Ojiro le sonríe del otro lado de la celda, entregándole una bandeja que tiene un sándwich partido a la mitad formando dos triángulos, un vaso con jugo de piña y zanahoria, y papaya cortada en cubos, la boca se le hace agua ante la comida de buen aspecto frente suyo y el corazón se le derrite por el gesto.
Come en silencio bajo la amable atención del rubio, adoraría poder hablar con él, tener una conversación entre bocados y reír, pero algo como eso no se lo puede permitir. No quiere dañar al chico.
— ¿Sabes? Hoy en la mañana mi madre me ha reconocido —comenta Ojiro, sonriendo con tristeza—. Ella fue diagnosticada con alzhéimer hace tres años, su estado empeoró rápidamente y al final solo la he cuidado yo, pero no me importa hacerlo —lo mira soltar una risilla—. Muchas veces para calmarla le digo que soy un amigo, incluso una vez le dije que era mi padre; ella decía que me parecía mucho a mi padre de joven, así que lo usé a mi favor.
— Pero ¿qué haces?
Observa el terror en la mirada del joven, quien se pone de pie rápidamente para atender al hombre de dura mirada y expresión asqueada, es claro que no le cae bien. (A nadie le caes bien), dice Miseria y él no puede negar aquello.
— Señor, lo siento —Ojiro baja la mirada—. Yo solo le he traído comida al preso, eso es todo.
— Estabas hablando con él —la mano del hombre se posa en el hombro del rubio, quien se tensa visiblemente. El cabello negro largo de aquel sujeto llega un poco más allá de los hombros, tiene una barba de pocos días y debido a las ropas sueltas que viste, le es imposible saber si posee musculatura o no, lo que sí es que es delgado—. ¿Desde hace cuánto que hablas con él?
— Amm, bueno, un día después de que fallara en la misión.
— Me alegra mucho escuchar eso —el hombre le toma a Ojiro el rostro entre manos, mostrando una sonrisa que le resulta aterradora—. Quiero que sigas hablando con él, ¿de acuerdo?
— ¿Perdón?
— Quédate aquí, cuida de él. Sé su perro guardián, deja las otras tareas para los demás —el rubio parpadea confundido, voltea a verlo de reojo y él se lleva un cubo de papaya a la boca, masticando lentamente. No entiende un carajo, y seguramente Ojiro tampoco—. ¿Cómo sigue tu madre?
— Ella... está bien. Mi mamá está bien.
— Me alegro. Ahora me paso a retirar, los dejo solos.
Ojiro asiente y sigue con la mirada al hombre que, como dijo anteriormente, los deja solos. Cuando voltea a verlo, él se alza de hombros y da trago al jugo de piña con zanahoria, realmente no sabe qué está ocurriendo, pero le gusta muchísimo.
Adora muchísimo la compañía de Ojiro.
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Suelta un gran bostezo, sorbiendo por la nariz al batallar un poco para respirar por sus orificios nasales y suspira, arrastrando un poco los pies. Ya no puede seguir así, ella es una criatura diurna y le gusta mucho más caminar bajo el sol que cuando es de noche. (¿Será porque eres fea?) Gruñe molesta por eso y se cruza de brazos, no piensa caer en esa infantil provocación de Duda.
Claro que dice eso, pero no puede hacer nada contra la punzada que siente contra el pecho. No le sienta para nada bien los comentarios de su preso, menos desde que Izuku la rechazó. (¿Será que sigue enamorado de alguien más?), no, ella no cree que sea así. El peliverde se lo hubiera dicho, dejando de lado que él le contó sus razones para apartarla.
El sonido de latas cayendo la hacen frenar y voltear a ver por el callejón que estaba por pasar, divisando a lo lejos un gato, el cual voltea a verlos antes de salir corriendo. Viajar de noche y descansar de día, así han tenido que viajar por cinco días y ella ya no puede más. Se suponía que iban a transportarse por medio de la habilidad de Shoto dada por Muerte, sin embargo, al contar ahora con la compañía del custodio de Desastre, nadie quiere arriesgarse a ver qué pasa.
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El Pecado de un Ángel (BakuShima)
FanfictionBakugo Katsuki no creyó que unas palabras lo hicieran vivir tantas cosas y todas gracias a una sola persona, mejor dicho, un solo ángel. Eijiro ha llegado a su vida para evitar así una guerra, una que él sabe que podría ganar en compañía de sus comp...