1. KIHYUN

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Changkyun Im no necesitaba un motivo. Esas eran las palabras que se susurraban en las calles de Ketterdam, en las tabernas y cafeterías, en los oscuros y sangrientos callejones del distrito del placer conocido como el Barril. El chico al que llamaban Manos Sucias no necesitaba un motivo o si quiera permiso para partir una pierna, romper una alianza o cambiar la fortuna de un hombre con el giro de una carta. Por supuesto que se equivocaban, pensó Kihyun mientras cruzaba el puente sobre las aguas negras del río hasta la plaza principal desierta que había frente al Intercambio.

Cada acto de violencia era deliberado, y cada favor iba unido a hilos suficientes como para hacer un espectáculo de marionetas. Changkyun siempre tenía sus motivos. Pero Kihyun nunca podía estar seguro de que fueran buenos, sobre todo esa noche.

Kihyun comprobó sus cuchillos, recitando sus nombres en silencio como hacía siempre cuando pensaba que podía haber problemas. Era una especie de hábito, pero también un consuelo. Los cuchillos eran sus compañeros. Le gustaba saber que estaban listos para lo que quiera que trajera la noche.

Vio a Changkyun y los demás reunidos cerca del gran arco de piedra que marcaba la entrada este al Intercambio. Había tres palabras talladas en la roca sobre ellos: Enjent, Voorhent, Almhent. Industria, Integridad, Prosperidad.

Se mantuvo cerca de las tiendas cerradas que estaban cerca de la plaza, evitando las franjas de luz que emitían las farolas de gas. Mientras avanzaba, hizo inventario del grupo que Changkyun había llevado con él: Dirix, Rotty, Muzzen y Keg, Anika y Pim, y sus ayudantes elegidos para el parlamento de esa noche, Minhyuk y Gran Bolliger. Estaban empujándose y golpeándose entre ellos, riendo y dando pisotones, tratando de aguantar la oleada de frío que había sorprendido a la ciudad esa semana, el último jadeo del invierno antes de que la primavera llegara con fuerza. Todos eran matones y rufianes, seleccionados de entre los miembros más jóvenes de los Despojos, la gente en la que Changkyun confiaba más. Kihyun se fijó en el brillo de los cuchillos que llevaban al cinto, las cadenas, los mangos de las hachas con clavos oxidados, y aquí y allá el resplandor del cañón de alguna pistola. Se deslizó en silencio entre sus filas, examinando las sombras cerca del Intercambio para buscar señales de espías de la Punta Negra.

—¡Tres barcos! —decía Minhyuk—. Los enviaron los shu. Estaban quietos en el Primer Puerto con los cañones fuera y las banderas rojas ondeando, llenos de oro hasta las velas.

Gran Bolliger soltó un silbido bajo.

—Me hubiera gustado ver eso.

—A mí me hubiera gustado robar eso —replicó Minhyuk—. La mitad del Consejo Mercante estaba ahí abajo muriéndose de los nervios y chillando, ni siquiera sabían que hacer.

—¿No quieren que los shu paguen sus deudas? —preguntó Gran Bolliger.

Changkyun negó con la cabeza, y su pelo oscuro brilló a la luz de la farola. Era un montón de líneas duras y contornos entallados: mandíbula afilada, complexión esbelta, un abrigo de lana ceñido sobre los hombros.

—Sí y no —dijo con su voz áspera y profunda —. Siempre está bien tener a un país en deuda contigo. Las negociaciones son más amistosas.

—A lo mejor los shu se cansaron de ser amistosos —replicó Minhyuk—. No tenían que enviar todo ese tesoro de golpe. ¿Será que ellos mataron a ese embajador?

Los ojos de Changkyun encontraron certeros a Kihyun entre la multitud. En Ketterdam llevaban semanas sin dejar de hablar sobre el asesinato del embajador. Casi había destruido las relaciones entre los kerch y los zemeni, y había provocado un problema enorme en el Consejo Mercante, todos culpaba a todos.

A Changkyun no le importaba quién fuera el responsable; el asesinato lo fascinaba porque no podía descubrir cómo lo habían logrado. En uno de los pasillos más abarrotados de Stadhall, a plena vista de más de una docena de agentes del gobierno, el embajador de comercio zemeni había entrado en el servicio. Nadie más entró ni salió, pero cuando no obtuvieron respuesta derribaron la puerta, encontraron al embajador boca abajo en el suelo, con un cuchillo en la espalda y el agua del lavabo todavía corriendo.

SEIS DE CUERVOS - MONSTA XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora