47

68 8 0
                                    

2018

Martin se subió al auto y sin saber muy bien el por qué, manejó por la autopista hasta la ciudad de Rosario. 

Todavía estaba perplejo por el descubrimiento. No podía creer que nunca se habían visto antes. Se sentía en falta por no responder sus llamadas, pero necesitaba ordenar sus ideas y fundamentalmente, sus sentimientos.

Estacionó en la puerta de la casa que tantos fines de semana lo había hecho feliz. La madre de Benjamin, con las marcas de los años tatuadas en su piel, pero la misma calidez que recordaba, salió a recibirlo al portal. Llevaba años sin verla y de repente en ese abrazo, volvió a ser un adolescente hambriento y mal dormido, que encontraba refugio en los brazos de una mujer que bien podría haber sido su madre. 

-Tincho querido, cuánto tiempo sin verte. - le dijo Dora apenas abrió la reja. 

- ¡Qué delgado estas! ¿Estás comiendo bien? – Martin sonrió 

–¡Hola Dorita, no cambiás más! – Mientras se encaminaban dentro de la casa, Dora frotó su brazo en señal de cariño, como para asegurarse que la figura que la visitaba era real. Tantas veces había cruzado ese umbral junto a su hijo, que era difícil imaginarlo entrar solo.  

-¿Cómo está Paulita? – dijo para escapar del pasado -Debe estar enorme, ya terminó el colegio, ¿no?-

- Este año. –le respondió Martin mientras tomaba asiento en el sillón del jardín trasero. 

-Esta enorme, pero no solo físicamente, tenes que escucharla hablar, me hace cada planteo, que me mata. – 

-Me imagino, siempre fue muy inteligente. –

-Va a estudiar ingeniería, ¿no se de quien habrá sacado la idea? – haciendo una tácita referencia a su amigo.

- Ay, era tan compinche con mi Benja, siempre se llevaron muy bien. – Sentir su nombre, una vez más en tan corto tiempo, lo abrumó y la emoción en la voz de Dora no hizo más que colaborar al volcán de sensaciones que se gestaba en su interior. 

- Siempre lo recuerda con mucho cariño. Fue muy importante para ella… para todos. – continuó Martin sin poder mirarla a los ojos.

- Supe que conociste a Bianca. – le disparó sin aviso la mujer que aparentaba más años de los que en realidad tenía.

Martin la miró sorprendido y Dora continuó 

– Hablé con su hermano Lautaro, imaginé que podía tener tu visita prontamente. – Martin se sintió, inesperadamente, aliviado, no hubiese sabido cómo introducir el tema, esa mujer siempre había tenido un don especial para escuchar y aconsejar.

-Fue toda una sorpresa. No sabíamos quiénes éramos y de repente todo encajó. - Dora emitió un pequeño suspiro. 

– A lo mejor mi Benja lo arregló así. – Martin la miró con ternura, él nunca había sido demasiado creyente, pero lo conmovía la actitud de aquella mujer, que había salido adelante y tenía la convicción de que algún día se volvería a encontrar con su hijo. 

- Bastante enredado si fue así. – dijo Martin con una mueca de disgusto. 

-Martincito, vos siempre fuiste demasiado severo con vos mismo. Cuando enfrentaste la paternidad siendo tan joven, nunca imaginaste que existía alguna otra opción, no concebís hacer nada que no sea lo correcto. Siempre continúas sin cuestionar y dando lo mejor de vos en cada acción, aunque en el fondo no fuese, lo que hubieses elegido. – Martin la escuchaba con atención, y la mujer continuó. 

– No siempre las cosas están bien o mal, la vida es un conjunto de grises, e incluso lo que hace algunos años te parecía inconcebible con el paso del tiempo deja de ser tan grave. Las personas no somos unas cuando nacemos para toda la vida, vamos cambiando, vamos mejorando, nos vamos equivocando y aprendemos a volver a empezar. Decime, hijo, ¿te enamoraste de Bianca? – la pregunta lo tomó tan de sorpresa, que por unos segundos las palabras no salieron de su boca, pero Dora, no las necesito, aquellos ojos verdes se lo dijeron todo. 

– Te enamoraste. – sentenció. 

– Entonces no queda más que ser feliz. ¿Qué estás esperando? –

Si la cabeza de Martin era una tormenta, se había convertido en un huracán. Las palabras de Dora eran tan claras y a la vez lo invitaban a tanto, que no podía contenerse. 

-Pero, es la Bi de Benja. – dijo casi con un hilo de voz. –No es la Bi de nadie. - le respondió sin titubear.

-Es una hermosa y dulce chica, que sufrió más de lo que debía y casi como un milagro, volvió a encontrar el amor. ¿o me equivoco? –

Martin, se tomó la cabeza con ambas manos y emitió un gran suspiro, sabía que era cierto, pero no se animaba a decirlo. Dora se levantó y le hizo señas para que se quede ahí. Al cabo de un momento regresó con una pequeña caja de madera y se la ofreció a Martin. 

-Creo que es tiempo de aceptar, que no importa lo que decidamos, él no va a volver. – Y dejando a un Martin al borde de las lágrimas, frente a un montón de recuerdos del pasado, se alejó hacia la cocina. 

La caja contenía varias fotos, algunas en la cancha de rugby, otras en ese mismo jardín, adolescentes desprejuiciados, sonrientes. Una foto, a orillas del río Paraná, con la pequeña Paula de unos 3 años luciendo aquel vestido blanco, que no podían lograr que deje de usar. Él se veía tan pequeño, casi un niño sosteniendo la mano de la persona más importante en su vida. En el fondo de la caja, una invitación a una boda, la misma que él había recibido en Madrid, pero con las marcas del paso del tiempo, y al dorso el retrato de su mejor amigo y ella, tan hermosa vestida de blanco, con el pelo ondulado cayendo hasta sus hombros y los ojos sonrientes que tanto le gustaban. El sonido de su celular lo sacó del hechizo. Un número que no tenía agendado apareció en la pantalla. Luego de responder, una voz masculina, lo llamó por su nombre. 

–Si soy yo, ¿quién habla? -

-Mi nombre es Augusto Rivas, solía trabajar en el diario La Nación, pero hace un par de semanas me despidieron. ¿Usted me había escrito por la publicación de Krea? –

Martin, incorporándose en su silla, le confirmó que, si estaba interesado, y el hombre sin dar vueltas, le ofreció juntarse en un café de Buenos Aires, prefería hablar personalmente. 

De repente, las cosas comenzaron a aclararse un poco en su mente, con la motivación de estar cerca de descubrir la verdad, sostuvo una de las fotografías que lo retrataba junto a su amigo, y pidiéndole permiso a Dora, la guardó en su billetera. 

Pasó la tarde con aquella mujer, y lejos de abrumarse se relajó. Rosario le daba paz. Cuando el sol amenazaba con esconderse, se despidió y emprendió el regreso a Buenos Aires. No podía esperar para encontrarse con el tal Augusto, tenía la esperanza de aclarar las cosas y ayudar a Bianca. No quería esperar más, había llegado la hora de apostar por lo que realmente quería.

Volver a bailarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora