↬Epilogo↫

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La mirada brillante de la castaña lo hace suspirar con cansancio, no está listo para una conversación larga, no todavía ni menos tan temprano. Coloca la mano contra la regordeta mejilla, obligándola a girar el rostro y así dejar de verle. Es tan molesta.

— ¿Vas a quedarte? —Pregunta ella, soltando una risilla cuando él retira la mano.

— Solo hasta el atardecer.

— Ya es algo —La castaña palmea el lugar vacío a su lado, él pone los ojos en blanco y toma asiento, observando hacia el medio de aquella pequeña comunidad que han hecho al pasar de los años—. ¿Ayudarás con los arreglos? ¿Ya viste al nuevo custodio?

— No pienso ayudar, solo vine porque si no lo hacía, ustedes iban a armar un escándalo y no iban a parar hasta arrastrarme aquí —la mitad sirena no niega lo dicho—. Y sí, ya lo vi.

— Tiene a Miedo, no puedo imaginarme eso todavía a pesar de que hemos vivido muchísimas cosas —Ochako hace una mueca arrugando ligeramente la nariz.

— No luce aterrador.

— Para nada, es como un niño de secundaria a pesar de ser hijo de una arpía —Asiente ante lo dicho, pero desvía la mirada al escuchar el grito chillón—. Oh, ya llegaron.

Niega con la cabeza al ver a Midoriya, el recién llegado, quien mantiene su total atención en una pequeña niña, una que posee cabello castaño y mejillas pecosas, una verde mirada centrada en el gran hombre que la alza en lo alto y la atrapa nuevamente en brazos, una acción que hace reír a carcajadas al infante. A pesar de que no haber convivido nunca con niños ni haber sido uno, el peliverde ha demostrado ser un padre amoroso, atento y cariñoso. Aunque está seguro de que eso de lanzarla es demasiado, pero él no piensa ser quien lo diga o haga algo.

Lo ven acercarse a ellos hasta tomar lugar al frente, en donde sigue jugando con la pequeña castaña pecosa.

— Oigan, miren lo que logré que Iida trajera —Sero se encamina hacia ellos trayendo consigo un par de bocinas de gran altura, unas que normalmente se usarían en los antros para potencializar la música correctamente y sin distorsión de sonido. El pelinegro las coloca a cuatro metros del centro, pues en el medio de aquel circulo de arena es donde la fogata se enciende siempre—. No pienso dejar dormir a nadie hoy, así que será mejor que se unan. Hablo por ti, Bakugo.

— Ya estoy aquí, ¿no es suficiente?

— No me garantiza nada.

— ¿Las vibraciones no tiraran la pecera? —pregunta el guerrero heterocromático, quien toma asiento al otro lado de Uraraka— Será mejor que no sea así —Shoto se cruza de brazos, vistiendo aquella playera negra ajustada lo único que hace es que los músculos se eleven y marquen.

— Amor, tranquilo. La pecera de Taquito, Edmundo, Wasabi y Goku está bien instalada, me encargué de eso —lo observan caminar tras las bocinas, llevando consigo innumerables cables y extensiones—. Es bueno que nos los hayan traído tan pronto como llegamos, son más inmortales ahora que antes.

— Sí, pero no sabemos si sobrevivirán a una herida, así que hay que tener cuidado, ¿de acuerdo?

— Lo que tú digas, mi amor —Eso lo hace voltear a ver a Shoto, la pequeña castaña en medio de ellos no bloquea para nada su vista y eso hace al heterocromático notar que lo está observando.

— ¿Qué?

— Tu novio va a hacer un caos y lo único que te importa es que tus ajolotes estén bien, ¿es enserio?

— Sí, así es —El peliverde se encamina a la castaña luego de varias vueltas que le ha dado a la niña, entregando a la nena en brazos de la mitad sirena e inclinándose para besar la coronilla de ambas—. Le salvaría la vida a mis ajolotes antes que a ustedes; a tu hija antes que a ti —Señala Todoroki a Midoriya.

El Pecado de un Ángel (BakuShima)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora