⚜21: Avecilla⚜

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Lo mejor hubiera sido morir, perecer. Quedar debajo de escombros pesados y que al ser negado de comida y agua la muerte fuera a por él, pero ha seguido vagando por el mundo de los humanos, sin tener la oportunidad de formar una casa u hogar, ya que a dónde sea que vaya, la enfermedad lo acompaña. Literalmente.

Puede escucharla reír bajo dentro de su cabeza. Es una perra bastarda.

Al pasar unos cientos de años, llega a una ciudad y paseando por aquellas calles, da con un cartel en donde lee que los enfermos serán enviados a una isla cercana con el fin de evitar que aquello se salga de las manos. Cuarentena, ¿cómo no pudo haberlo pensado?

Instalarse en ella no le cuesta nada, pues nadie cuestiona algo al ver el estado en el que se encuentra. No le importa su apariencia, tampoco lo que piensen los humanos de él, pues cuando ellos se vuelvan viejos y los recuerdos se vuelvan confusos, él seguirá como está. Luciendo como un hombre de entre treinta y cuarenta años.

Pasa un año y un humano frente suyo se encuentra muy grave, recuerda haberlo visto jugar ajedrez y platicar con ancianos del lugar. Hay sangre saliendo de la boca y nariz, las ampollas que cubren el cuerpo lucen dolorosas y la manera en que tiembla deja en claro que, a pesar de estar a treinta grados centígrados, siente que se encuentran a menos cero. Morirá pronto, es más que claro.

¡Doctor! ¡Acá hay otro! —mira a una enfermera correr al hombre que da su último aliento, es tan frágil la vida humana que le da un poco da pena.

Tráelo rápido.

¡Sí!

Observa sin emoción o expresión alguna como la mujer intenta hacerse con el cuerpo, lo ve por el rabillo del ojo y le mira esperando que lo ayude, sin embargo, él desvía la mirada y solo la escucha murmurar enojada, cargando con el cuerpo sola. Al ver por la ventana, la cual se encuentra cerrada, frunce el ceño al ver un ave rojiza mirando el interior con notoria curiosidad, sin embargo, hay lágrimas cayendo de aquel par de ojos pequeños.

Cuando depara en él, el ave abre sus alas y vuela lejos, haciéndolo fruncir el ceño.

Al día siguiente, él se encuentra viendo el fuego crepitar, una gran fogata que consume los cuerpos de quienes no han pasado la noche. Un silbar le hace girar y ver hacia los árboles, encontrando en la copa de uno el ave roja de ayer. La ve emprender vuelo, volando en círculos y entonces, sin razón alguna, lo ve adentrarse a las intensas llamas.

Las personas enfermas alrededor no parecen haberse dado cuenta, tampoco las enfermeras o doctores; hace una mueca, viendo las plumas volverse cenizas, luego la carne y al final los huesos, mezclándose con la que ya se encontraba ahí.

Una semana después se encuentra en su lugar de siempre: segundo piso, esquina derecha al lado de la ventana que posee un marco. La enfermera que hace unos días se esforzaba por salvar a los enfermos, ahora yace en una camilla luchando por su propia vida y es claro que cada respirar le cuesta más que el anterior.

Ella gira el rostro, observándola con cansancio y un brillo aparece en ese par de ojos marrones, extiende el brazo hacia él y por un momento lo piensa, si la toca ¿no acabará así más rápido con su vida?

¿Qué esperas? —la voz proveniente fuera de la ventana le hace fruncir el ceño, voltea a verla, pero no hay nadie ahí y eso lo hace parpadear confundido— Vamos, ve y toma su mano, ella necesita compañía.

No lo entenderías, yo no...

Ella está por morir de todos modos, ¿qué más da si puede tener un poco de compañía en su último aliento?

El Pecado de un Ángel (BakuShima)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora