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En mis 387 años de vida jamás creí pasar por una situación así

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En mis 387 años de vida jamás creí pasar por una situación así. Sintiendo el viento en la cara miré hacia arriba, donde una gran ave me tapaba la visión, al contrario de su duro agarre, las plumas que cubrían su cuerpo parecían ser tan suaves como como la seda, suspiré rendido.


Parecía que me llevaba por sobre un gran campo verde, el cual habíamos cruzado con el grupo hace unas horas, genial, todo ese esfuerzo por nada. Vi como llegábamos por sobre un pequeño cerro, sobrevolamos unas cuantas casas de campo y como caía en picada sobre un terreno seco, lleno de tierra y barro, a pocos metros del suelo, me soltó. Fue inevitable no rodar unos cuantos pasos por el suelo, había quedado embarrado.


Con un dolor punzante en el brazo me levanté rápido y comencé a correr hacia la primera zona con flora viva que pude ver. Podía escapar si llegaba a ella.


Pero rápido sentí como era barrido de vuelta al suelo, un gran peso se apoyó contra mi espalda, al menos había podido volver a cubrirme la cabeza con la capucha.


—No tan rápido pequeñín. —El hombre decía mientras me reducía en el suelo, yo intentaba botarlo más fue un esfuerzo en vano, el sujeto había logrado atar mis muñecas con una cuerda, ¿De dónde siquiera la había sacado?


Cuando el tipo se levantó me alejé lo mejor que pude y lo miré. De vuelta en su desnuda forma humana el tipo se agachó a mi altura para levantarme del brazo.


—Me tendrás que perdonar niño, pero debo hacerlo, por ahora debemos irnos rápido antes de que llegue el cliente.


Yo horrorizado intenté luchar con todas las fuerzas para no caminar, aunque él tironeaba de mí.


—¡Detente! ¿Por qué haces esto? —Hablé entre la pequeña lucha que manteníamos, y en mi mejor oportunidad yo logré que cayese al suelo. Con mis manos atadas tras mi espalda intenté correr todo lo que pude hasta el campo verde, pero nuevamente fui detenido. —Que pesado eres, no me dejas más opción que usar la fuerza.


Y con la suave brisa chocar contra mi rostro pude ver como el sujeto me sostuvo entre sus brazos, de pronto yo me había convertido en un saco de papas que caía sobre sus hombros. Aunque él parecía inmune a mis golpes, yo no dejé de pelear en ningún momento mientras gritaba que se detuviera. No hubo caso, él solamente paró cuando estuvimos frente a una pequeña casa en ruinas, de una sola patada su puerta cedió. En cosa de segundos yo había caído al suelo de bruces. Me parecía casi milagroso que mi capa no hubiese caído hasta ahora.


Él se acercó a mi rostro, como si quisiese verificar algo, y en cuanto mostró su sonrisa victoriosa se alejó de mí. Yo me encargué le fulminarle con la mirada. Bajo ésta última el hombre se tomó su tiempo para vestirse y descansar sobre una vieja silla de madera no muy alejado de donde yo estaba. A unos cuantos metros.

Wolf a BearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora