6. HYUNGWON

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Hyungwon estaba soñando otra vez. Soñando con Hoseok.

En todos sus sueños le daba caza, a veces a través de los prados verdes de la primavera, pero normalmente por los campos helados, esquivando rocas y grietas con pasos certeros. Siempre lo perseguía y siempre lo atrapaba.

En los buenos sueños lo tiraba al suelo y lo estrangulaba, observando cómo la vida abandonaba sus ojos con el corazón lleno de venganza, por fin, por fin.

En los sueños malos, lo besaba; en esos sueños Hoseok no se oponía. Se reía como si la persecución no fuera más que un juego, como si supiera que le atraparía, como si quisiera que lo hiciera y deseara más que nada estar debajo de él. Era acogedor y perfecto en sus brazos. Hyungwon lo besaba y enterraba la cara en el dulce hueco bajo su cuello. Su piel le rozaba las mejillas, y él sentía que si pudiera abrazarlo un poco más cada herida, cada dolor, cada cosa mala se desvanecería.

—Hyungwon —susurraba Hoseok, y su nombre era muy suave en sus labios.

Esos eran los peores sueños, y cuando despertaba se odiaba a sí mismo tanto como a él. Saber que podía traicionarse, traicionar otra vez a su país hasta en sueños, saber que después de todo lo que había hecho alguna parte enfermiza de él todavía tenía sed de Hoseok... era demasiado.

Aquella noche tenía un sueño malo, muy malo.

Llevaba seda azul, ropa mucho más lujosa que nada que le hubiera visto puesto; tenía alguna clase de velo vaporoso en su pelo, y la luz de la lámpara se reflejaba en éste como lluvia atrapada. Djel, qué bien olía. La humedad musgosa seguía ahí, pero también el perfume. A Hoseok le gustaba el lujo, y ese era caro; rosas y algo más, algo que su miserable nariz no reconocía. Él presionó los suaves labios contra su sien, y Hyungwon podría jurar que estaba llorando.

—Hyungwon.

—¿Hoseok? —logró decir él.

—Por todos los Santos, Hyungwon —susurró él—. Por favor, despierta.

Y entonces se despertó y supo que se había vuelto loco porque él estaba ahí, en su celda, arrodillado junto a él con la mano apoyada con suavidad sobre su pecho.

—Hyungwon, por favor.

El sonido de su voz suplicándole. Había soñado con eso. A veces Hoseok le suplicaba piedad.

A veces eran otras cosas las que suplicaba.

Levantó la mano y le tocó la cara. Tenía una piel muy suave. Una vez se había reído de eso. Ningún soldado de verdad tenía una piel así, mimada y bien cuidada. Se había burlado de la exuberancia de su cuerpo, avergonzado por su propia respuesta ante éste. Llevó la mano a la cálida curva de su mejilla, sintió el suave roce de su pelo. Tan hermoso. Tan real. No era justo.

Entonces se fijó en sus manos llenas de venas ensangrentadas. El dolor lo atacó mientras se despertaba del todo; costillas rotas, nudillos doloridos. Se había partido un diente. No estaba seguro de cuándo, pero se había cortado la lengua con él en algún momento. Su boca todavía tenía el sabor cobrizo de la sangre. Los lobos. Le habían obligado a asesinar lobos.

Estaba despierto.

—¿Hoseok?

Había lágrimas en los hermosos ojos oscuros del chico. La furia lo atravesó. No tenía derecho a las lágrimas, ningún derecho a la lástima.

—Shhh, Hyungwon. Estamos aquí para sacarte.

¿Qué juego era ese? ¿Qué nueva crueldad? Acababa de aprender a sobrevivir en ese monstruoso lugar y ahora Hoseok había acudido para castigarlo con alguna nueva tortura.

SEIS DE CUERVOS - MONSTA XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora