40. HYUNGWON

17 6 0
                                    

Dos... uno... Hyungwon vio las pupilas de Hoseok dilatándose. Separó los labios, pasó junto a él y bajó del tanque.

El aire a su alrededor parecía crepitar, y su piel relucía como si estuviera iluminada desde dentro por algo milagroso. Como si hubiera conectado directamente con una vena de Djel y ahora el poder del dios fluyera por él.

Fue hacia el Mortificador de inmediato. Hoseok giró la muñeca e hizo que los ojos le explotaran en la cabeza. Él se derrumbó sin un sonido.

—Queda libre —dijo Hoseok.

Se deslizó hacia los soldados, y Hyungwon se movió para protegerlo al ver los rifles levantados. Hoseok alzó las manos.

—Paren —ordenó y se quedaron paralizados—. Bajen las armas. —Lo obedecieron todos a una—. Duerman —ordenó.

Hoseok trazó un arco con las manos y los soldados cayeron sin protesta, fila tras fila, tallos de trigo cortados por una guadaña invisible.

El aire estaba siniestramente inmóvil. Con lentitud, Jooheon y Kihyun bajaron del tanque. Minhyuk y los demás los siguieron y se quedaron en aturdido silencio, con el habla disuelta por lo que habían presenciado, mirando fijamente el campo de cuerpos caídos. Había pasado muy rápido.

No había forma de llegar al puerto salvo que caminaran sobre los soldados. Sin decir palabra comenzaron a abrirse camino, con el silencio roto solo por las lejanas campanas del Reloj Mayor. Hyungwon puso la mano sobre el brazo de Hoseok y este soltó un pequeño suspiro y dejó que lo condujera.

Más allá del muelle, la zona estaba desierta. Mientras los demás se dirigían hacia el Ferolind, Hyungwon y Hoseok se quedaron atrás.

Hyungwon podía ver a Rotty aferrado al mástil, con la mandíbula floja por el miedo. Specht estaba esperando para levar el ancla, y su expresión también era de puro terror.

—¡Hyungwon!

Se giró. Había un grupo de drüskelle en el muelle, con los uniformes empapados y las capuchas negras levantadas. Llevaban máscaras de una cota de malla gris que brillaba ligeramente, y sus facciones quedaban ocultas.

Pero Hyungwon reconoció la voz de Jarl Brum cuando habló.

—Traidor —dijo desde detrás de la máscara—. Traidor a tu país y a tu dios. No saldrás de este puerto con vida. Ninguno lo hará.

Sus hombres debían de haberlo sacado de la tesorería tras la explosión. ¿Habían seguido a Hyungwon y a Hoseok hasta el río bajo el fresno? ¿Había habido más caballos o más tanques al norte de la ciudad?

Hoseok levantó las manos.

—Por Hyungwon, les daré una oportunidad de huir en paz.

—No puedes controlarnos, bruja —dijo Brum—. Nuestras capuchas, nuestras máscaras, cada prenda de ropa que llevamos está reforzada por acero Grisha. Tela acorazada creada según nuestras especificaciones por Hacedores Grisha bajo nuestro control y diseñada para este propósito. No puedes obligarnos a cumplir tu voluntad. No puedes hacernos daño. El juego ha terminado.

Hoseok levantó una mano. No pasó nada, y Hyungwon supo que Brum estaba diciendo la verdad.

—¡Márchense! —les gritó—. ¡Por favor! No...

Brum levantó la pistola y disparó. La bala alcanzó a Hyungwon justo en el pecho. El dolor fue repentino y terrible, y entonces desapareció. Ante sus ojos, vio la bala saliendo de su pecho y cayendo al suelo con un ruidito metálico. Se abrió la camisa. No había herida. Hoseok estaba delante de él.

—¡No! —gritó Hyungwon.

Los drüskelle abrieron fuego sobre él. El fjerdano lo vio hacer una mueca cuando las balas golpearon su cuerpo, vio flores rojas de sangre apareciendo en su torso, su pecho, sus muslos desnudos. Tan rápido como las balas atravesaban su cuerpo, Hoseok se curaba, y las balas caían inofensivamente al muelle.

Los drüskelle lo miraron boquiabiertos, y Hoseok sonrió.

— Se acostumbraron demasiado a los Grisha cautivos. Somos muy dóciles en jaulas.

—Hay otros medios —dijo Brum, sacando un largo látigo de su cinturón como el que Lars había utilizado—. Tu poder no puede tocarnos, brujo, y nuestra causa es pura.

—No puedo tocarlos —asintió Hoseok, levantando los manos—. Pero a ellos sí puedo alcanzarlos.

Tras los drüskelle, los soldados fjerdanos que Hoseok había puesto a dormir se levantaron con rostros inexpresivos. Uno le quitó el látigo de la mano a Brum, y los demás quitaron las capuchas y las máscaras de las caras de los sobresaltados drüskelle, dejándolos vulnerables. Hoseok flexionó los dedos y los drüskelle soltaron los rifles y se llevaron las manos a las cabezas, gritando de dolor.

—Por mi país —declaró Hoseok—. Por mi gente, por cada niño que mandaste a la hoguera. Cosecha lo que has sembrado, Jarl Brum.

Hyungwon observó a los drüskelle retorciéndose y convulsionándose, con la sangre saliendo de sus oídos y ojos mientras los demás soldados fjerdanos miraban sin inmutarse. Sus gritos eran un coro. Claas, que se había emborrachado con él en Avfalle. Giert, que había entrenado a su lobo para que comiera de su mano. Eran monstruos, lo sabía, pero también chicos, chicos como él; les habían enseñado a odiar, a temer.

—Hoseok —dijo, con la mano todavía contra la piel lisa de su pecho donde debería haber habido una herida de bala—. Hoseok, por favor.

—Sabes que a ti no te ofrecerían misericordia, Hyungwon.

—Lo sé. Lo sé. Pero déjalos vivir con su vergüenza. —Hoseok dudó—. Hoseok, tú me enseñaste a ser alguien mejor. Ellos también podrían aprender.

Hoseok dirigió la mirada hacia la suya. Sus ojos eran feroces, el verde profundo de los bosques; y las pupilas unos pozos oscuros. El aire a su alrededor parecía relucir con el poder, como si estuviera iluminado por alguna llama secreta.

—Te temen como yo te temí una vez —continuó él—. Como tú me temiste a mí. Todos somos el monstruo de alguien.

Durante un largo momento, Hoseok le examinó la cara. Al fin bajó los brazos y las filas de drüskelle se derrumbaron al suelo, gimoteando. Liberó a los otros soldados, que volvieron a caer en su sueño como títeres con las cuerdas cortadas. Entonces extendió la mano una vez más y Brum chilló. Se llevó las manos a la cabeza, y la sangre se derramaba entre sus dedos.

—¿Vivirá? —preguntó Hyungwon.

—Sí —contestó mientras entraba en la goleta—. Pero estará calvo.

Specht gritó órdenes y el Ferolind se adentró en el puerto, adquiriendo velocidad mientras las velas se hinchaban con viento.

Nadie corrió hacia el muelle para detenerlos. Ningún barco ni cañón disparó. No había nadie para advertir, nadie para hacer señales a la artillería de arriba. El Reloj Mayor siguió sonando, ignorado mientras la goleta se desvanecía en el enorme refugio oscuro del mar, dejando solo sufrimiento a su paso.

SEIS DE CUERVOS - MONSTA XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora