furiosa!- gritó Bianca.

-Uh, Bianca, sos imposible, no sé cómo te soporta tu marido.- le soltó Martin exasperado. Y entonces Bianca se paró en seco delante de él en absoluto silencio. 

Martin vio como sus ojos se oscurecían, el dolor se apoderó de ella, parecía presa de un sentimiento de angustia, ya no gritaba, no se movía, sus labios se separaron un poco, como dejando salir un suspiro, la distancia entre ellos se había acortado lo suficiente como para notar su pecho subiendo y bajando a gran velocidad. Sin pensarlo Martin hizo lo que llevaba tiempo queriendo hacer. Se acercó más, puso una mano en su mejilla y con la otra atrapó su cintura. Con un movimiento suave, pero seguro pegó su cuerpo al de ella y depositó sus labios sobre esa boca con la que tanto había soñado. 

Bianca, dentro del torbellino de emociones que la había capturado, separó un poco más sus labios y, sin mover ni un centímetro de su cuerpo, lo dejó entrar. Martín podía sentir sus pechos presionando contra su cuerpo, su mano escaló por su espalda y la rodeó aún más. El beso era profundo y excitante. Bianca comenzó a sentir su erección cercana a su sexo y un  pequeño gemido se escapó entre sus labios. Martín sintió la urgencia de hacerle el amor allí mismo. La mano que sostenía su mejilla bajó hasta su seno y cuando acarició suavemente su pezón sobre la tela de la camisa, fue Bianca la que lo deseó. Entonces el teléfono sonó para devolverlos a la realidad. Se separaron lentamente, Bianca no se animó a abrir sus ojos, sino hasta que escuchó a Martin atender. 

–Si Lucy, todo bien.- le dijo Martin, apresurado, a una Lucy preocupada y sin esperar la respuesta colgó. Pero cuando se volteó la oficina estaba vacía.

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